El libro se llama “Marrón”, como el color de su piel. Un color que, de alguna manera, para bien y para mal, define su identidad. Rocío Quillahuaman nació en el Perú pero a los 11 años se fue a radicar a Barcelona, España. Y es así como su historia de vida está partida entre dos culturas, además de marcada por el desarraigo, el racismo, la femineidad, el complejo vínculo madre-hija, y más.
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De esa particularidad –menos especial de lo que se creería, y en cambio bastante común para tantísimos migrantes como ella–, Quillahuaman ha aprendido a reflexionar con envidiable sentido del humor y afilada sensatez, gracias a las ilustraciones y animaciones que comparte en sus redes sociales. Y de eso también es que escribe en este libro autobiográfico, que presenta en el Hay Festival Arequipa. A propósito de esto, hablamos con ella.
–¿Te cuestionaste en algún momento escribir unas memorias siendo tan joven?
Sí, claro. En un principio me dije que sí lo haría por las niñas como yo, que viven aquí en España, para que se sientan acompañadas. Pero luego cuando me senté a escribir, me di cuenta de lo que acababa de hacer: era aceptar escribir unas memorias cuando en realidad no había vivido tanto. Porque hoy tengo 28 años, pero las empecé cuando tenía 25. Aun así, me di cuenta de que sí había vivido bastantes cosas. En Perú y en España, en dos sitios distintos, dos culturas distintas. Por eso me propuse simplemente contarlo de la manera más honesta posible y hasta donde llegase. Y por eso son 200 páginas.
–¿Has hecho el ejercicio de comparar el racismo en el Perú con el racismo allá en España?
Sí. Por ejemplo, ahora estoy yendo a Perú por primera vez sola, sin mi familia. Porque siempre que he vuelto ha sido con mi madre o mis hermanas, que han vivido mucho más tiempo de adultas allá y se desenvuelven mejor. Por eso tengo ganas de ver cómo me desenvolveré yo. Y algo que recordaba de cuando vivía en Lima es que cuando íbamos a los centros comerciales grandes se notaba la clase social de la que veníamos mi familia y yo. Y me pregunto cómo será ahora, si seguiré sintiendo ese ‘input’ externo o si será diferente. Yo creo que seguirá igual. Es algo que siempre noté claramente, sobre todo cuando acompañaba a mi mamá a trabajar, porque ella limpiaba casas en Salamanca. Aunque no era un barrio de gente extremadamente rica, sí eran personas con más dinero que nosotras. Y yo notaba muchísimo la diferencia. A pesar de que era una niña, y de que no tenía una información u opinión formada sobre nada, ya me llegaba esta sensación permanente de que ese no era mi sitio, de que estaba allí como una observadora, una invitada, pero que no pertenecía. Ahora, imagínate cuando llegué acá a Barcelona. Viví la esencia de eso, pero diferente, de otra manera. Porque aunque aquí hay un montón de latinos y estamos por todos lados, luego ves películas o series españolas y no estamos en ninguna parte. Así que de alguna manera siento que también soy una observadora e invitada. Hay bastantes capas, pero la esencia es parecida.
–Y en esa escisión tuya entre dos países y culturas, ¿qué es lo que aspirarías? ¿Has pensado si hay algún ideal al que te gustaría pertenecer?
Yo cuando me relaciono con gente de aquí de España (la mayoría de amigos son de aquí en realidad), y estamos hablando de temas de la vida o qué sé yo, siento que nunca acabamos de estar en el mismo plano. Porque aunque todos tengamos trabajos precarizados, a veces mal pagados por estar ligados a la cultura, etc., igual nunca acaban de ser lo mismo porque ellos tienen una situación socioeconómica que incluso les permite fracasar, pues siempre tendrán el colchón de sus padres. Quizá puedan tener más o menos dinero, pero, en general, la gente de clase media siempre tiene por lo menos una casa, un lugar al que pueden ir a parar en el peor de los escenarios. Y ese no es mi caso. Yo ayudo a mi madre, nos ayudamos mutuamente, y si a mí me va mal, nos va mal a las dos. Pero aun así yo me siento cómoda con la gente de aquí. En un ideal me gustaría relacionarme con más gente latinoamericana. Pero como explico en el libro, al principio yo vine de Perú con esos prejuicios que tenemos contra nosotras mismas. Cuando iba al colegio, sentía que tenía que ser correcta, sacar buenas notas, ser perfecta. Y que no tenía que juntarme con la gente que no va por este camino (usualmente los latinos). Esa es una cosa que a mí siempre me va a pesar, porque me habría encantado compartir más experiencias con gente que hubiera vivido cosas parecidas a lo que viví yo. Y me gustaría poder compaginar las dos cosas y que no me generase esta sensación todo el rato de un ‘jet lag’ vital, como que estoy siempre atrás. Por eso estoy intentando, poco a poco, conectar con más cosas de Perú. Gracias a este libro también he podido hacerlo y no obsesionarme con ser de un sitio o de otro, sino más bien sentir que puedo ser de los dos sitios a la vez.
"Al principio yo vine de Perú con esos prejuicios que tenemos contra nosotras mismas. Cuando iba al colegio, sentía que tenía que ser correcta, sacar buenas notas, ser perfecta."
–En el libro hablas mucho, con humor, sobre el rencor. Y se suele acusar de rencorosa o resentida a aquella persona que exige algo justo. ¿Te pasa a menudo?
Supongo que, por mi forma de ser, a mí me sirvieron mucho para mi trabajo y mis dibujos todas esas sensaciones negativas: la rabia, el rencor, la ira. Me servían mucho a nivel creativo, a la hora de escribir guiones y llevarlos a video. Realmente es un estado muy creativo. Me nacía escribir mucho, dibujar, y todo eso. Lo que pasa es que todas estas cosas que me indignaban eran cosas que antes me controlaban a mí. Pero con el tiempo he aprendido a controlarlas yo. Por ejemplo, en el libro había algunos capítulos que escribí tiempo atrás y que, claro, los escribí con mucha rabia y eso se notaba. Los volvía a leer y ya no me gustaban, sentía que me arrepentiría de esos capítulos. Porque al final creo que no tiene que ser la rabia la que te haga escribir de esa manera; sino que, más bien, debía controlar cómo podía mostrar esa rabia. Por suerte logré hacerlo y espero haber mostrado que tengo el mando sobre estos sentimientos negativos.
–Cuando se habla de gente blanca, también se habla del “blanqueamiento”. ¿Crees que te pueda haber pasado, que radicar en España te haya “blanqueado”?
Como yo vine a España a la edad de 11 años, acabé cogiendo la manera de hablar de aquí. Por ejemplo, digo “vale”; o uso el “vosotras” en vez del “ustedes”. Entonces cuando mis animaciones empezaron a verse mucho en redes sociales, también llegaron a mucha gente de Perú. Y había gente que me dejaba comentarios sobre por qué hablaba así. Que por qué no hablaba como en Perú. Pero esa es una mezcla que yo tengo desde que iba al cole de España. Y a veces tenía todo un lío porque cuando estaba con mis amigas me confundía y se me escapaba el “ustedes”. Ellas no me decían nada, pero yo me quedaba como con un “¡ay!, me he roto, no es así como tengo que hablar”. Y luego en casa también: se me escapaba un “sabéis” y pensaba “esto no está bien”. Y lo mismo: no es que nadie me dijera nada, pero es como un chip que se me metió. Al final he aprendido a aceptar un poco esta mezcla de las dos cosas. A veces ya estoy hablando y digo “ustedes” y luego digo “sabéis”, todo a la vez, y la gente lo entiende. Pero sí, de hecho cuando volví al Perú por primera vez después de vivir en Barcelona noté mucho una especie de síndrome del impostor. Como cuando llegué y no sabía cruzar la pista. Dije “ya está, no soy peruana, no sé cruzar una avenida que antes con mi familia cruzábamos todo el rato”. En momentos así sentía que alguien iba a decirme “¡impostora! tú no eres peruana”, pero luego con el tiempo he aprendido a aceptar que no pasa nada.
–“Marrón” es un libro autobiográfico, pero hay alguien que te disputa el protagonismo: tu mamá. Hay un capítulo enteramente dedicado a ella que es mi favorito. ¿Has podido comparar su experiencia en España con la tuya? ¿Son muy diferentes, no?
Algo que pasa en mi familia es que hay muy poca comunicación, así que nunca nos contamos cómo nos sentimos (risas). Entonces lo que yo intenté fue descifrar cómo se sentía mi madre respecto a muchas cosas. En ese capítulo que mencionas yo reflexioné mucho sobre todas las implicaciones de su trabajo, que consiste en cuidar a otras personas y por ende no es un trabajo en el que ella pueda desconectarse del todo. Es un trabajo muy emocional, está ligado a sus sentimientos. Ella a veces empieza un trabajo y dice “esta vez sí que es un trabajo y lo voy a hacer como un trabajo”. Pero a las dos semanas ya le ha cogido cariño a la señora a la que está cuidando, la trata como si fuera su madre. Y si a la señora le pasa algo, a ella le afecta mucho, a mí me afecta de rebote, y nos afecta a todos. Pero como ella no habla de esto, yo traté de empatizar, intenté entender todas esas veces que me llamaba porque le pasaba algo a alguna señora y me pedía ayuda. Y yo iba, la observaba y veía cómo las cuidaba. Para mí, la experiencia de mi madre ha sido muy importante. Porque mi madre en Lima limpiaba casas y allí hay un contraste. Ella es de Cusco y siempre me dice que en Lima sufrió muchísimo más racismo que aquí en España. Dice que aquí la tratan mejor. Pero ha tenido muchísima suerte con las señoras que le ha tocado cuidar, porque también hemos conocido historias más difíciles. En todo el libro yo he tenido muy en cuenta a mi madre, porque al final ella es un pilar muy importante en mi vida. Es gracias a ella que toda mi familia tiró para adelante, y por eso seguimos aquí como familia las cuatro. Ella, mis dos hermanas y yo. Ese capítulo es para mí también uno de mis favoritos. Me gusta que tenga su protagonismo. De hecho, se lo di para leer antes de pasárselo a mi editora, por si algo le parecía mal. Me dijo que le gustaba mucho, pero sobre todo se quedó flipando y me dijo “no sé cómo has hecho para escribir tantas palabras”.
–¿Pero has percibido si ella, como tú, también se siente dividida entre dos países?
Una cosa que le pasa mucho a mi mamá y a mis hermanas es que, durante todos estos casi 20 años que llevamos aquí, siempre han querido volver al Perú. Mis hermanas lo intentaron, porque aquí nunca se terminaban de hacer. Mi madre hasta hoy dice “yo me voy a volver a Cusco”. Siempre está con eso. Y claro, a medida que pasan los años, a mí eso me preocupa más porque ya está mayor y está más acostumbrada al estilo de vida de aquí. No sé cómo pueda pasarla allá. Pero eso ya forma parte de las dinámicas que tengo con mi madre, porque siento que tengo que cuidarla a ella, cuando en realidad ella ha vivido muchísimas cosas que yo y podría hasta seguir cuidándome a mí.
–Para terminar, y a riesgo de sonar redundante, ¿qué dirías que es lo que más te une al Perú?
Fíjate, yo también voy a redundar. Creo que lo que más me une al Perú es mi madre. Como cuando hace arroz con pollo o chaufa o ají de gallina, y hace comida para 80 personas cuando solo somos 3. Esa olla de arroz gigante que no se acaba nunca, y que después ella se tiene que comer sola, es la unión que yo tengo con mi madre. Eso es para mí el Perú.
La autora conversará con Rosita Charaja este jueves 3, a las 4 p.m., en el Teatro Arequepay.
El viernes 4, a las 4 p.m., dialogará con Nikita Lalwani y Javier García del Moral, en la sala Mariano Melgar de la UNSA.
Ese mismo día, a las 6 p.m., estará junto a Aneris Casassus y Enrique Durand en la Universidad Católica Santa María.
Más información sobre estos y otros eventos en www.hayfestival.com/arequipa
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