En “Abimael: El sendero del Terror” (2017, Planeta), el escritor Umberto Jara hace un repaso por los primeros años del cabecilla de la agrupación terrorista, desde su infancia privada de amor materno hasta sus años como profesor gris de filosofía en Ayacucho. Las mejores páginas están reservadas a quien fuese la esposa de Guzmán, Augusta La Torre, otra personalidad letal.
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A continuación compartimos el capítulo 7 del libro:
Somos los iniciadores
El jueves 7 de junio de 1979, Abimael Guzmán reunió al Comité Central de Sendero Luminoso para un encuentro que denominó «Acto de la Bandera». Lo hizo el mismo día en que el ejército peruano realiza el Juramento de la Bandera en todas las ciudades del país. Probablemente la elección de la fecha guarde relación con aquel antiguo deseo suyo, al culminar el colegio: enrolarse en la escuela de oficiales del ejército, aunque esta vez ya su camino era otro y otra su milicia; lo cierto es que al inicio de su discurso dijo: «Hoy es el día de la jura de la bandera; pero, la nuestra es Bandera Roja, tiene un distintivo: la hoz y el martillo. Nuestra Bandera es absolutamente roja; siempre los que se levantan tienen banderas rojas».
Aquella vieja aspiración militar empezó a tomar forma final ese 7 de junio de 1979. Con un discurso inflamado que sus adeptos han conservado con el nombre «Por la nueva bandera», logró quebrantar a sus opositores que planteaban el trabajo de bases, las tareas organizativas y el crecimiento del partido en lugar de la aventura de las acciones armadas. Con un tono de profeta Guzmán expuso, en un discurso exaltado, argumentos como este para desvirtuar la posición de sus opositores: «quince mil millones de años lleva la Tierra para generar el comunismo, ¿cuánto dura un hombre?, mucho menos que el simple parpadeo de un sueño; no somos sino una pálida sombra y pretendemos levantarnos contra todo ese proceso de la materia; seremos un sueño a fenecer. Burbujas ensoberbecidas ¿eso queremos ser? ¿una parte infinitesimal que quiere levantarse contra quince mil millones de años?, ¡qué soberbia, qué putricción!, viejo mar envejecido, podrido por el tiempo, feudal, burgués, imperialista, aguas negras en descomposición. ¿Qué más es?: fetidez, ridículo. ¡Seamos pues materialistas! ¡Comunistas! demostrémoslo, eso es necesario».
Existen a lo largo de la historia múltiples ejemplos de cómo
los líderes mesiánicos logran imponer sus posturas, mucho más cuando sus seguidores carecen de una formación crítica o ignoran conceptos básicos que les permitan evaluar aquello que se les está diciendo. El discurso emotivo, en política, suele ser eficaz y en ese evento el afiebrado líder senderista consiguió varios objetivos: impuso su deseo de preparar, con premura, el comienzo de la lucha armada y fue ungido como el Presidente Gonzalo, artífice del partido y guía de la inminente revolución.
Doce semanas después, en septiembre, con el país envuelto en protestas y huelgas, en especial una prolongada huelga magisterial; con partidos políticos en pugnas internas para elegir sus candidatos electorales después de doce años de gobierno militar; una izquierda fragmentada pero muy activa y una Junta Militar apremiada por entregar el poder, Sendero Luminoso convocó a la I Conferencia Definir y Decidir y, nuevamente, Guzmán logró imponer su criterio belicista. Para él, el hecho de que el país estuviese inmerso en una enorme baraúnda era una señal de que se estaban dando las condiciones para una revolución. Es cierto que el año 1980 se abrió con una conmoción social producto de huelgas de trabajadores bancarios, telefónicos, gráficos, textiles, municipales, mineros y de aduana, pero el mesías senderista en ningún momento se detuvo a analizar cuáles eran las aspiraciones de esa sociedad convulsionada, no se preguntó si esa masa de protestantes deseaba un país envuelto en guerra y, así, no percibió que tras doce años de imposición militar la inmensa mayoría del país buscaba conquistar derechos básicos para vivir en libertad.
Ninguno de esos miles de huelguistas y manifestantes tenía en mente una «lucha armada». Exigían mejores salarios, estabilidad laboral, servicios básicos y libertad de expresión. Pero Guzmán, desde su nublado mundo interior, interpretó que se abría la gran oportunidad para iniciar la revolución maoísta por la que estuvo trabajando desde 1962. No entendió, como veremos más adelante, que habían transcurrido dieciocho años, que el Perú había cambiado sustancialmente y, siendo marxista, olvidó que la historia nunca es inmóvil.
En ese contexto, el senderismo convocó para el 17 de marzo de 1980, sesenta y un días antes de abrir fuego, la II Sesión Plenaria del Comité Central. Durante once días, hasta el 28 de marzo, Guzmán se enfrascó en encendidos debates con el sector que insistía en la imposibilidad de optar por la vía armada. Argumentó con énfasis: «nuestro pueblo pide decisión; el pueblo clama y nosotros respondemos a ese clamor, a esa exigencia, sentimos lo que sienten y queremos lo que quieren, quieren que sus manos hablen el lenguaje preciso y contundente de los hechos armados». Al final terminó imponiéndose y se aprobó el «Plan de inicio de la lucha armada».
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