Sus mofletes caídos, sus ojos adormilados y su risa melancólica bajo la llamativa boina que cubría su calvicie forman ya parte de la memoria visual contemporánea. Pablo Neruda era el poeta por antonomasia, el autor de una obra oceánica que fue coronada con el Nobel de Literatura en 1971, y que inundó todos los registros posibles: desde los sonetos de amor a los cantos épicos, de las odas a las experimentaciones de la vanguardia y de ahí navegó hasta esos versos conmovidos de Alturas de Machu Picchu, cuyos fragmentos fueron musicalizados por Los Jaivas y convertidos en parte de la cultura popular. Neruda fue también el militante comunista, el exiliado, el activista que, tras la guerra civil española, salvó de morir a más de 2.000 refugiados republicanos, embarcándolos a Chile. Fue el amigo de los poetas españoles de la generación del 27 y el autor sibarita que coleccionaba caracolas y adoraba el mar. Fue el hombre que tuvo múltiples amores y se casó tres veces. Y ahora se sabe también que, en sus memorias, confesó haber abusado sexualmente de una joven cuando ejercía servicios diplomáticos en Asia. Y que abandonó a una hija, nacida con hidrocefalia, quien murió a los ocho años de edad.
De toda esa agitada existencia, ¿qué queda de su poesía? El académico y poeta Marco Martos dice que Neruda fue oceánico en muchos sentidos, y que sus poemas, generalmente, rindieron culto al momento en que fueron escritos, y es por eso que algunos de sus versos pueden haber perdido efectividad. “La forma como se relacionan las parejas hoy no es la misma a la de la época de Neruda, ahora se está hablando de amores líquidos, pero él, en sus comienzos, era el poeta que se jugaba todo por el amor”, dice Martos, en referencia a “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, el poemario más popular de Neruda, publicado en 1924, cuando tenía 19 años.
Según Martos parte del misterio del éxito de Neruda radica en que siempre supo mantener un hilo de contacto con el gusto popular, y otro profundo, secreto, laberíntico, con la experimentación más extremada. En esta última vertiente, para el académico peruano sobresalen la segunda Residencia en la tierra, y sobre todo Alturas de Machu de Picchu. “Eso es tal vez lo más hermoso de Neruda, y es algo que nos concierne a nosotros como peruanos, nos toca el corazón. A su muerte, dejó inéditos ocho libros de poesía que se publicaron posteriormente, de los que recuerdo por su gran calidad ‘El mar y las campanas’. Resumiendo, Neruda escribió grandes poemas en todas sus etapas, pero por ser un poeta oceánico, hay algunos que, como Canto General, pueden parecer excesivos ahora. En dos palabras: tiene luces y sombras, pero si lo recordamos es por sus luces, por esos poemas que el tiempo no devora”.
Para la investigadora y poeta Grace Gálvez, el vate chileno “evoluciona de acuerdo con su contexto histórico, social y político, y entonces pasa de una poesía amorosa a una poesía comprometida con una causa que considera justa, y va a abordar temas de todo tipo, incluidas sus odas acerca de objetos, animales, plantas; pero nunca va a dejar de lado dos cosas: su aspecto combativo y el tema amoroso, que retoma con Los versos del capitán y con los Cien sonetos, que es una poesía mucho más madura e interesante”.
“Para el ciudadano de a pie, Neruda siempre será el poeta del amor”, destaca Gálvez. Ella pide leer, tanto su poesía amorosa como política, en su contexto, y no sacarlo de ahí, para “juzgarlo de acuerdo a valores contemporáneos o a lo que conocemos ahora”. En ese punto, no está de acuerdo, por ejemplo, con los juicios respecto al abandono de Malva Marina, su hija enferma. “Se sacan líneas de una carta en la que menciona características de la niña y se toma eso como un insulto… Lo que ocurrió es que el distanciamiento se dio en el contexto de una separación”. Neruda tuvo a Malva Marina con su primera esposa María Antonieta Hagenaar, a quien conoció en Java, y con quien se casó, en diciembre de 1930. Por un tiempo vivieron felices, viajaron a Santiago de Chile, luego a España, donde, en medio de la bohemia y los fuegos de la guerra civil, se produjo la separación. Ella se quedó en Montecarlo y de ahí partió a La Haya, con la niña de dos años. Neruda, comprometido cada vez más con la política, y en medio de dificultades económicas, siguió enviándole dinero, pero esto se complicó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Incluso María Antonieta volvió a Chile, a fines de la década del 50, pero el poeta no la vio más, pues ya vivía entre Europa y México con Delia del Carril, como cuenta Inés María Cardone en Los amores de Neruda.
Medio siglo después de su muerte, ocurrida el 23 de setiembre de 1973, Neruda sigue generando pasiones. Existe todavía una causa abierta en Chile sobre su posible envenenamiento, de acuerdo a la denuncia de su chofer Manuel Araya; es más, un comité de peritos determinó en 2017 que su muerte se produjo por una bacteria (Clostridium botulinum), aunque la versión oficial afirma que el poeta falleció devastado, por los estragos del cáncer de próstata, en esos caóticos días que siguieron al golpe militar contra Salvador Allende, su gran amigo.
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