“No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto”, sentenció Albert Camus un día antes de perder la vida en un choque automovilístico, a los 46 años. Final tan inesperado como inquietante para quien estaba convencido del absurdo que regía nuestra vida, de la sinrazón de los acontecimientos que nos modelaban. Legaba una obra narrativa y filosófica deslumbrante, además de unos diarios que su viuda bautizó “Carnets”. Esa serie de cuadernos se tradujo al castellano de manera parcial hasta el año pasado, cuando apareció “Vivir la lucidez”, que contiene la totalidad de estos apuntes donde Camus expone sus elucubraciones literarias, sus meditaciones políticas y morales y bellas descripciones de los paisajes naturales de Francia y Argelia. La compilación resulta un libro ciclópeo y radicalmente fragmentario, verdadero espejo de un flujo mental e imaginativo constante, vibrante, poderoso.
Camus redactó estos “Carnets” a partir de 1935 hasta poco antes de su muerte en enero de 1960. Se yerguen como la involuntaria autobiografía intelectual de un escritor que revela una vida consagrada a la creación, desde sus escarceos iniciales a la obtención del Nobel (que recibe con más pánico que vanidad: “asustado por lo que me está sucediendo y que yo no he pedido”). También como una soberbia compilación de reflexiones vertidas por quien ama sin reservas a la humanidad, aunque le demanda ímprobos esfuerzos el contacto con las personas (“Necesito un poco de soledad, la parte de eternidad”; “el gran problema por resolver prácticamente: ¿se puede ser feliz y solitario?”). En otro paraje intenta dilucidar este conflicto: “El humanismo no me fastidia: hasta me sonríe. Pero me resulta insuficiente”.
Sin embargo, la pugna más reiterada en esta bitácora es aquella entre su filiación comunista y la certeza de que el libre albedrío de los hombres era el valor supremo. Cuando Sartre (que vivió la ocupación alemana presentando obras previamente aprobadas por los nazis mientras Camus resistía en la clandestinidad) lo motejó de reaccionario y justificó la represión estalinista en nombre de un ideal mayor, el autor de “El extranjero” respondió que era inadmisible separar al género humano en víctimas y verdugos. Sus “Carnets” reafirman su posición, increpando al marxismo por su visión pesimista del hombre, recordando que “dar muerte a un ser es suprimir su posibilidad de perfección”, aunque al mismo tiempo aceptando que “No hemos nacido para la libertad. Pero el determinismo también es un error”.
“Vivir la lucidez” exhibe diversos aspectos de la personalidad de Camus, aunque evita ahondar en su intimidad: “Me esfuerzo por escribir este diario, pero siento una viva repugnancia. Para mí, la vida es secreta”. Se aferra al ejemplo de otros intelectuales que recalaron en el género: Tolstoi, Schopenhauer, Delacroix. Especialmente Delacroix, con quien coincide en que “los días que no se han anotado equivalen a días que no han sido”. Las últimas páginas de estos “Carnets” nos muestran a un Camus maduro y dueño de una gran bondad laica, valiente, mas harta de enfrentamientos desgastantes que le restan tiempo a la tarea literaria: “No atacar nunca a nadie, sobre todo en los escritos. El tiempo de las críticas y las polémicas acabó ya”. La búsqueda por ser un individuo justo –”el que no le ha hecho pasar penas a los demás”– fue, en la parte final de su existencia, una urgencia primordial. Este volumen es magnífico testimonio de esa noble aspiración.
Editorial: Debate
Año: 2021
Páginas: 608
Valoración: 5 estrellas de 5 posibles.