El tenor peruano Juan Diego Flórez cantó anoche en honor a su paisano Mario Vargas Llosa, a quien ha dedicado La flor de la canela, en un concierto en el que su voz, querida y admirada siempre en Madrid, ha vuelto a seducir a un público que aplaude con pasión todo cuanto hace.
Ha sido en el Auditorio Nacional de Música, invitado por Juventudes Musicales de Madrid, que después de muchos intentos y varios años de espera ha logrado que el tenor limeño participe en uno de sus conciertos.
La flor de la canela, una propina regalo del tenor al Nobel, ponía punto y final a un concierto en el que el público no ha parado de gritar bravo y aplaudir a rabiar a Juan Diego Flórez, quien nada más pisar el escenario del Auditorio, y sin que de su garganta hubiera salido una sola nota, ya pudo escuchar cómo la gente le expresaba en voz alta su cariño y admiración.
Antes, la Orquesta Nacional de España, a las órdenes en esta ocasión de una batuta también peruana, la del director Miguel Harth-Bedoya, había interpretado la obertura de la ópera La Cenerentola de Rossini, compositor que junto a Donizetti es seña de identidad del repertorio de uno de los tenores belcantistas que más admiración y elogios cosecha allá donde va, es decir, los mejores teatros de ópera del mundo.
Sentado en el patio de butacas junto a su esposa, Patricia, Mario Vargas Llosa escuchó a su paisano Flórez cantar dos arias de Haendel, de su ópera Sémele, con las que el tenor nacido en Lima hace 40 años volvió a recordar a los madrileños que su canto, virtuoso y elegante, es también tierno y seductor.
Después le tocaría el turno a Donizetti, y a una de las arias más célebres del repertorio belcantista, Una furtiva lágrima, de la ópera Lelisirdamore, que en la voz de Flórez adquiere una sutileza admirable.
Íntimo y expresivo estuvo Flores al cantar Come uno spirito angélico, de la ópera Roberto Devereux, también del músico nacido en Bérgamo, elegido junto a Meyerbeer y su Il popoli dell Egitto, aria de Il crociato in Egitto, para cerrar la primera parte del concierto.
En la pausa, Juan Diego Flórez fue testigo de cómo Mario Vargas Llosa recibía la medalla de oro de Juventudes Musicales de Madrid, un reconocimiento más hacia este Nobel filarmónico y que tanto ama la música, según María Isabel Falabella, presidenta de la organización.
Vivimos mejor gracias a la música de tu literatura, afirmó Falabella dirigiéndose a Vargas Llosa, una mente lúcida que hace con su escritura que el mundo sea mejor, dijo.
Juan Diego Flores enfiló la segunda parte de su concierto con aires de zarzuela, con la romanza Paxarín tú que vuelas, de La pícara molinera del maestro Pablo Luna, tan recordada en la voz de otro tenor también muy querido por el público de Madrid y ya desaparecido, Alfredo Kraus.
Después, se arrancaría a cantar la célebre jota Te quiero morena, de la zarzuela del maestro José Serrano El trust de los tenorios. Aquí los bravos y los aplausos atronaron la sala sinfónica del Auditorio.
Y para el final, Verdi, con un aria de su ópera Jérusalem, Friedrich von Flotow, y su célebre Mappari de Martha, y esa prueba de fuego, que es para cualquier tenor, el aria de La fille du regiment de Donizetti, A mes amis y sus nueve do agudos, que Flores parece dar sin el más mínimo esfuerzo.
Un aria con la que en 2007 el tenor peruano rompió una tradición de más de siete décadas en La Scala milanesa, donde hasta entonces estaban prohibidos los bises.
Seguro que ese día de hace seis años el público de Milán aplaudió a Juan Diego Flores con la misma intensidad que esta noche lo ha hecho el de Madrid, al que el tenor regaló la canción Amapola.
Con este concierto homenaje, el Nobel Vargas Llosa ponía fin a una semana intensa de reconocimientos, en la que ha recibido un premio del periódico El Mundo y ha asistido al estreno de una obra de teatro que escribió hace más de tres décadas, Kathie y el hipopótamo, interpretada en su papel principal por la actriz Ana Belén, un estreno unánimemente elogiado por la crítica.