ALFREDO ESPINOZA FLORES (@alfred_espinoza) Redacción online

Cuidado, viene The Hives. Lo anuncia la tétrica melodía de piano con las luces apagadas. Lo anuncian ellos mismos mientras bajan las escaleras del Scencia y, uno por uno, aparecen desafiantes y hasta histriónicos. La regla es clara: No hay silencio en un concierto de los Hives, advierte el vocalista Howlin Pelle Almqvist. No lo hubo en lo que restó del show.

Vestidos de blanco y negro como acostumbran, aunque despojados rápidamente de los fracs, “Come one” resulta la canción perfecta para encender los ánimos de un público que, aunque aún un tanto quieto, había recibido con buenos ojos la presentación de los nacionales de Cuchillazo. Pero ahora no hay guitarras estridentes, no hay solos desbordantes, no hay sonidos acaparadores de sintetizadores. Acá lo simple manda. Los rasgueos endemoniados de los guitarristas, la performance vistosa del batero. Todos están sintonizados con el mismo voltaje, y esto parece un cortocircuito.

El show sigue con temas reclamados por los fanáticos y que son infaltables en el setlist. “Main ofender”, “Walk idiot walk”, “Die alright”, “Two timing touch”, “It won’t be long” y varias más, en un repertorio que abarca sus cinco discos de estudio en 20 años de carrera. Hasta se atrevieron a tocar “A.K.A I-D-I-O-T”, tema de sus inicios que nunca se escucha en vivo. Pero el clímax del concierto llega con Hate to say I told you, su single más famoso lanzado en 2000, en el álbum Veni Vidi Vicious. Los coros al son de Oh oh oh del público hacen ensordecedor el local; los suecos no podían estar más felices.

You become what you hate or you hate what you become (Te conviertes en lo que odias u odias en lo que te conviertes)

Una buena banda es la suma de destacados integrantes. Y como figurar no siempre es sinónimo de virtuosismo, allí están Nicholaus Arson, Vigilante Carlstroem, Dr. Matt Destruction y Chris Dangerous haciendo de las suyas con una performance recargada de energía, movimientos eléctricos, miradas cómplices con el público, en suma, show en su versión más intensa. El complemento ideal para ese maestro que parece ser Randy Fitzsimmons, el timón de la banda, del que se dice compone todo.

Una mención aparte se merece Howlin Pelle Almqvist, quien pese a su juventud ostenta desde ayer en la noche un lugar bien ganado entre los mejores showman que han pasado por Lima. Salta, se para sobre los parlantes y la tarima, incluso sobre una torre de ellos a la que llega trepando, siempre en contacto con el público para que salte, cante, grite, se mueva. Su estruendosa voz va a la par de su exaltado comportamiento. Contagioso a más no poder.

El clásico breve receso solo es un momento para recargar energías para el último aliento. “Go right ahead” abre el último tramo; lo cierra la conocida “Tick tick boom”. “¿A Lima le gusta explosión?”, pregunta el cantante en un español confuso pero con el que se comunicó con su público constantemente. Todos responden que sí. Aquí no hay tregua, ni siquiera cuando prepara a sus fans arrodillados para el último “boom”.

Fue una verdadera cachetada para los que se quejan del usual frío público limeño. Y otra más fuerte para los músicos consagrados que vienen a pasear sobre el escenario. Una clara muestra de que la música en vivo no tiene comparación con un álbum de estudio.

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