Puede que no lo sepa, pero Mariana de Althaus acaba soplarle vida al mito del teatro clandestino durante la pandemia. El teatro hegemónico, el de la caja negra, cerró y, según la supuesta leyenda, el administrador de un centro cultural organizó monólogos para un puñado de teatreros a pesar de la ilegalidad. La ironía en los testimonios de Alonso Alegría, Denisse Arregui y Vanessa Vizcarra -quienes aparecen en un video como si se tratara de escenas poscréditos- siembra duda. La cuestión es si esta idea, por sus posibles protagonistas y versiones de clásicos que se vieron en escena, adquiere otros matices y sobrevive al tiempo.
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Las obras furtivas fueron, para De Althaus, el escape de la locura. Lo confirma en la autoficción “Trucos para ver en la oscuridad”, donde se muestra en el cuerpo de Alejandra Guerra y enfatiza en la tortura de existir durante la pandemia del coronavirus, en el encierro y con la ausencia del teatro. De allí que la puesta en escena que se presenta en el C.C. PUCP esté plagada de referencias a los clásicos escénicos. No podría ser de otra manera: ella le atribuye poderes mágicos y sanadores al teatro -en el clímax ve a Antón Chéjov y a sí misma-; así se entiende que su ausencia desequilibre el mundo y que las funciones clandestinas restauren el orden original. En una hora y 25 minutos, la dramaturga y directora peruana rinde tributo a las tablas, así como en “Todos los sueños del mundo” (Teatro Británico), donde Chéjov ya estuvo presente.
El texto es inquietante y prolijo. La autora demuestra su oficio al dispersar en la historia elementos que solo cobran sentido al combinarse. Como el gato negro que adopta de niña; como el sueño de una mujer que, a pesar de no ver y temer al terrorismo, persigue a un gato negro en 1992; como su primera obra, “Efímero”, que lleva el nombre del gato que en la ficción escapa y deja varada a su dueña que ya lo busca en la oscuridad; como la oscuridad atemorizante que le causó insomnio; como el teatro que le devuelve el sueño, y el año y medio más mortal del coronavirus que lo elimina y envuelve a Mariana en una oscuridad que a veces se presenta como bruja. La propuesta escénica se apoya en proyecciones de páginas de su diario y su voz pregrabada, y una protagonista cuyo vestuario refleja el tedio del encierro al fundirse con el fondo.
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La performance de Alejandra Guerra, la encargada del monólogo, es fundamental. Claro que sus capacidades no son novedad (“El dolor”, “La terapeuta”); solo que en “Trucos para ver en la oscuridad” confirma que jamás debemos perderla de vista. A los segundos de iniciar el montaje, ella aparece en la sala, deja su cartera en una butaca, y anuncia que se convertirá en Mariana. A ratos será la actriz, otros una versión de la autora de la obra.
Su trabajo corporal merece una mención especial. De Althaus plantea las noches de insomnio con Guerra envuelta en una frazada roja: así la vemos retorcerse parada en un rincón del escenario, sobre una silla, hasta que deja caer el elemento y se muestra como crucificada. Mientras tanto, los intentos por sobrevivir a la monotonía de la cuarentena se ven cuando la intérprete sortea obstáculos (peluches, atomizador, una olla con un cucharón dentro, un zapato, una silla, una escoba) dispuestos en fila al centro del escenario. Los juegos de luz y otras propuestas visuales son aciertos que cobran otra dimensión gracias al despliegue de la actriz.
En “Trucos para ver en la oscuridad”, el tándem De Althaus-Guerra brilla. Puede ser que algunos perciban cierto exceso de romance entre el personaje y el teatro (y su capacidad curativa). Quizás tengan razón. ¿La autora recurre a la magia para ahuyentar la verosimilitud y así protegerse luego de desbordar y confesar tanto en su primera autoficción? En una obra en donde abunda la verdad, la respuesta es anecdótica.
Dramaturgia y dirección: Mariana de Althaus
Actuación: Alejandra Guerra
Lugar y hora: CC. PUCP, 8 p.m.
Temporada: de viernes a domingo, hasta el 17 de julio.
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