Jessie Shedden es una mujer británica que tuvo que aprender tareas básicas, como encender un televisor, a sus 30 años. Durante la mayor parte de su vida vivió bajo la estricta vigilancia de ‘Plymouth Brethren’ (Hermanos de Plymouth), un culto religioso que controlaba todos los aspectos de su vida: desde con quién socializaba, donde podía trabajar, qué podía vestir, hasta a dónde podía viajar.
Jessie, en la actualidad de 35 años, contó en conversación con Daily Mail que durante su infancia le prohibieron el uso de televisores y radios, así como asistir a clubes, festivales e incluso escuchar música.
Fundada en 1820, la Iglesia Cristiana de los Hermanos de Plymouth acumula más de 50 mil seguidores en países como Australia, Nueva Zelanda, América y el Reino Unido.
“Vivimos y trabajamos con personas de todos los ámbitos de la vida, creencias y culturas. Damos gran importancia a la práctica activa del cristianismo dentro de nuestras comunidades y para nosotros esto ocurre de muchas maneras”, señala el grupo en su sitio web; sin embargo, según Jessie, el líder actual del grupo, Bruce Hales, exige una lealtad “completa e inquebrantable”.
“Por ejemplo, si se da la vuelta y dice: ‘Nadie permite un sofá amarillo’, todos se darían la vuelta y se desharían de los sofás amarillos sin preguntar realmente por qué”, aseguró la joven. “Y si preguntaran por qué, serían perseguidos masivamente, en parte expulsados, condenados al ostracismo, y perderían a su familia, sus amigos, su trabajo”.
En la escuela, que era su único “salvavidas”, Jessie recuerda que no encajaba con los otros niños y se veía obligada a regresar a casa a la hora del almuerzo, porque a ella y a sus hermanos no se les permitía comer con los de su edad.
La secta también decretó que los hijos de los miembros mantuvieran la cabeza cubierta en la escuela y no se les permitiera hacer amistades fuera de la iglesia.
En 1995, a la edad de ocho años, Jessie y sus hermanos fueron retirados de la escuela pública para ser educados en casa. Para este momento, los miembros del culto comenzaron a crear sus propias escuelas.
A las mujeres no se les permitía llevar pantalones, joyas o maquillaje. Y a los miembros no se les permitía entablar amistades cercanas con otras personas, tampoco con familiares.
Todos los viajes que hacían estaban sujetos a la verificación de antecedentes por parte de un comité de ancianos, al igual que las mudanzas, el matrimonio y un número considerable de actividades similares.
Cuando tenía 16 años, fue abusada sexualmente por un hombre mayor y cuando reportó el hecho a sus apoderados de la congregación, estos le dijeron que ella “se lo había buscado”.
“Ni siquiera entendí qué era abuso hasta que tuve 30 años cuando comencé a ver a un consejero”, explicó. Recién ahora, Jessie se da cuenta de lo vulnerable que era, ya que la Hermandad no brindaba educación sexual alguna y no se les permitía mezclarse con el sexo opuesto en absoluto.
Su novio, la persona que cambiaría su vida
Dos años más tarde, cuando tenía 18, se fue a trabajar para su padre, que era dueño de varias empresas, incluida una papelería.
Fue en el trabajo donde conoció a alguien que cambiaría su vida: un hombre que era proveedor en el negocio de su padre.
“Cuando digo una cita, hablamos por teléfono y podemos tener 20 minutos en los que desaparezco a escondidas en mi hora de almuerzo y nos encontramos en algún lugar”, recordó. “No hubo ‘Vamos a pasar una noche en el cine’, nada parecido. No hay posibilidad de comer juntos. Nada. Pero eso continuó durante cuatro años”.
Sin embargo, la relación de Jessie quedó expuesta cuando un familiar la siguió y la vio con su novio. Tras ello, fue sometida a arresto domiciliario y reportada a los ancianos del culto, quienes informaron a Bruce Hales.
En consecuencia, su privacidad fue eliminada por completo: se revisaba su habitación regularmente y no se le permitía salir de casa sola.
Las cosas fueron de mal en peor cuando, en 2017, a su madre le diagnosticaron cáncer en etapa 4 y le dieron unos meses de vida.
Aunque tenía una buena relación con sus familiares, no tenía nadie de confianza en la hermandad con quien conversar sobre el tema, por lo que se acercó al hombre con el que tuvo una relación a los 18 años. Hablaba con él en secreto y, de esta manera, empezó a planear su escape.
Jessie fingía que tomaba fotos, pero en realidad iba a reunirse con su consejero, quien también se reunía con el novio. Así, obtuvo la propiedad de un auto, encontró una casa para alquilar y escapó; no obstante, dejar atrás a su familia, y sobre todo a su madre enferma, le generó un gran dolor. Al final no pudo estar con su progenitora, quien falleció seis meses después de que ella dejara la secta.
Sus problemas no acabaron al escapar, pues no sabía como utilizar una radio, un televisor y le resultaba difícil socializar con otras personas. Jessie dijo que, con el tiempo, ha logrado salir adelante. Cuatro años después, supo encontrar una nueva normalidad y ha aprendido a vivir como la mayoría de personas.
Conoció a su prometido hace un par de años, creó su propio negocio y ahora vive feliz debido a que volvió a tener la dinámica de una familia numerosa, ya que su pareja tiene hijos.
“Soy increíblemente afortunada, conozco a muchos que han escapado pero todavía están luchando”., señaló la joven.