En Brasil hay una cárcel donde se habla todo tipo de idiomas y los presos, la gran mayoría encerrados por tráfico de drogas, pueden ser de cualquier lugar. Menos de Brasil.
Se trata de la penitenciaría de Itaí, en una zona rural casi 300 kilómetros al oeste de Sao Paulo. Una cárcel apodada localmente Torre de Babel por su diversidad interior, que desafía a autoridades y presos.
Allí, las disputas no son por cuestiones de pandillas o grupos criminales, sino por motivos culturales o relacionados con el lugar de procedencia. Latinos versus africanos es una de las más comunes.
Con 1.474 reclusos, las celdas están abarrotadas como en tantas otras prisiones del país. Pero en esta cárcel hay otra sala que también está desbordada: la biblioteca, con miles de libros de todo tipo y origen; un orgullo local.
Lo más difícil de todo es la diferencia de culturas, afirma Yuzo Yamaguchi, un japonés encarcelado por receptación de automóviles.
Si una raza tiene más presos, ellos son más fuertes, entonces sin querer dominan la cárcel, agrega en una entrevista con BBC Mundo. Los africanos son (los) más fuertes.
Paulo Francisco Mendes, un angoleño que cumple condena en Itaí por tráfico de drogas, dice que la cultura africana es muy diferente a la de otros presos. Y señala como ejemplo la costumbre de los latinos de emplear expresiones insultantes sobre la madre de uno.
Siendo africano me siento ofendido, afirma. Aprendí a lidiar con este tipo de situaciones y otras aquí en la cárcel, y me tuve que tranquilizar muchas veces para no cometer otro delito.
NO ERES NADA La de Itaí es desde 2006 una cárcel sólo para hombres extranjeros condenados en Sao Paulo, una decisión del gobierno de ese estado para evitar que criminales brasileños causaran incidentes diplomáticos atacando presos de otros países.
Aquel año fue trasladado al lugar casi un millar de reclusos foráneos de diferentes prisiones. Y la cifra ha crecido desde entonces, señal de la importancia que adquirió Brasil como destino de inmigrantes pero también como lugar de consumo y tránsito de drogas a otros países.
Las celdas de Itaí tienen capacidad máxima para seis presos, pero en promedio hoy viven nueve en cada una. Del total, 85% está encerrado por tráfico de drogas (buena parte detenidos como mulas en aeropuertos), 10% por hurto o robo y apenas 1,5% por homicidio.
Actualmente hay presos de 83 países diferentes: cerca de la mitad son africanos y un tercio latinoamericanos. Pero también hay franceses y filipinos, estadounidenses y polacos, rusos y chinos, israelíes y libaneses…
Hay por ejemplo 60 españoles. Dionisio Padrón es uno de ellos. Detenido en 2008 en el aeropuerto internacional de Sao Paulo intentando llevar cocaína líquida a Europa, dice que ser homosexual le valió problemas especiales en Itaí.
Los africanos no aceptan el hecho de la homosexualidad y en un principio fue bastante desagradable, evoca y aclara que también tuvo problemas con latinos. Sobre todo la burla, el intento de querer pasar por encima de ti y decir tú no eres nada porque eres esto.
ME SIENTO OFENDIDO La superpoblación es un problema común en las cárceles de Brasil, uno de los países con mayor número total de presos: medio millón, unos 200 mil más que la capacidad máxima de sus prisiones, según los últimos datos oficiales y estudios divulgados.
Esta situación es criticada por organizaciones de derechos humanos. El propio ministro brasileño de Justicia, José Eduardo Cardozo, dijo en noviembre que preferiría morir antes que pasar años en un presidio de su país.
Pero Itaí se distingue en varios aspectos de otras cárceles de Brasil.
Fernando Ricardo Renesto, director de la penitenciaría, sostiene que en su unidad nunca hubo un caso de homicidio un dato que podría ser la envidia de otras grandes prisiones locales.
Sin embargo, Renesto admite que sí han ocurrido peleas entre africanos y latinoamericanos, que dejaron lesionados aunque sin llegar a escapar al control de la seguridad.
Nigeria es el país con más presos en Itaí: 361. El segundo es Bolivia con 133 y el tercero Perú con 122.
La superpoblación de Itaí ha contribuido a poner a prueba la capacidad de tolerancia de muchos presos.
Pero Renesto observa que la tendencia al aumento de los presos puede cambiar por un aumento importante del número de expulsiones de extranjeros de Brasil por delitos o faltas: este año fueron 414 hasta agosto, encaminándose a batir el récord de 459 del año pasado, según cifras oficiales.
ESTAMOS ENCERRADOS La cárcel de Itaí es, de hecho, un experimento peculiar sobre la convivencia en un lugar cerrado de distintas culturas, razas y religiones. Y en ciertos casos afirman que el resultado es mejor de lo que muchos afuera podrían esperar.
Nunca vi esa diferencia de musulmanes y judíos aquí, comenta Karim Hincha, un tanzano musulmán que cumple condena por narcotráfico internacional.
El mayor nivel educativo de los presos de Itaí es otra diferencia con otras cárceles brasileñas: dos de cada cinco concluyeron la enseñanza media y uno de cada 10 tiene estudios terciarios. Los analfabetos suman sólo 1%.
Cerca de la mitad de los presos de la cárcel tienen una ocupación, indica Renesto. Muchos lo hacen en talleres de costura o bisutería, como forma de reducir sus condenas. Y cerca de 20% estudia, el doble que en las demás prisiones del país.
Condenado por tráfico de drogas, el paraguayo Adercio Bordón cuenta que aprendió a leer y escribir en la cárcel de Itaí con clases que dan los servicios públicos.
Es un poco difícil para mí, lejos de mi familia, pero aprendí una cosa buena acá, sostiene. Ahora veo un libro, lo abro y sé leer.
Y libros abundan en Itaí: su biblioteca, abarrotada, cuenta con unos 17 mil ejemplares en 35 idiomas diferentes, en su mayoría donados por los propios presos, el gobierno o servicios diplomáticos extranjeros.
Hay libros en español y en inglés, en búlgaro y en chino. Uno de los más populares es El amor en los tiempos del cólera, dice Murat Kaya, un preso turco-holandés que trabaja como bibliotecario.
Kaya cuenta que habla siete idiomas y que en Itaí aprendió portugués y español, algo que espera le ayude a reinsertarse en la sociedad cuando recupere la libertad.
De pronto, un olor a humo de marihuana entra en la biblioteca por alguna de las ventanas de ventilación y nadie sabe de dónde viene. A través de esas ventanas también se escuchan los gritos de presos castigados en aislamiento por mala conducta.
Kaya se niega a hacer comparaciones con otras prisiones.
En cualquier país, una prisión es una prisión: siempre es mala. Nadie puede decirme que tenemos la mejor prisión de nuestro país, sostiene. Una prisión es una prisión: estamos encerrados.