Cuarenta años después del golpe de Estado que en 1973 derrocó al gobierno socialista de Salvador Allende y dio inicio a un gobierno militar de casi dos décadas, Chile vive estos días bajo lo que un psicoterapeuta podría describir fácilmente como la crisis de la edad madura.
Los síntomas están a la vista. No hay certeza de los caminos tomados, el desapego ante las instituciones es frontal y la clase política está desacreditada después de 20 años de administración abusiva del modelo neoliberal.
En la calle se discute sobre el futuro como algo conjetural y disperso, las decisiones del pasado son vistas con sospecha cuando no con recelo, el presente se crispa de viejas heridas y traumas no resueltos y hasta el censo nacional fue desautorizado y anulado luego de serias deficiencias en su realización. Los chilenos no saben cuántos son en número, no tienen una referencia actualizada de sus logros, ni tampoco saben lo que consumen ni hacia dónde se dirigen.
Acaso por lo mismo, el reclamo se ha vuelto una práctica cotidiana.
Incluso pueblos pequeños como Tocopilla, en el norte, o Aysén, en el sur, recuerdan a Fuenteovejuna y se han levantado en demanda de un Estado responsable donde los beneficios del crecimiento económico lleguen a todos los rincones del país.
Tras la revuelta del año 2011, cuando decenas de miles de estudiantes se volcaron a las calles exigiendo el fin al lucro en la educación, el consenso que había regido a Chile desde el retorno a la democracia en 1990, y que la clase política usó como excusa y escudo para justificar muchas de sus decisiones, perdió su supermacía. Ya nadie parece dispuesto a bajar sus demandas por salvarlo.
Si a nivel regional Chile destacaba como un modelo a seguir en cuanto a estabilidad política, empuje económico, disciplina fiscal, ampliación de oportunidades y crecimiento de las clases medias, hoy esa imagen ha desnudado sus límites, contradicciones y supuestos de sustentabilidad.
Los movimientos sociales de 2011 acabaron con la estructura transicional, porque le quitaron su premisa: la política debía ser de baja intensidad para ser soportada por las instituciones post-dictatoriales”, asegura el sociólogo y académico Alberto Mayol, columnista del periódico virtual El Mostrador.
LA CRISIS DE LA DISCIPLINA Sorprendentemente, todo esto coincide con una fecha matricial en la historia patria: los 40 años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
Cuarenta años es, en efecto, un número redondo para la crisis. Hace cuatro décadas, un padre castigador decidió acabar con el viejo orden republicano y aplicar una política de shock neoliberal para refundar el país en lo económico e institucional. Entonces su premisa de éxito era una sola: la disciplina, una palabra ante la cual hoy nadie está dispuesto a doblegarse. Todo lo contrario.
No es de extrañar entonces que en medio del nuevo clima de disenso la memoria multiplique sus expresiones y bata récords de sintonía en la televisión abierta: el programa Imágenes Prohibidas, donde en forma cruda se presentan cada miércoles las desapariciones, muertes y torturas ocurridas bajo el régimen de Pinochet, desplazó en sintonía a la teleserie nocturna Soltera otra vez, imbatible hasta ahora en las preferencias de los televidentes.
Otro botón de muestra: hace un par de semanas el espacio periodístico El Informante puso por primera vez ante las cámaras a un ex Comandante de Jefe, Juan Emilio Cheyre, frente a una víctima de serias violaciones a los derechos humanos, Ernesto Lejderman, quien a los 2 años de edad perdió a sus padres cuando una patrulla militar los fusiló de manera sumaria tras el golpe de Estado.
Al momento de emitirse el programa, Cheyre oficiaba como Director del Servicio Electoral. Al día siguiente, tuvo que renunciar a su cargo bajo acusaciones de complicidad, encubrimiento y falto a la verdad en un episodio del cual fue testigo directo, ya que él mismo fue a entregar al niño huérfano, Ernesto Lejderman, hoy de 42 años, a un convento de monjas para su cuidado.
Días después, el senador Hernán Larraín, del partido de ultraderecha UDI, sostén del régimen de facto, se arrepintió públicamente de haber desoído los reclamos de los familiares y víctimas de la represión.
No será el último en hacerlo: por estos días, el espacio público es testigo de la recuperación de la memoria colectiva y nacional a través de libros, novelas, documentales de la época, muestras de fotografía y pintura, exposiciones (una de ellas lleva por título Libros quemados, escondidos y recuperados a 40 años del Golpe), seminarios académicos y coloquios internacionales que se aprontan a ser inaugurados en Santiago desde la primera semana de septiembre.
VOLUNTAD DEL FUTURO Cuando el futuro es opaco o está apagado una meseta que nada puede cambiar el pasado aparece en sordina. Fue lo que ocurrió de manera predominante en los años de la transición. Entonces casi se dejó de respirar para que nada se alterara, escribió sobre el tema Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales y habitual polemista en la prensa nacional.
Cuando el futuro se agita y los seres humanos se dan cuenta que las cosas pueden ser distintas, como está ocurriendo ahora el pasado retorna con bríos y todo lo que pasó y que parecía haber quedado a las espaldas, exige ser tomado en cuenta, explicado o justificado, sostuvo el abogado, para quien el renacer de la memoria se explica por la voluntad de futuro que ha surgido en el país.
Nadie quiere quedarse atrás en el recuerdo, en sintonía con una sociedad que dice no estar dispuesta a seguir por derroteros que asegura no haber elegido del todo.
Porque de eso se trata la crisis de la edad madura, justamente, de reivindicar ideales perdidos.
Y qué mejor que los 40 años para tomarse un respiro, otorgarse licencias, mirar el pasado y recapacitar sobre lo conquistado y lo irremisiblemente perdido al tenor de esa vocación de laboratorio que siempre ha acompañado a Chile. La historia reciente del país así lo evidencia.
Fue aquí donde se probaron la revolución en libertad del presidente Eduardo Frei Montalva y la vía chilena al socialismo, que hizo entrar a Allende en la Historia como el primer líder marxista elegido por voto popular, y luego, ya con los militares, donde se dio el vamos al primer plebiscito convocado por una dictadura para derrocar al mismísimo Pinochet, cuestión que sorprendió al mundo en octubre de 1988.
LA RAREZA DEL PRESENTE Una rareza sólo comparable al actual estado de cosas, en donde los principales aspirantes a la Presidencia en las elecciones del próximo 17 de noviembre son dos mujeres de telenovela: la derechista Evelyn Matthei y la ex Presidenta Michelle Bachelet.
La rareza no dice relación con el género y los culebrones de media tarde, sino con la familia militar: en efecto, ambas son hijas de generales y ambos generales pertenecían a la Fuerza Aérea en 1973.
La diferencia es que para entonces uno de ellos oficiaba como director de la Academia de Guerra Aérea (Fernando Matthei) y el otro como prisionero en los sótanos de la misma Academia (Alberto Bachelet). Es decir, uno era el carcelero seguidor del golpe de Pinochet y el otro un alto oficial encarcelado por su lealtad con Allende.
El primero llegó a ser comandante en Jefe y miembro de la Junta Militar en 1976, mientras que Bachelet falleció como consecuencia de las torturas aplicadas por sus compañeros de armas durante los primeros meses de terror del nuevo régimen.
Incluso hay una causa penal interpuesta por el abogado Eduardo Contreras en contra del primero por la responsabilidad que pudo tener en la muerte del segundo, algo sobre lo cual sin embargo ninguna de las hijas-herederas-candidatas ha querido insistir.
De seguro, un guionista habría sido despedido por inventar semejante enredo para una historia televisiva, pero el laboratorio que ha sido siempre Chile permite que la realidad supere no sólo a la ficción sino también a la memoria.
Tal es el nuevo experimento al uso en estas elecciones. Independientemente del programa de reforma profunda que ofrece la candidatura de Bachelet o de preservación del modelo que levanta Evelyn Matthei, lo cierto es que en estas elecciones el poder se mueve hacia su último bastión, como dice Mayol en su análisis.
Sea quien sea la futura Presidenta, lo que el laboratorio de Chile expondrá al mundo a continuación será el fin de un ciclo y una época en que los resguardos institucionales y el disciplinamiento de los espíritus dominaron la reconstrucción de la vida ciudadana en democracia.
Por lo mismo, este será el triunfo del malestar y de la crisis, no de un programa coherente al cual ya han dado su respaldo, por distintas conveniencias, desde neoliberales hasta comunistas. Luego habrá que resolver.
Se sabe que las crisis de la edad madura tienen derivas diferentes según las personalidades y caracteres.
Unos se lanzan bajo las líneas del tren porque consideran perdidos sus ideales, mientras otros cierran los ojos para sumergirse por completo en la corrupción de esos mismos ideales. Los más serenos, cuidan lo que han logrado y se hacen a un costado para abrirle camino a los jóvenes, a los menos endeudados con todo ese pasado de humo y furia que hoy vuelve para cobrarse lo que, asegura, todos le deben.
(*) Roberto Brodsky es un periodista y escritor chileno, profesor visitante en la Universidad de Georgetown, Washington DC.