Gisella López Lenci
¡Aleluya! ¡Bendito sea Jesucristo! ¡La Biblia lo dice! ¡El fin de los tiempos se acerca! Los congregados al culto miran al cielo, elevan sus manos y repiten frases sueltas como un mantra, están en éxtasis, en el éxtasis del Señor, el Creador.
El que ora, alaba y se mueve de un lado a otro no es un sacerdote de larga túnica. Es un hombre vestido de terno, con la Biblia en la mano, que mantiene a su audiencia cautiva. Es un pastor de una de las miles de iglesias evangélicas que cada día ganan más fieles en Latinoamérica.
La región con más católicos en el mundo también alberga un protestantismo dinámico que se ha fortalecido en los últimos 20 años y que ya dejó de ser un simple fenómeno de masas. Los cristianos evangélicos son ahora un 20% de la población latinoamericana y su crecimiento sigue siendo exponencial.
“Se trata de la religión popular latinoamericana. Más que un protestantismo, es un cristianismo de la emoción. Esa es la fuerza de este movimiento que sigue arrasando”, explica a El Comercio el historiador francés Jean Pierre Bastian, uno de los investigadores más reputados que ha escrito diversos libros sobre el crecimiento evangélico en América Latina.
AVANCE IMPARABLE Si bien el avance de las iglesias evangélicas se ha hecho evidente desde los años 80 y 90, el protestantismo ha estado en nuestra región desde la Colonia, sobre todo en el Caribe y en Brasil, donde se instaló la primera colonia calvinista en 1555, en la isla Guanabara.
En el siglo XIX, en los inicios de la República, los primeros liberales aceptaron la llegada de iglesias presbiterianas, bautistas, metodistas y anglicanas, bajo el auspicio de los estadounidenses que construyeron escuelas y hospitales. Pero la población protestante nunca pasó del 1%.
Es a partir de la década de los 50 que empiezan a tener mayor presencia en América Latina y a ganar adeptos, sobre todo en zonas rurales y en los cinturones pobres urbanos.
“Para este sector de la población, la Iglesia Católica reflejaba los modos de control de la sociedad, con una organización vertical donde las élites blancas son las que tienen el poder, y que la verdad desciende de los ilustrados hacia los de abajo”, afirma Bastian. “La gente ve en el pastor a su líder, que habla con el lenguaje del pueblo. Pero en la Iglesia Católica generalmente ve en el cura a un hombre blanco, y muchas veces español”, reflexiona.
“Incluso, cuando se desarrolló la opción preferencial por los pobres –a través de la Teología de la Liberación – esta se hizo desde arriba hacia abajo”, agrega.
Jacobo Marquina, pastor de la iglesia Palabra del Altísimo, de Jesús María, afirma que hay una necesidad de evangelizar la nación. “Todas las iglesias están buscando predicar más a través de diferentes formas y medios”, comenta. Por ello, explica, se hace mucho énfasis en el creyente para que comparta su fe, y se empieza con grupos pequeños, para que otros tengan oportunidad de escuchar el Evangelio.
ESPECTÁCULO DE LA FE Pero el arrastre de la comunidad evangélica no se quedó solo entre los pobres. Es la clase media emergente latinoamericana la que se siente más atraída, pese a que en algunos casos el discurso de algunas iglesias suele ser más ortodoxo y fundamentalista.
Las templos son cada vez más grandes, los cultos se realizan en estadios, se convocan conciertos multitudinarios, recaudan millones de dólares en diezmos y compran cada vez más radios y televisoras. Ni qué decir de su presencia en Internet y las redes sociales.
“Sus modelos de comunicación son muy eficaces y sus cultos tienen mucha emoción. Son alegres, espectaculares”, añade Bastian. Esto –señala– ha hecho que se haya latinoamericanizado el modelo pentecostal estadounidense, el que ha tenido más arraigo en la región. “Sus formas de alabanza son muy latinas”.
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