Ha querido la historia que, en contadas ocasiones, las manos se vuelvan las protagonistas de los relatos. En todos los casos, alguna suerte de divinidad estuvo involucrada: desde el roce de índices en “La creación de Adán” de Miguel Ángel, pasando por un encuentro personal con Dios en “Las manos que oran” de Durero, hasta el puño maradoniano que hizo ascender al cielo a un mortal.
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Menos generosa ha sido la historia con los logros seculares que se alejan de la pompa. Para ellos, el olvido.
Solo así se puede entender que muy pocos sepan que, en el pequeño pueblo francés de Coupvray, existe una tumba solo para un par de manos. No son las manos de cualquiera, sino del hombre que, como si se tratase de un milagro, hizo que los ciegos vieran.
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Ni se trata de un santo ni de una exageración. En el cementerio de esa diminuta comuna francesa, se conservan en una caja de mármol, las manos de Louis Braille, el hijo predilecto del pueblo. El resto de su cuerpo yace en el Panteón de París, el lugar a donde van a descansar los héroes de la nación.
De la oscuridad nació la luz
Luego de conocer el rostro de sus padres y de regodearse con el bucólico paisaje de Coupvray, la vida del pequeño Louis Braille se llenó de tinieblas. En 1812, cuando tuvo tres años, se llevó al ojo derecho una de las herramientas puntiagudas de su padre, hombre dedicado a la confección de arneses. Meses después, el izquierdo se inflamaría, hasta que, finalmente, quedó ciego.
Así recrea su infancia el artículo “The Story of Louis Braille”, que destaca que sus padres fueron en contra de lo que se dictaba en la época y lo mandaron al colegio.
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“Su padre lo ayudó a aprender a leer martillando clavos de tapicería en forma de letras sobre bloques de madera. Al sentir las cabezas redondas y levantadas de los clavos, Louis aprendió el alfabeto”, se lee en la investigación.
Hubo algo de suerte en la vida de Braille, porque nació en el momento y en el lugar ideal.
La educación, siempre en constante cambio, encontró, a mediados del S. XVI, una diferencia entre los niños y adultos, por lo que debió adaptarse. Más tarde se escucharía a Denis Diderot exigiendo mayor atención a la educación de los ciegos. Así lo anota “La formación de ciegos y discapacitados visuales”, investigación que propone una mirada histórica al asunto y que ha encontrado en Valentin Haüy una pieza clave.
Haüy, en 1784, fundó en París el Institut National de Jeunes Aveugles. Braille se matricularía allí a los 10 años.
“En la escuela se trabajaba con las letras normales en relieve, este método resultaba excesivamente lento y, por consiguiente, no demasiado útil -se lee en el artículo- Louis Braille se propuso encontrar un nuevo método que facilitara la lectura y escritura con facilidad y rapidez”.
En búsqueda de las vanguardias, Haüy invitó al capitán retirado del ejército napoleónico, Charles Barbier, para mostrar su descubrimiento. Este, en medio de las guerras, creó un sistema para que los soldados pudieran leer sin ver, tan solo utilizando con los dedos, inventó perfecto para evitar prender una luz y ser descubierto en medio del conflicto.
A los 12 años, Braille majó el código vigente de Charles, y, un año después, inventó el propio.
“El de Braille usaba menos puntos, facilitando el aprendizaje, y tenía un patrón lo suficientemente pequeño como para caber en la punta de un solo dedo, de forma que eran más fácil de leer -se explica en “The Story of Louis Braille-. Cada grupo de 6 puntos, llamado celda, tiene 3 puntos de alto y dos de ancho, y permite 64 caracteres diferentes, incluyendo letras, números, espacios, signos de puntuación y acentos, y, más tarde, símbolos matemáticos y notación musical”.
Pero Braille no logró disfrutar del éxito en vida. Su inventó no fue aceptado ni por el rey, y solo fue hasta dos años después de su muerte (1852), que el gobierno francés aprobó su implementación.
En 1858, en el Congreso Mundial de Ciegos, se aceptó el Braille como código universal.
Un tema pendiente
Hoy es el Día Mundial del Braille, fecha elegida para coincidir con el natalicio de Louis Braille. Y este es el segundo año en el que se celebra, lo que puede sonar extraño si se tiene en cuenta que, en el planeta, hay cerca de 1.300 millones de personas que sufren ceguera o alguna discapacidad visual. Tan solo en el Perú, y según el censo del 2017, hay aproximadamente 1 millón y, según la Unesco, solo el 6% sabe utilizar este alfabeto.
Una de las personas que pertenecen a ese minúsculo porcentaje es la periodista Vivians Carrión, quien esgrime algunas razones que pueden ayudar a entender dicha cifra. “El acceso a la educación de calidad, más las brechas digitales o de información, hacen que las personas no utilicen el braille”, afirma.
Carrión es consciente de la importancia de manejar ese sistema. En su caso, ella considera que el braille es “la puerta en conexión con el mundo”, pero que se debe combinar y adaptar las nuevas tecnologías que nunca paran de evolucionar. Si es que no sucede esto, es probable que la situación siga inalterada.
Si bien en el Perú existen iniciativas inclusivas (algunas pistas y verdes, así como las monedas, tienen inscripciones en braille), Carrión considera que todavía son muy pocas. Ni recordar que, en las últimas elecciones, ella apareció en América Televisión, diciendo que aparentemente se habían olvidado de poner la cartilla en braille en su mesa de votación.
Ella dijo: “Son imprevistos que ocurren, pero [sirven] para poder aleccionar a las personas encargadas de los procesos electores a que nos tengan en cuenta. Si estamos en las mesas es porque vamos a ejercer nuestro voto”.
Porque a ese 94% de personas invidentes que no saben utilizar el braille, habría que sumarle a no hay políticas sostenidas que las traten de integran a la sociedad. En algo tan simple como lo son las señaléticas, dice Carrión, todavía falta un largo camino por recorrer.
“No hay una regulación o normativa para etiquetar los productos en braille. Por ejemplo, los medicamentos. Los que sí están adaptados vienen del extranjero”, sentencia.
Hoy por hoy, Carrión trata de que en su vida exista un equilibrio entre lo digital y el braille. Por ejemplo, para evitar que caigan en manos de inescrupulosos, ciertos números o códigos importantes los guarda en braille y no el celular. Pero, claro, todavía hay muchas personas que no pueden acceder a este sistema. El Estado, no queda duda, tiene que involucrarse más en este asunto. Los talleres que ofrece la Biblioteca Nacional, por el momento, parecen ser insuficientes.
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