Aunque pasaron los años, el recuerdo está ahí. Yo he tratado de no recordar, porque no es algo lindo.
La frase corresponde a José Luis Pinazo, el chofer de la lancha de transporte escolar que lleva diariamente a los niños a la escuela de Villa Paranacito, en el delta del Paraná.
Ubicado a poco más de 200 kilómetros al norte de Buenos Aires, el delta marca el final del segundo río más largo de Sudamérica.
Pero ahora, gracias a una nueva investigación, este hermoso paisaje de ríos, riachuelos y pantanos pudiera aclarar una cuestión relacionada con la muerte.
Es un tema que además tiene décadas atormentando a buena parte de la sociedad argentina : ¿dónde están los desaparecidos que dejó el último gobierno militar, (1976-1983)?
El recientemente publicado libro del periodista argentino Fabián Magnotta aspira a ofrecer alguna respuesta.
Su investigación, basada en numerosos testimonios inéditos de isleños del delta, lanza la hipótesis de que el delta puede ser una enorme fosa común. Un lugar donde cientos de personas, detenidos y torturados durante la Guerra Sucia, habrían sido lanzados desde aviones y helicópteros. Algunos vivos, otros ya muertos. Pero todos ahora considerados desaparecidos.
El informe oficial de víctimas de la junta militar habla de casi 20.000 desaparecidos. Organizaciones de derechos humanos dice que son 30.000. Y el Equipo Argentino de Antropología Forense apenas ha identificado poco más de 500, el resto sigue con paradero desconocido.
Por eso Magnotta llama al delta del Paraná, el lugar perfecto.
EN LOS JUNCALES Junto a Magnotta y un lugareño recorrimos el delta en bote, y lo vimos desde las alturas en una pequeña avioneta.
Se nos explicó que en algunos lugares el agua del río llega a 60 metros de profundidad. Desde el cielo se observa además enormes área de pantanos, capaces de absorber un cuerpo en segundos. Y luego hay montes, prácticamente impenetrables, donde un cuerpo humano puede fácilmente desaparecer.
Yo recuerdo haber visto cadáveres en el Río Bravo (un brazo del delta del Paraná) que eran tirados desde aviones. Los encontraban enredados en los juncales, dice a BBC Mundo Marcos Queipo, un mecánico retirado que ha vivido toda su vida en la zona.
Recuerdo haber visto como helicópteros o aviones lanzaban bultos. Abrían la escotilla y se veía caer el bulto desde el aire, señaló Pinazo a BBC Mundo.
Al principio nadie sabía qué contenían estos bultos. Pero después con los días se descifró lo que tenían, apunta.
Queipo lo averiguó por cuenta propia. Abrió varios de estos bultos. Todos tenían un cuerpo sin vida. Jóvenes en su mayoría. También muchos con las manos atadas.
De tanto encontrar bultos con cuerpos ya dejé de revisarlos en el río. Ya sabía qué eran, dice este mecánico retirado.
Los testigos que hablaron con BBC Mundo, y con Magnotta para su libro, coinciden al ser consultados de manera separada en que a veces veían vuelos todos los días. Sobre todo en los primeros años de gobierno militar, entre 1976-1978, en que se sabe que la represión fue más cruenta.
Actualmente hay un juicio en curso que busca investigar estos vuelos de la muerte. Siete ex funcionarios, incluyendo varios expilotos militares, son acusados de haber lanzado personas detenidas en la Escuela Superior de Suboficiales de la Armada (ESMA). Todos niegan los cargos.
Pero el libro de Magnotta hace una relación entre el delta y la ESMA. Emilio Massera, el fallecido almirante a cargo del centro de detención, era oriundo de Entre Ríos, donde termina el Paraná. Se sabe que además pasaba vacaciones en el delta y que conocía bien el lugar.
Durante años se ha señalado en juicios o investigaciones que muchos detenidos fueron lanzados al Atlántico o al Río de la Plata.
La investigación de Magnotta agrega un nuevo vertedero de cuerpos, el delta del Paraná. A unos 20 minutos en vuelo desde Buenos Aires y con las características que facilitan la desaparición de cadáveres.
Por ello sus averiguaciones han sido entregadas al Ministerio Público que participa en el juicio de vuelos de la muerte de la ESMA.
MIEDO Un elemento que facilitó, digamos, el silencio durante décadas sobre lo que ocurría en el Paraná es la misma característica del isleño del delta.
Son personas extremadamente reservadas con los que vienen de afuera, dice Magnotta a BBC Mundo.
Al periodista le llevó años romper la reticencia de los locales. En buena parte ayudó un amigo local cuyo rol fue crucial.
Pero también hay otro factor quizás el principal que contribuyó al silencio: el miedo impuesto por los militares.
La reacción inicial de Queipo fue informar de los cadáveres a la policía.
Fui y les dije que había muchos cuerpos flotando en el río, y me dijeron cállese o si no le va a pasar lo mismo, recuerda.
Tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 a mayor parte de las policías fueron intervenidas por los militares.
Estas eran cosas de las que no se hablaban. Nunca quise tener problemas con nadie, cuenta Pinazo.
Pinazo no duda en afirmar que eran tiempos muy difíciles.
El como toda su comunidad han vivido décadas con el peso de los horrores que vieron.
Algunos lugareños vieron cadáveres colgados de árboles, que no terminaban de caer al río. A otros les cayeron cuerpos en sus propias casas, a través del techo. Otros, simplemente vieron cuerpos en el río con estremecedora frecuencia.
Algunos de los niños que yo llevaba tenían miedo cuando veíamos los bultos. Pero yo les decía que había que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos, aseveró Pinazo.
Durante décadas el miedo a los militares prevaleció. Pero con el inicio de los juicios a los responsables de tales atrocidades en 2003, muchos vencieron la resistencia a hablar.
De hecho tanto como Pinazo como Queipo pidieron el anonimato antes de hablar con BBC Mundo. Pero ambos cambiaron de parecer, voluntariamente, tras la conversación.
Desde que salió el libro (a finales de 2012) ahora me llegan mensajes o correos casi dos veces por semana con nuevos datos, dice Magnotta.
Y es que los isleños son una víctima más de la dictadura. Tuvieron que soportar durante años a la muerte como algo cotidiano desde el cielo, señaló Magnotta.
VÍCTIMAS Víctimas también lo son quienes tienen más de 30 años buscando a un familiar desaparecido.
La familia Dezorzi es una de miles. Pero a ellos los caracteriza que viven en Gualeguaychú, muy cerca del delta.
Santa Teresita Dezorzi, sabe bien que su hijo Óscar puede haber sido lanzado a su muerte muy cerca de donde vivía. Se presume que pudo haber estado en la ESMA, a menos de media hora del delta en avión.
A Óscar lo sacaron semidesnudo de su casa, en la madrugada del 10 de agosto de 1976. Era militante de Montoneros, el grupo de extrema izquierda que la junta militar buscó (y logró) extirpar. Santa Teresita no lo vio más nunca, pero lo buscó siempre como parte de Madres de Plaza de Mayo.
Tengo esperanzas de que encuentren los restos. Eso me ayudaría, dice.
Óscar tenían un hijo de cinco meses cuando lo secuestraron. Hoy Emanuel tiene 37 años.
37 años sin saber qué sucedió con mi padre, dice.
Santa Teresita recuerda que vieron juntos por televisión cuando el expresidente Raúl Alfonsín anunció la vuelta a la democracia, en 1983. En ese momento, Emanuel, de siete años, le preguntó: ¿ahora van a aparecer los desaparecidos?.
En diciembre pasado un tribunal sentenció a cuatro exmilitares y policías por la desaparición de Óscar Dezorzi. Pero el juicio no les dio pistas de qué fue de sus restos.
Hay gente que sabe. Guardar silencio es un acto de cobardía. Si lo tiraron al delta que lo digan, si lo enterraron en una tumba común que lo digan, señaló a BBC Mundo Emanuel.
Para qué seguir haciendo daño. Ella (Santa Teresita) no le hizo daño a nadie. Yo tampoco. Los desaparecidos son una herida que no se cierra hasta que aparezcan, afirmó.