China celebra este 26 de diciembre los 120 años del nacimiento del padre de la República Popular China, Mao Zedong.
Sidney Rittenberg, un estadounidense y excomunista que pasó 35 años en China y que conoció personalmente a Mao Zedong, analiza cuán relevante es su figura hoy día en el gigante asiático.
Como todo en China, analizar la relevancia de Mao Zedong en la actualidad es algo así como hacer un estudio sobre la paradoja. Mao es más grande que su propio retrato, cuya inmensidad domina el centro de la Plaza Tiananmen en Pekín y, al mismo tiempo, es más pequeño.
Más grande porque es el equivalente a lo que George Washington fue para Estados Unidos, el fundador de la República Popular China, el gran unificador de su antiguo, extenso y variado pueblo.
Pero también pequeño porque los jóvenes chinos hoy día, incluidos los miembros jóvenes del Partido Comunista, no conocen sus escritos, su doctrina, sus grandes éxitos y sus colosales errores.
El presidente chino, Xi Jinping, y su nuevo equipo de colaboradores, advirtieron que una desmaoficación al estilo soviético podría crear gran confusión y debilitar al gobierno, un gobierno cuya estabilidad consideran esencial para llevar a China por el espinoso camino de la reforma.
Al mismo tiempo, admiten los resultados catastróficos de las aventuras maoístas de los últimos tiempos, como el llamado Gran Salto Adelante (una serie de medidas económicas, sociales y políticas puestas en práctica a fines de los 50 para aprovechar el capital humano a fin de industrializar al país) o la Revolución Cultural (el movimiento político que se desarrolló entre 1966 y 1976, cuyo objetivo era fortalecer el comunismo eliminando los elementos culturales capitalistas y tradicionales de la sociedad china).
Estos experimentos sociales megalómanos costaron la vida de decenas de millones de personas.
A diferencia del exlíder soviético José Stalin, Mao no sentenció a muerte a nadie y ciertamente no buscó crear una hambruna terrible. Pero sí tenía pleno conocimiento de que estaba llevando a cabo un experimento social enorme que afectaba la vida de millones, cuyo resultado era incluso para él mismo una incógnita.
Él mismo se lo confesó a la escritora estadounidense de izquierda Anna Louise Strong en 1958, cuando ella estaba a punto de escribir un libro elogiando el Gran Salto Adelante de Mao.
Espera otros cinco años para escribirlo, le dijo, explicándole que no estaba seguro de cuál sería el resultado.
La filosofía de Mao, el arma secreta de China
¿Pero está Xi Jinping reviviendo el maoísmo? ¿O eso es lo que estaba haciendo el exdirigente caído en desgracia Bo Xilai? La respuesta es no, en ambos casos.
Bo Xilai estaba simplemente usando eslóganes demagógicos igualitarios para atraer a los pobres. En cuanto a Xi Jinping, sus políticas reformistas son directamente opuestas a las políticas económicas maoístas, pero él usa hábilmente la lógica dialéctica de Mao para analizar los problemas de China y sus supuestas soluciones, y defiende los logros positivos de la era maoísta.
Esto nos lleva a un punto muy interesante, ignorado por la mayoría de los académicos occidentales: el hecho de que la filosofía analítica sintética de Mao es el arma secreta genuina de China, pese a ser ignorada incluso en la China de hoy.
Pongamos como ejemplo la situación de China a mi llegada, en septiembre de 1945.
Dos partidos rivales, el Kuomintang o KMT (el Partido Nacionalista Chino) y los comunistas chinos, estaban preparando a sus ejércitos para conquistar el poder en una guerra civil sangrienta.
Del lado nacionalista, los soldados estaban bien alimentados, bien entrenados y contaban con apoyo aéreo, tanques, artillería pesada y transporte motorizado. En número superaban con creces a los comunistas.
Controlaban la mayor parte de las líneas de comunicación y las principales ciudades fuera de Manchuria, en el noreste China. Contaban con gran apoyo —en armas y dinero— de Estados Unidos. Su superioridad era, a todas luces, absoluta.
¿Y del lado comunista? En noviembre de 1946 viajé a 40 kilómetros fuera de Yenán, en el centro-norte del país, para visitar a la brigada comunista 359, cuyo comandante, Wang Zhen, era amigo mío. Esta brigada había formado parte de la Larga Marcha —la retirada militar del ejército rojo del Partido Comunista de China para evitar la persecución del Kuomingtang— y había creado un camino hasta llegar a la provincia de Guangdong, en el sur del país, para apoyar la construcción de una base aérea estadounidense durante la II Guerra Mundial.
Cuando los encontré marchando hacia Yenán me quedé helado. La mayoría de los soldados parecían adolescentes. Casi todos andaban con zapatos precarios.
De los diez hombres que componían un escuadrón, cinco o seis habían conseguido un rifle japonés, el resto llevaba garrotes o lanzas.
Mi corazón se estremeció al verlos. ¿Cómo podían ganar?
Sin embargo, lo hicieron y con mucha pericia, por cierto. ¿Por qué? Gracias a su forma de pensar superior y más científica que los llevó a adoptar políticas ingeniosas y muy populares (como la reforma agraria), y a sus tácticas versátiles que aplastaron a los robustos cuerpos de oficiales del Kuomintang.
Mao, el gran maestro
Frente a los demás, Mao siempre se describió a sí mismo como un maestro de escuela primaria. Fue, de hecho, el maestro más grande de filosofía en la historia de la humanidad.
Entre sus principios más importantes estaba el buscar la verdad a partir de los hechos. Investigar y estudiar los hechos en un área de trabajo o en una localidad específica y basar las políticas y acciones en estos estudios. No empezar a partir de una verdad preconcebida y recabar información factual para demostrar que uno está en lo cierto, ignorando los hechos que generan dudas sobre nuestras conclusiones.
En 1947 traduje una serie de 40 artículos sobre cómo llevar a cabo la reforma agraria. El artículo 40 fue escrito personalmente por Mao, con su gran pincel de pelo de lobo. Decía así: si algún trabajador de la reforma agraria está en desacuerdo con los 40 artículos y quiere sabotearlos, la mejor manera de hacerlo es poniéndolos en práctica en su propio pueblo exactamente como dice aquí. No estudies tus circunstancias locales, no adaptes las decisiones a las necesidades locales, no cambies nada y fracasarás rotundamente. Sin investigación, no hay derecho a hablar, decía Mao.
Uno se divide en dos. Todo tiene varias aristas, todo fluye, nada es puro y simple. No analizar, no sondear, asumir que todo lo que se ve es lo que hay es la combinación perfecta para el desastre.
Puede que un comandante del Kuomingtang sea profundamente anticomunista, pero que su hija forme parte del movimiento estudiantil y tenga alguna influencia sobre él. Puede que le disguste enormemente Chiang Kai-Shek, líder del Kuomingtang, o que su secretaria sea comunista, en secreto. Él es un hombre complejo, de muchos rostros. Encuentra y presiona sus puntos débiles.
¿Tu enemigo es muy superior en números y armas? Entonces lucha contra él en pequeñas dosis, en situaciones locales donde lo superes en número y le saques ventaja. Nunca pelees cuando la victoria no sea certera. Tu posición estratégica general en el comienzo es defensiva, pero cada batalla individual debe ser ofensiva, para cambiar el balance de fuerzas y ganar la guerra.
El método de la Línea de Masas: de las masas y para las masas. El equipo líder debe ser como una planta procesadora que recoge información de las necesidades y exigencias de la gente de la base, formula políticas para suplir esas necesidades y regresa a las bases para monitorear la implementación de las decisiones y hace las revisiones correspondientes. Esto debe ser un proceso continuo de liderazgo de arriba hacia abajo. Prestarle atención nuevamente a este proceso ha sido uno de los mayores esfuerzos del equipo del presidente chino Xi Jinping.
Historiadores en China y en el extranjero continuarán estudiando el rol de Mao durante siglos, pero su figura multitalentosa, con todo lo malo y lo bueno a lo que dio origen, no será olvidada por los chinos.