En la unidad de maternidad del Hospital Sieff, en la ciudad israelí de Tzfat, la llegada a salvo de cualquier bebé se siente como un pequeño milagro.
Pero en el día que nosotros la visitamos, había un pequeño niño entre los recién nacidos que en el futuro tendrá una increíble historia que contar; eso, si sus padres se la cuentan primero.
El nombre del niño tiene que ser ocultado, publicar cualquier clase de información que pueda identificarlo podría poner en peligro su vida cuando regrese a su pueblo, que queda en Siria.
La identidad de su madre o sus datos personales tampoco pueden ser revelados. Ella parece cansada pero feliz cuando la encontramos, y rápidamente elogia la amabilidad del personal médico israelí que la trató.
Ella ya estaba en proceso de dar a luz cuando fue a la clínica local en su localidad en Siria, pero allí le dijeron que no la podían ayudar.
Su marido, preocupado, sabía que había una posibilidad de que pudieran tratarla en Israel, y fue entonces que la pareja comenzó una peligrosa travesía hacia la frontera, corriendo contra el reloj a través de un país en guerra.
Tenían que llegar un lugar dentro de Siria en donde pudieran ser vistos por los soldados israelíes que patrullan el sector, la barrera que marca la antigua línea del cese al fuego alcanzado por ambos países décadas atrás.
Una ambulancia militar la llevó luego al hospital, justo a tiempo.
ESLABONES ACEITADOS Una cadena humanitaria que involucra guías sirios, paramédicos del ejército israelí y doctores y enfermeros en Tzfat, permitió que la mujer pudiera salir de su pueblo bajo un intenso bombardeo, que llegara a la frontera y luego concluyera su viaje en el hospital.
Para esa mujer, cada etapa en el camino funcionó perfectamente bien, quizás porque es una travesía que ya se ha realizado muchas veces.
Ella fue la persona número 177 en recorrer ese sendero hasta el cuarto de emergencias, en lo que se ha convertido en una de las historias más extraordinarias de la terrible guerra civil siria.
Siria e Israel se consideran enemigos y una situación de conflicto permanente ha existido entre ellos por décadas.
Pero a pesar de este contexto, desde que los primeros pacientes comenzaron a llegar nueve meses atrás, un sistema informal de transferencia de pacientes se ha consolidado tan bien que algunos de ellos incluso han llegado con cartas clínicas escritas por médicos sirios para sus contrapartes israelíes.
LO HUMANO Y LO POLÍTICO El doctor Oscar Embon, director del Hospital Sieff, dice simplemente: Se han establecido algunos hermosos vínculos entre el personal del hospital y la gente que atendemos, la mayoría de ellos expresan su gratitud y su deseo de paz entre ambos países.
Los israelíes dicen que ellos atienden a todos aquellos que necesiten tratamiento. En la mayoría de los casos se trata de mujeres y niños, pero es posible que entre los jóvenes que llegan al hospital haya también combatientes leales al presidente Bashar al Asad o yihadistas insurgentes que, en otras circunstancias, hubiesen atacado objetivos en Israel si hubieran tenido la oportunidad.
Embon dice que la política de no discriminación entre los heridos y enfermos es totalmente consistente con lo que él considera los valores de su país y la ética de su profesión.
Yo no espero que ellos se vuelvan amantes de Israel o embajadores de lo que hacemos aquí, pero en el interin espero que reflexionen sobre su experiencia en el hospital y que analicen con otro criterio lo que su gobierno les dice sobre la condición de enemigos de Siria e Israel.
La ayuda israelí a pacientes sirios tiene un interés político, por supuesto, al fin y al cabo, esto es el Medio Oriente.
Pero incluso si uno pasa solo unas horas en el hospital de Tzfat, se siente que poderosos dramas humanos se desarrollan en cada consulta.
La mayoría de los pacientes, sin embargo, no hablan de lo que han sufrido, tienen mucho miedo de lo que les puede ocurrir si se sabe que han estado en Israel.
ADIÓS DEFINITIVO En el centro de todo este sistema se encuentra un trabajador social árabe israelí que nos pide que sólo lo identifiquemos por su nombre de pila, Faris.
Él se encarga de calmar los miedos de los pacientes desorientados que todavía están impactados por encontrarse de repente bajo tratamiento en un Estado enemigo.
Faris también organiza recaudaciones de caridad para proveerles de elementos de limpieza personal básicos y cepillos de dientes.
Y además escucha sus historias.
Incluso en los mejores días, el trabajo de Faris es duro. Imaginen tener que explicarle a un niño que quedó ciego en una explosión que nunca volverá a ver.
Pero con los pacientes sirios siente que es aún más difícil, porque ellos regresan a su país apenas termina el tratamiento.
Y una vez cruzan la frontera, de regreso al lado sirio, todo contacto con ellos se desvanece entre las viejas hostilidades del Medio Oriente y el peligroso caos de la guerra civil.
Faris reconoce que las despedidas regulares con hombres, mujeres y niños que él ha ayudado en sus momentos más oscuros son duras tanto para él como para ellos.
Cuando nos encontramos se ve agotado, pero dice que duerme bien sabiendo que se la ha dado una oportunidad de hacer algo bueno por otros.
Cuando la gente llega por un par de meses, comienza una relación entre ellos y yo, que se vuelve más fuerte con los días. Luego, ellos regresan a su casa y lo triste es que uno no puede seguir en contacto porque sus poblados son enemigos.
Tal es la terrible miseria de la guerra civil siria, que el conflicto con los crecientes inconvenientes en el sistema de salud del otro lado de la frontera le trae cada semana al hospital de Tzfat y a Faris nuevos pacientes y nuevos problemas.
Los sirios que regresan no pueden contar sobre la ayuda recibida en Israel, pero de alguna forma la voz se está corriendo.
Si la guerra civil continúa, es probable que la ola de pacientes buscando ayuda no cese.