ALBERTO NÁJAR BBC Mundo
En la oscuridad el grito pareció cobrar más fuerza. ¡Alto ahí!, se escuchó y enseguida el ruido de un fusil que se prepara para disparar.
Era el 14 de enero de 1994. San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde unos días antes apareció en su plaza central el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se encontraba bajo una estricta vigilancia militar.
La ciudad estaba desierta. Los únicos que se atrevían a caminar por sus calles, sobre todo en las noches, éramos unos cuantos periodistas que nos guiábamos por las pocas farolas que permanecían encendidas.
Sin saberlo me acerqué a una trinchera de nerviosos soldados que sobrevivieron a los primeros combates con el grupo armado. La orden era disparar a quien no obedeciera sus indicaciones. Con los brazos en alto, sin dejar de mirarlos, caminé hacia atrás muy lentamente.
Veinte años después me encuentro en la misma esquina, a unos pasos de la catedral de San Cristóbal. La vida es otra.
En lugar de barricadas, tanquetas y soldados hay miles de turistas que abarrotan restaurantes, bares, hoteles y tiendas de lujo. El edificio del ayuntamiento, que los insurgentes zapatistas incendiaron hace dos décadas, parece nuevo tras una remodelación.
A primera vista podría pensarse que se ha sepultado el recuerdo de la madrugada del 1 de enero de 1994. Pero la realidad es distinta: aunque lleva varios años de un virtual aislamiento, el EZLN sigue muy presente en la vieja Ciudad Real, como también se conoce a San Cristóbal de las Casas. Su influencia es mayor de lo que algunos desean.
ENCORVADOS La ciudad fue fundada en 1528 por el capitán español Diego de Mazariegos a quien se asignó la tarea de dominar a los pueblos mayas de Chiapas.
Durante el período histórico conocido como la Colonia fue residencia de varios encomenderos, como se llamó a los personajes encargados de administrar los territorios indígenas.
Los abusos a los pueblos originarios se han mantenido por cientos de años. El obispo Samuel Ruíz García, por ejemplo, solía contar que cuando llegó a San Cristóbal de las Casas en 1959 se sorprendió al ver que los indígenas caminaban encorvados y debían bajar de la acera e inclinarse ante cualquier criollo que circulara por ella.
Ese fue el escenario que los fundadores del EZLN encontraron en Chiapas, a mediados de los años 70. Aquí no tuvo repercusión la Revolución mexicana y por estar muy al sur el reparto agrario (que inició en 1934) nunca se dio, me dice Pedro Faro, del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas.
La discriminación era común incluso en 1994, cuando los zapatistas aparecieron públicamente. Ese año, por ejemplo, en algunas fincas cafetaleras del sur de Chiapas había cientos de campesinos en situación de esclavitud.
Algunos propietarios de esas haciendas vivían en la vieja Ciudad Real. Por eso no fue gratuito que hace 20 años el Ejército Zapatista desplegara a la mayor parte de sus jefes y tropas para tomar la población.
INSOLENTES Más allá de los combates armados, la irrupción del EZLN fue una afrenta para los coletos, como se conoce a los nativos de San Cristóbal de las Casas.
Lo supe una noche en que cenaba en el restaurante de mi hotel. Una niña tzotzil entró a vender muñecos de tela y entonces una pareja de holandeses le regaló a un plato de sopa, que empezó a comer sentada a la puerta del negocio.
No pudo terminarlo. Una elegante mujer que minutos antes se quejaba con su acompañante de lo insolentes que se han vuelto los indios, pateó el plato de la niña cuando salió del restaurante.
Holandeses y periodistas afrontamos a la agresora. Nada pasó: para ella los indígenas, extranjeros y comunicadores pervertíamos su ciudad.
Dos décadas después recuerdo la anécdota mientras camino por el atrio de la iglesia de Santo Domingo, que decenas de tzotziles utilizan ahora para vender ropa, artesanías y discos piratas.
En 20 años, el empoderamiento de los indígenas es evidente, no sólo en la defensa de su cultura y comunidades sino en la creación de negocios propios y organizaciones civiles.
Es una de las lecciones del EZLN, me dice la periodista Concepción Villafuerte, directora del portal La Foja Coleta y uno de los personajes más emblemáticos en la historia de los zapatistas.
La gente aprendió a defenderse, ahora dice: no me voy a dejar fastidiar como antes, cuenta. Los indígenas ahora son más, han ganado territorio en el comercio y en puestos públicos.
La periodista y su familia conocen bien el tema. En la madrugada del 1 de enero de 1994 su esposo Amado Avendaño fue el primero en entrevistar al subcomandante Marcos, quien encabezó la ofensiva en San Cristóbal.
Avendaño fue gobernador en rebeldía de Chiapas, apoyado por el EZLN. Durante varios años su casa fue un refugio para muchos periodistas que cubrieron el conflicto armado en el estado.
MIEDO Con estos antecedentes me pregunto si ahora podría repetirse la historia del restaurante en 1994. Y encuentro la respuesta en el Mercado de Dulces y Artesanías.
Tomás Martínez, dueño de un negocio de joyería de ámbar, se queja amargamente porque los indígenas rebasaron los límites, dice.
Son los dueños de casi todos los locales en el mercado y sólo se ayudan entre ellos. Ya hasta compraron casas en San Cristóbal, eso no debía permitirse, asegura.
Mientras escuchaba con asombro la confesión del vendedor de artesanías, a unas calles de allí, a una estudiante de doctorado de la Universidad de la Tierra le impedían la entrada a una pastelería de moda. El motivo: vestía ropas indígenas.
Un día antes la periodista Villafuerte me había dicho que el racismo de los coletos no va a cambiar jamás. La única diferencia es que antes despreciaban a los indígenas. Hoy también les tienen miedo.