El dictador Augusto Pinochet (1973-1990) dispuso de toxinas botulínicas capaces de eliminar a miles de personas dentro y fuera de Chile, reveló por primera vez a dpa la ex directora del Instituto de Salud Pública (ISP) Ingrid Heitmann.
Las toxinas, provenientes del estadual Instituto Butantan de Sao Paulo, estuvieron en poder del régimen castrense desde la década de 1980, cuando éste enfrentaba precarias relaciones con Argentina, Perú y Bolivia, además de protestas sociales internas por la crisis económica.
Investigaciones judiciales en curso, ligadas al envenenamiento de presos políticos y a la muerte del ex presidente demócrata Eduardo Frei en 1982, durante la dictadura militar, detectaron documentos que corroboraron el ingreso de las toxinas desde Brasil.
Los químicos, que permanecieron en secreto por 27 años en un subterráneo del ISP junto al Estadio Nacional de Santiago, fueron descubiertos e incinerados en 2008, sin informar al gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010) o la Justicia, admitió hoy Heitmann, quien estuvo al frente del ISP entre 2007 y 2010.
Eran dos cajas llenas de ampollas con toxina botulínica, suficientes para matar a la mitad de Santiago, dijo la profesional, quien luego matizó su afirmación. Se podía matar a muchísimos, pero no sé cuantos.
De hecho, un adulto de 70 kilos muere si se le inyecta 0,15 picogramos de la toxina. Como antecedente, cada picogramo equivale a apenas la billonésima parte de un gramo. La toxina también puede ser suministrada oralmente.
La botulina, que desde hace pocos años tiene usos cosméticos, es una neurotoxina elaborada por una bacteria denominada Clostridium botulinum que provoca parálisis muscular progresiva y que como arma de destrucción masiva está prohibida por las Convenciones de Ginebra y la Convención sobre Armas Químicas.
Hasta ahora, sin embargo, el destino de las sustancias químicas era desconocido. La Policía de Investigaciones fue muchas veces al ISP, pero no las encontró, recordó Ingrid Heitmann. No revisaron nunca el subterráneo, ahondó.
La doctora, quien en los albores de la dictadura (1973-1990) fue detenida y torturada dos veces por los equipos represivos, dijo a dpa que quedó impactada cuando sus subalternos encontraron estas armas químicas. Me espanté, evocó.
No pensé que pudieran ser importantes para un proceso judicial, no se sabía lo de Frei, explicó ante la decisión de incinerarlas en silencio junto a todos los demás materiales, pese a que faltaban algunas ampollas en el par de cajas encontrado, lo que hacía presumir su uso contra opositores de la dictadura.
Diversos juicios por violaciones a los derechos humanos recogen de hecho testimonios y evidencias de que los equipos represivos utilizaron toxina botulínica, gas sarín y talio.
Un caso ampliamente documentado y fallado ya por la Justicia es el asesinato del diplomático español Carmelo Soria, ultimado en 1976 con gas sarín, luego de ser torturado.
Otro es el de los miembros del MIR envenenados justamente con toxina botulínica el 7 de diciembre de 1981 en la Cárcel Pública de Santiago de Chile.
Este último crimen ocurre justo un día antes que el ex presidente Frei sufrió un shock séptico en la Clínica Santa María, tras ser operado por un equipo de médicos que resultaron ser agentes de inteligencia, como prueba el proceso judicial respectivo a punto de fallarse.
FREI HABRÍA MUERTO POR TALIO Y GAS SARÍN En los restos de Frei fue hallada además presencia de talio y gas sarín, como indican los exámenes histológicos realizados en el proceso que lleva el juez Alejandro Madrid y que está en etapa de secreto procesal.
Frei, al igual que el premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, falleció en el cuarto piso de la Clínica Santa María. La Justicia chilena investiga hoy sus decesos, ante la sospecha de que ambos fueron envenenados.
Un hombre clave en la producción y aplicación de estos venenos fue el químico y agente represivo Eugenio Berrios, sacado de Chile por militares en 1991, cuando el país ya había recuperado la democracia, pero Pinochet seguía al mando del Ejército.
Berrios, buscado esos años por la Justicia, apareció muerto en Uruguay en 1995, luego de estar bajo vigilancia y secuestro de militares de ese país, como acreditaron los tribunales chilenos.
Efectivamente, hay testimonios, entre los funcionarios más antiguos, de que Berríos se paseaba por el ISP como si fuera su casa, confirmó Ingrid Heitmann a dpa.
La llegada de los químicos a Chile, según la investigación por la muerte de Frei, fue gestionada ante las autoridades del ISP por el médico Eduardo Arriagada Rehren.
Arriagada, aún vivo, era director del entonces secreto laboratorio de guerra bacteriológica del Ejército, ubicado en pleno centro de Santiago, según investigaciones judiciales.
Ingrid Heitmann, una microbióloga con estudios en Canadá y Chile, insistió a dpa que las toxinas fueron encontradas bajo su mandato en el ISP por casualidad, cuando ella ordenó hacer una limpieza de los refrigeradores del subterráneo. Si no lo ordeno, seguirían allí.
La doctora explicó a dpa que había otra gran cantidad de materiales en los refrigeradores del subterráneo del ISP, como sangre y bacterias, además de las toxinas botulínicas.
TOXINAS BOTULÍNICAS SON ARMAS QUÍMICAS A su juicio, la presencia de bacterias, como las de la difteria y el tétano, era entendible porque el ISP produjo vacunas contra esas enfermedades hasta 2002.
Heitmann, hoy dedicada a la docencia, añadió que Chile no poseía capacidad para producir la toxina botulínica y que ellas no tenían por qué estar almacenadas en el ISP, un laboratorio civil, de fines sanitarios.
Las toxinas botulínicas son armas químicas, recordó, tras lo cual conjeturó que estas pudieron ser usadas en los crímenes de la Cárcel Pública y de Frei.
La dictadura del fallecido general Augusto Pinochet, bajo la cual 38.000 personas fueron torturadas, desaparecidas o ejecutadas según informes oficiales, utilizó diversas formas de exterminio.
Asimismo, ejecutó asesinatos o intentos de homicidio en Buenos Aires, Roma y Washington, desplegando el uso de civiles, armas convencionales, bombas y químicos.
Hasta hoy era desconocido el destino de las armas químicas que relataban diversos testimonios y pruebas judiciales.