La ola de protestas nacida hace dos años al calor de la primavera árabe en Siria ha dado paso a una cruenta guerra civil, con más de 70.000 muertos y un final difícil de vislumbrar ante los fracasados intentos de mediación internacional.

Lo que comenzó el 15 de marzo de 2011 como un pulso entre manifestantes opositores y el régimen de Bashar al Assad, que alcanzaba su máxima expresión durante las protestas de los viernes, reprimidas por las fuerzas gubernamentales con disparos, se ha transformado en un conflicto bélico cada día más sofisticado.

Los tanques del Ejército enviados para acallar las localidades sublevadas fueron seguidos de helicópteros y aviones militares, mientras se sucedía el goteo de deserciones en las Fuerzas Armadas que han constituido la espina dorsal del Ejército Libre Sirio (ELS), creado en julio de 2011.

RESISTENCIA ARMADA Pese a la desigualdad de fuerzas, ya que la insurgencia carece de medios aéreos, poco a poco los rebeldes pertrechados con AK-47, lanzagranadas y vehículos blindados conseguidos en sus victorias frente al régimen se han hecho con el control de amplias zonas del norte, en las provincias de Idleb, Alepo y Al Raqa.

El cerco en torno a Al Assad se estrecha cada vez más en Damasco, que en el último año se ha convertido en escenario habitual de atentados, choques y bombardeos, sobre todo, en su periferia.

En julio pasado, parecía que las cosas se iban a precipitar con el atentado, reivindicado por el ELS, que descabezó la cúpula de Defensa del país, en pleno corazón de la capital, y el inicio días después de la ofensiva insurgente contra Alepo, la segunda ciudad del país.

Sin embargo, pese a que los enfrentamientos se aproximan cada vez más al centro de Damasco, cuyo casco histórico sigue intacto, a diferencia del destruido zoco de Alepo, el régimen todavía mantiene su superioridad en la lucha contra los terroristas.

ATENTADOS REBELDES Los atentados, muchos de ellos perpetrados con coches bomba, que han causado centenares de víctimas en la capital y otras ciudades, hacen a algunos desconfiar del movimiento rebelde, que, por su parte, ha acusado en ocasiones al régimen de estar detrás de ellos.

Las cifras hablan por sí solas: más de 70.000 muertos en dos años y un millón refugiados, que, según la ONU, podrían duplicarse o incluso triplicarse para finales de 2013.