Raquel Gedallovich, de origen checo, reside en Cali, Colombia, y pertenece a la última generación de sobrevivientes del Holocausto que podrá contar su historia.
A sus 13 años entendía poco de lo que vivía como prisionera en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz.
Años después y tras haber perdido a toda su familia, comprendió que la habían usado para ocultar los crímenes que ahí se cometían.
BBC Mundo habló con ella al conmemorarse esta semana el Día del Recuerdo del Holocausto.
Se dice que el Holocausto le quitó la fe a muchos sobrevivientes. Dudan de la existencia de un Dios que pudiera permitir semejante crueldad. ¿Usted qué opina? Estoy totalmente en desacuerdo. Pienso que simplemente fue una prueba más que se nos impuso. Es más, hay dos razones por las que pude superar lo que me pasó y rehacer mi vida: la juventud y Dios.
¿Hay algún episodio de esa época que la haya marcado especialmente? En 1944 llegué con mis padres y mis dos hermanos a Auschwitz después de un largo recorrido en un tren de carga en condiciones inhumanas. Al llegar me separaron de toda mi familia. Mi madre, angustiada, le preguntó a un soldado nazi que cuándo me volvería a ver, a lo que él respondió mañana. El mañana nunca llegó (risa nerviosa).
¿Ese día murió toda su familia? Así es. Los llevaron directamente a los crematorios. Lógicamente yo no entendía lo que estaba pasando. Hasta el día en que me liberaron estuve convencida de que mi familia estaba viva.
¿A usted por qué no se la llevaron? Yo tenía 13 años, pero parecía de 15, era grande y fuerte. Supongo que pensaron que les podía ser útil.
¿Útil para trabajar? Por ejemplo. Pero nunca trabajé en Auschwitz. Estaba entre una selección de niñas a las que nos enseñaban gimnasia, bailes y canciones a favor de Hitler. Después teníamos que presentar lo que habíamos aprendido delante de la Cruz Roja y otras organizaciones que venían a investigar lo que estaba pasando, haciéndolos creer que nos estaban entreteniendo y formando. Nos usaban para esconder los crímenes que se estaban cometiendo.
¿Vivían bajo las mismas condiciones que los demás? Dormíamos en camarotes [literas dobles], sin colchón ni almohadas, una al lado de la otra. Era imposible moverse por las noches. Para bañarnos hacíamos fila, no teníamos toallas y el jabón estaba hecho de la misma grasa de la gente que cremaban. Comíamos una vez al día, un pedazo de pan seco con mermelada. Recuerdo que primero nos daban la mermelada y del hambre que tenía, me la comía antes de que me dieran el pan (risas). Era comida de ganado.
¿Usted era consciente de la existencia de los crematorios? Para nada. Veíamos humo a lo lejos y recuerdo que le jefa de nuestro bloque, que era judía, nos decía que esos eran nuestros hermanos. Nunca le creí.
¿Es posible rescatar algo positivo de su experiencia? Me ayudó a ser mucho más tolerante y positiva. La gente que escucha lo que me pasó se imagina a alguien muy triste y llena de rencor. Yo no soy así, dentro de todo me considero una persona muy afortunada. Me casé con un hombre maravilloso, tuve hijos, ahora nietos.
¿Y rencor no siente? Intento pensar que muchos nazis actuaron sin tener otra opción o sin entender las consecuencias de lo que hacían.
Y por los que sabían lo que estaba pasando y no hacían nada para impedirlo, ¿qué siente? Los entiendo, tenían miedo y con toda la razón. Con miedo se puede hacer cualquier cosa.