La primera muerte producida por el coronavirus COVID-19 en Estados Unidos ocurrió el 6 de febrero del 2020. Y ayer, a casi dos años de esa fecha, el país estableció un récord mundial: un millón de casos al día.
El mismo doctor y asesor de la Casa Blanca Anthony Fauci lo había presagiado un día antes: “Definitivamente estamos en medio de un aumento muy severo de casos, vertical diría yo”.
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El hito en los contagios en EE.UU. invita a preguntarse cómo sobrellevó el país los embates del coronavirus. En este artículo, lo recordamos.
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El inicio de la pesadilla
Hubo, durante el 2020, tres olas. La BBC escribe:
“La primera ola de la primavera comenzó cuando la mayor parte del país entró en confinamiento y fue seguida por una segunda ola, aunque menos severa, en el período comprendido entre fines del verano y principios del otoño”.
Durante esa época, Nueva York se convirtió en una de las ciudades con más contagios del mundo. En marzo se registraron números de película: los miles de neoyorquinos infectados sumaban cerca “de 40% más casos confirmados per cápita que Italia, el país con más muertos por el virus y el segundo con más contagios registrados después de China”.
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El panorama hizo que Andrew Cuomo, entonces gobernador de Nueva York, sostuviera: “El índice de nuevas infecciones se duplica cada tres días. Eso es un aumento dramático”.
Sobre lo que se vivió, el cineasta Spike Lee filmó un documental en el que comparaba el golpe del 9/11 con la llegada y golpe del coronavirus.
Según la BBC, hubo “un tercer aumento devastador” que “tuvo lugar durante las vacaciones de Navidad”.
Incluso los lugares menos poblados del país sufrieron “algunos de los peores brotes” del mundo.
En esas circunstancias, los afroestadounidenses murieron “a una tasa 1,4 veces mayor que los blancos”, en tanto que las “comunidades indígenas fueron las más afectadas per cápita”.
La situación estaba tan fuera de control que la ciudad de Los Ángeles -cuyo condado se volvió el “epicentro” de la pandemia en el país y sus hospitales estaban casi en sus límites- ordenó confinar a sus ciudadanos en sus casas.
En paralelo, las farmacéuticas corrían para dar con la vacuna contra el coronavirus, y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades pedían que nadie viajara por Navidad.
Hacia diciembre del 2020, recuerda la BBC, parecía que la vacuna de Moderna iba a ser aprobada, mientras que la de Pfizer también se veía como una buena opción.
La prioridad, se discutía, la tendrían los trabajadores sanitarios, así como las personas mayores.
El medio agregó:
“También hay preocupación acerca de cuántos habitantes del país aceptarán que se les administre la vacuna. Un estudio reciente de Gallup encontró que solo un 58% de los encuestados estarían dispuestos, aunque esto supone una subida respecto al 50% del mes de septiembre.”
Una luz al final del túnel
Lo recuerda bien The New York Times: “Cuando la primera ola de casos llegó a Estados Unidos a principios del 2020, no existía la vacuna contra la COVID-19, y, básicamente, nadie era inmune al virus”.
“La única manera de aplanar la infame curva era modificar el comportamiento individual”.
Algunos estados establecieron el uso obligatorio de mascarillas en las calles, otros apostaron por prohibir aglomeraciones, mientras que hubo aquellos que hicieron poco o nada.
Incluso, el medio cita la Encuesta de Tendencias e Impacto de la COVID-19, la cantidad de personas que dijeron haber ido a bares, restaurantes o eventos masivos, disminuyó.
En eso, llegó la variante delta que, sin querer, hizo que las personas fueran más conscientes de las medidas de protección personal. Mientras que, en julio, solo el 23% de estadounidenses decía usar siempre la mascarilla en la calle, para el 31 de agosto, en el pico de la ola, la cifra se elevó a 41%.
“Las escuelas adoptaron nuevas medidas de precaución, las compañías pospusieron el regreso al trabajo presencial y las organizaciones cancelaron eventos, lo que le dio al virus menos oportunidades de propagarse”, comenta TNYT.
A esto le siguió la llegada de un clima menos duro y las reuniones al aire libre se convirtieron en buena opción.
Y, claro, las vacunas sirvieron y protegieron a las personas de la variante delta, aunque los golpes de la pandemia son impredecibles. Por ejemplo, entre marzo y abril del 2021 “el estado de Míchigan fue muy afectado por la variante alfa”.
El 2022 y ómicron
A fines del año pasado apareció la variante ómicron. En poco tiempo se expandió “a una velocidad sin precedentes” y Estados Unidos empezó a romper sus propios récords.
Entre los que caían enfermos estaban personas cuyos trabajos son vitales para la vida de las ciudades. La Autoridad de Transporte Metropolitano de Nueva York empezó a tener problemas de personal, por lo que suspendieron tres líneas de su metro.
De igual forma, en Cincinnati se declaró estado de emergencia por la falta de bomberos.
Miles de aviones no pudieron alzar vuelo por la falta de tripulantes. Tan solo el 1 de enero de este año, 2.584 vuelos fueron cancelados, una cifra menor que las registradas el fin de semana navideño, 7.500.
En respuesta, algunas empresas, como JPMorgan Chase o Citigroup, han extendido los permisos de teletrabajo hasta mediados de enero.
Por su parte, la Asociación de Maestros de Massachusetts pidió sin éxito que las escuelas no abrieran los lunes y que ese día se destinara a pruebas y análisis para evitar más contagios.
Entre tanto, la FDA acaba de aprobar vacunas de refuerzo para adolescentes de entre 12 y 15 años, mientras que los CDC ya evalúan hacer lo mismo con niños de menor edad.
Es en estas circunstancias que, tal como se anotó al inicio, Estados Unidos ha roto los récords mundiales al tener un millón de positivos en un día. A ello habría que sumarle que, según la agencia AFP, “en los últimos siete días, el país ha registrado 3,4 millones de casos, una media de 486.000 por día”.
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