Nubes negras, tóxicas, detrás del majestuoso Coliseo y de la imponente Cúpula de San Pedro. Temperaturas tórridas, superiores a los 40 grados. Parques con pastos descuidados y secos. Tachos de basura repletos no sólo en las periferias, sino también en el maravilloso centro histórico, alrededor de la Piazza Navona y el Pantheon, lugares emblemáticos de nuevo llenos de turistas extranjeros que no pueden creer la belleza, pero tampoco la falta de decoro, la desidia. Volquetes desbordantes de residuos a la sombra de los antiguos muros del Vaticano, donde monseñores y arzobispos empiezan a alarmarse ante la recurrente pesadilla del “degrado”, la degradación reinante, en vista del Jubileo del año 2025.
“Disculpe ¿sabe dónde puedo tirar esto? Hace veinte minutos que busco un lugar y no encuentro”, pregunta un turista italiano del norte, por el acento, que deambula con una bolsita con el excremento de su mascota en la mano, incrédulo.
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El Tíber, el legendario río de Rómulo y Remo que atraviesa Roma, no se salva de la decadencia. En la eximia agua pantanosa que fluye –Italia también está siendo golpeada por una sequía sin precedente–, entre algas y juncos, flota de todo: peces muertos, una enorme bolsa de basura negra, una vieja heladera blanca. Corre una brisa caliente y el mal olor parece atraer a una fauna cada vez más enloquecida, en la que se destacan no sólo gaviotas –agresivas como los pájaros de Hitchcock–, sino también nutrias, familias de jabalíes avistadas cruzando sobre la franja peatonal e ingresando a un hospital y, de noche, cuando hay menos gente, ratas.
¿El Apocalipsis? No. Son postales de Roma, una capital famosa por su belleza, pero cada vez más sumida en el abandono. Aunque el nuevo alcalde, Roberto Gualtieri, había prometido limpiar la monnezza (basura) de Roma y revertir el caos en la gestión de los residuos que había caracterizado el mandato de su predecesora, Virginia Raggi, los romanos ya no le creen. En las últimas semanas la situación de la capital degeneró a niveles nunca antes vistos.
A la añeja e irresuelta cuestión de la recolección de la basura –que Gualtieri, electo a fines de octubre pasado, había jurado solucionar antes de la Navidad pasada–, a las familias de jabalíes, ratas y gaviotas merodeando por los contenedores desbordantes de basura, en el último mes se sumaron los incendios. Hubo cuatro incendios, imponentes, en diversos parques y descampados de la periferia de la ciudad que crearon nubarrones negros y tóxicos que asustaron a vecinos que debieron evacuar sus casas y hasta provocaron lluvias de cenizas en el centro histórico. Al margen de crear en redes sociales los típicos memes que recordaban los tiempos de Nerón, el emperador acusado de haber incendiado su ciudad en el año 64 d.C., las llamas volvieron a encender todas las alarmas sobre las posibles mafias o “eco-mafias” que podrían haberlos provocado. Y la comuna puso en marcha un equipo anti-incendios.
“Es prematuro sacar conclusiones y por eso esperamos el resultado de las investigaciones. Lo que es claro es que la secuencia de incendios de las últimas semanas es sin precedente y que en la mayor parte de los casos, detrás está la mano del hombre. Si resultara que los incendios son dolosos, como ya se confirmó en algunos casos, sería gravísimo”, dijo Gualtieri, que aseguró que no se va a dejar intimidar por lo que parecieron a todas luces advertencias mafiosas. “Vamos a seguir adelante, queremos dotar a la capital de plantas de residuos que no tiene. Esta situación es vergonzosa”, admitió el alcalde, que no ocultó sentirse en la trinchera, bajo ataque.
Según la prensa italiana, Gualtieri habría terminado en la mira de algunos grupos privados que hoy, vista la falta de plantas de residuos de la capital –que produce a diario 3000 toneladas de desperdicios no diferenciados–, lucran con su transporte a depósitos de otras regiones e incluso de otros países. Grupos privados que no quieren que Roma, que desde hace 10 años adolece de plantas de residuos, ponga en marcha una revolución en ese sentido y se vuelva, por fin, autónoma. Al no tener plantas de reciclado, Roma gasta 200 millones de euros por año para deshacerse de los residuos fuera de la región del Lacio. Una enormidad.
“La sensación es que el modelo de gestión que quiere Gualtieri para Roma no deja a muchos contentos”, explicó Albino Ruberti, brazo derecho del alcalde, que precisó que el plan es construir al menos dos modernas plantas de tratamiento de residuos. Ruberti destacó que el primer gran incendio que acechó Roma, el 15 de junio, en la localidad de Malagrotta, destruyó un relleno sanitario que era esencial. Justamente ese incendio dio pie al inicio del desastre en la recolección de toneladas de residuos y de las imágenes, en verdad de dejá vu para los romanos, de contenedores y volquetes rebosantes de deshechos malolientes, llenos de moscas, en varios barrios.
En un panorama desolador y vergonzoso para la capital de un país miembro del G7, lo más escandaloso es la plaga del ausentismo que azota la Ama, la odiada empresa pública comunal que se encarga de la limpieza de la ciudad, que cobra tasas altísimas pese a dejar Roma espantosamente sucia. Cada día no se presenta a trabajar el 17,7% del personal del Ama, es decir, 1267 empleados de un total de 7160. Aunque La Repubblica descubrió que en los últimos dos meses se registraron “milagros”: las visitas médicas ordenadas por la nueva dirigencia de un día para el otro, mágicamente, lograron que se curaran 235 barrenderos que habían presentado certificados de “no idoneidad”.
El colapso de Roma, no sólo sumida en la basura, sino amenazada por incendios que huelen a mafia –aunque eso lo determinará la justicia–, al margen de enfurecer a los romanos, que ya aparecen resignados a la decadencia y ya no le creen a ninguna promesa de salvación, en estos días provocó ríos de tinta y debate en diarios, radios y noticieros.
La escritora Nadia Terranova recordó en un artículo para La Repubblica que el legendario Vittorio Gassman –romano de adopción–, solía decir: “Qué fea que es Roma. Fea de su enceguecedora belleza”. Y destacó que hoy para ella “Roma es fea para todos los que no pueden permitirse vivir y trabajar en el mismo barrio, condición privilegiada que puede hacerte olvidar qué significa atravesarla de punta a punta”. “Roma es fea para quien camina con un cochecito, con una silla de ruedas, con un niño, un anciano u otra criatura de la que es responsable y debe mantenerse a dos o tres metros de los volquetes, de donde podría salir una rata o una serpiente”, escribió. “Es fea para quien nació y la ama, para quien la eligió y la ama, porque, al final, después de un tiempo, se avergüenza de ese amor. Y no aguanta más escuchar que, en el fondo, Roma ‘siempre fue así’ o, peor, que ‘es una ciudad grande, difícil de gobernar’”, agregó. Con amargura, concluyó: “más que el tiempo de la gran belleza, en Roma siempre es tiempo de la gran desilusión”.
Por Elisabetta Piqué
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