Tras más de seis meses cerrados por la pandemia, reabrieron este lunes en el centro de Santiago de Chile los polémicos “cafés con piernas”, las turísticas cafeterías surgidas en la dictadura militar que perduran pese a las quejas del potente movimiento feminista.
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A pie de calle y desde primera hora de la mañana, las camareras de estos establecimientos sirven cafés con minifaldas ajustadas que dejan sus piernas al descubierto y regalan sonrisas de complacencia a los consumidores que ahora se intuyen detrás de las mascarillas.
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Entre su clientela habitual están los turistas e incluso las familias pero, debido a la pandemia, solo han resistido los más habituales: los ejecutivos que se toman un descanso de su trabajo en el céntrico barrio de Santiago, en el que ya han empezado a abrir los negocios que no son de primera necesidad.
“Hay clientes que se alegran muchísimo de verme después de tanto tiempo, clientes que son frecuentes acá”, explico a Efe Daniela Álvarez, que atiende las mesas del capitalino café Caribe con un ajustadísimo vestido.
Besos, abrazos y guiños fueron parte del reencuentro entre las camareras y estos trabajadores que desde hace décadas participan de este ritual en el que solo hay dos normas: no se vende alcohol y no hay prostitución.
“Hay mucho prejuicio y a veces se hace complicado decir dónde trabajas porque te hacen muchas preguntas. Yo nunca digo que estoy en un ‘café con piernas’, digo solo que soy garzona (camarera)”, agregó Álvarez, que lleva en esa profesión más de cinco años.
Su salario es muy variable puesto que la mayor parte la conforman las propinas, pero puede ascender a más de 2.000 dólares -más del doble que en un café normal- según el trato que le ofrezca a los consumidores.
“Aquí las camareras son mis amigas desde hace años, tenemos un vínculo pero siempre desde el respeto”, explicó a Efe un cliente asiduo que prefirió no desvelar su nombre y que admitió haber colaborado económicamente con una de las empleadas durante los cinco meses de confinamiento que vivió la capital chilena.
Una tradición de la dictadura
Esta tradición, tan amada como odiada, se consolidó durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) cuando abrió el primero, el café Haití, que vistió a sus camareras con poca ropa en un intento de reactivar el sector hostelero.
La estrategia funcionó bien y durante la década de 1990, en un Chile que buscaba dejar atrás el conservadurismo de la dictadura y que tenía hambre de destape, el negocio evolucionó con la aparición de los primeros shows eróticos con “minuto feliz” (60 segundos donde las mujeres mostraban sus pechos).
A día de hoy se dividen en dos tipos de locales: los que están abiertos a todo tipo de público y cuyo interior es visible y otros que se encuentran en subterráneos o tiene los cristales tintados porque en su interior las mujeres atienden desnudas o con diminutos trajes de baño.
En el punto de mira del feminismo
Aunque para muchos chilenos los “cafés con piernas” son una tradición que forma parte de la cultura santiaguina, el limbo en el que se encuentran muchos de estos locales ha llevado al colectivo feminista chileno, uno de los más potentes de la región, a denunciar esta actividad.
“Los ‘cafés con piernas’ son un problema de género porque son negocios que reproducen los estándares de una sociedad machista” explicó a Efe Paloma Zúñiga, portavoz de la plataforma Alternativa Feminista.
En ocasiones, el límite con el trabajo sexual no está claro, agregó Zúñiga, y las mujeres que atienden estos establecimiento suelen encontrarse en “situaciones de desprotección” que les hacen necesitar “forzadamente” este tipo de trabajo.
Según apuntó el colectivo, la mayor parte de las empleadas de estos establecimientos son extranjeras, principalmente venezolanas o peruanas, dos de las comunidades migrantes más numerosas del país, lo que implica que muchas de ellas se encuentren en situaciones de “vulnerabilidad”.
El secretario general de la Coordinadora de Migrantes de Chile, Rodolfo Noriega, aclaró a Efe que muchas mujeres migrantes terminan desempeñando este tipo de trabajos ante las escasas oportunidades laborales y la necesidad de ayudar económicamente a sus familias en su país de origen.
“Chile es un país de doble moral, por un lado tenemos los cafés con piernas o los anuncios en televisión con mujeres exhibiéndose que invitan a comprar, pero por otro consideramos ilícitos los prostíbulos”, señaló.
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