En el instituto forense de Tel Aviv, el hedor es difícil de soportar. Los bloques operatorios están llenos de cadáveres calcinados, mutilados, descompuestos. Aquí yacen los restos de israelíes masacrados por Hamás para ser identificados. Hay cuerpos por todas partes, en muchos casos son sólo trozos. Un enjambre de forenses intentan recomponer las piezas de este macabro rompecabezas.
Antes de ser examinados, los cadáveres son colocados en camillas, dentro de gruesas bolsas de plástico negro. Algunas son pequeñas, del tamaño de un niño.
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Cada resto tiene un número, y llegan de todas partes, en camillas empujadas por hombres, la mayoría voluntarios, y a menudo judíos ortodoxos.
En la religión judía, un cuerpo sólo puede ser enterrado cuando está entero.
“Hemos decidido exponer este horror porque hay gente que nos acusa de mentir y de enseñar huesos de perros”, afirma a la AFP el director del instituto forense, el doctor Hen Kugel, que ni siquiera intenta retener sus lágrimas.
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Muestra una maraña de huesos y carne unidos por un cable eléctrico. Con el escáner, explica, “se ve claramente que hay dos columnas vertebrales. De un hombre o una mujer, no sabemos, y la de un niño. La postura de los dos cuerpos muestra que el adulto intentó proteger al pequeño. Los ataron y los quemaron vivos”.
El doctor Kugel no puede contener el llanto. “Jamás vi este nivel de barbarie, tanta crueldad, tanto ensañamiento. Es atroz”.
Cuerpos sin cabeza
Las autoridades israelíes han informado de más de 1.400 muertos en el ataque perpetrado el 7 de octubre por cientos de islamistas de Hamás procedentes de la Franja de Gaza para infiltrarse en las localidades cercanas al enclave palestino.
Desde entonces, Israel bombardea masivamente Gaza, donde murieron más de 2.750 personas, según las autoridades.
Además de los siete forenses del centro de Tel Aviv, un antropólogo, un radiólogo y siete genetistas participan en el proceso de identificación, ayudados por una treintena de voluntarios.
Todos coinciden en que es sorprendente que los pulmones de las víctimas estuvieran repletos de humo. Otros cuerpos estaban acribillados de balas por la espalda. Otros tenían las manos atravesadas por láminas o proyectiles, lo que muestra que lucharon cuerpo a cuerpo contra los agresores.
“No sabemos cuántos bebés murieron, ni cuántos ancianos. También hay muchos cuerpos sin cabeza. Llevará todavía un poco de tiempo identificar a todas las personas”, admite el doctor Kugel.
Toda una familia ucraniana murió en el ataque. Habían huido de la guerra en su país.
También hay ciudadanos estadounidenses y “quizás de otras nacionalidades”, añade el forense Hagar Mizrahi.
Detrás de él, se abre una puerta corredera con una ventanilla. En una larga mesa metálica, yace un cuerpo grisáceo. Imposible decir si se trata de un hombre o una mujer, pero se ven unos tatuajes en la espalda y los miembros hinchados. La víctima no fue quemada viva pero son bien visibles los impactos de bala.
“El olor”
Nurit Boublil, responsable de la unidad de identificación genética, explica que se han enviado al centro cientos de cuerpos. La mayoría han sido identificados.
“Pero todo ha sido muy difícil debido al hecho que a menudo los torturados fueron atados juntos. Es posible que en una misma bolsa haya dos cuerpos, quizás tres”, añade.
Antes de llegar a este centro, algunos cuerpos transitaron por la base militar de Shura, cerca de Ramla (centro), donde permanecían en unos contenedores refrigerados a la espera de ser identificados.
Entre los médicos y forenses, el otrora gran rabino del ejército Israel Weiss acudió al lugar para ayudarlos.
“Abro las puertas de los contenedores refrigerados, veo los cuerpos, siento el olor, dejo que llene mis pulmones y mi corazón, pero lo que siento, es su dolor y su desaparición”, dice Weiss.
El rabino y otros miembros de su equipo que examinaron los cuerpos afirman que muchas víctimas fueron torturadas, violadas o maltratadas.
“Nunca en mi vida vi tales horrores”, asegura Weiss ante los contenedores, en los que hay hasta medio centenar de cuerpos envueltos en bolsas blancas.
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