Meses atrás, al principio de la emergencia sanitaria, mi equipo y yo debatíamos si debíamos lanzar el Premio a las Buenas Prácticas en Gestión Pública, como lo hacemos desde hace 16 años. Corrieron argumentos a favor y en contra, sobre todo porque podríamos estar fuera de contexto, no entender la urgencia, y quizás era tiempo de hacer una pausa y dejar que los servidores públicos enfocaran sus esfuerzos en combatir la pandemia. La insistencia de muchos servidores públicos por querer participar en el premio y mostrar sus logros fue lo que nos motivó a lanzar la edición de este año.
De un día para otro, la pandemia cambió el escenario habitual de las entidades de la administración pública: los procesos y procedimientos internos, así como los espacios de trabajo se vieron afectados, con una fuerte presión ciudadana de seguir operando para proteger su salud, sus empleos, su economía, su seguridad y su vida.
Hoy tenemos 200 buenas prácticas certificadas de 81 entidades públicas, y en donde los servidores públicos están desempeñando un papel de liderazgo en respuesta a la pandemia. No cabe duda que debemos agradecer a las mujeres y hombres en el sector salud, en la seguridad y en la limpieza, que son los que diaria y directamente enfrentan los riesgos del COVID-19; pero también debemos destacar a aquellos servidores públicos que han encontrado nuevas formas de realizar su trabajo muchas veces en instituciones con grandes problemas internos.
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Se les ha pedido a los servidores públicos soluciones inmediatas, y han tenido que aprender e implementarlas sobre la marcha, transformado directivas y procedimientos anacrónicos y analógicos, para responder con soluciones digitales y sometidos a una alta presión, a no fallar, a no gastar demasiado, a no infringir leyes o normativa que pudiera significar un procedimiento ante la Contraloría o el Poder Judicial, y en un contexto plagado de ruido político. Se les ha pedido sumar con quienes nunca habían sumado, integrar procesos e información, construir donde algo no existía y atender todas las emergencias dentro de la crisis sanitaria.
Como decía Verónica Zavala, miembro del jurado del premio, “han surgido nuevos talentos, capacidades y sensibilidades que deben quedarse en la gestión pública” que de pronto ha aprendido que puede ser más ágil; que puede generar nuevos protocolos para el trabajo remoto y la atención de personas, para la contratación acelerada y transparente; que puede hacer cambios donde, a pesar de años de esfuerzo, no se había logrado nada por esa inercia que existe en muchas partes del Estado. Pero, además, citando a Baltazar Caravedo, miembro también del jurado, se ha producido una “revolución de los afectos” en donde mirar al otro, particularmente al que sufre, ha sido la lección más grande de cómo trabajar con empatía en la administración pública.
Cuando pase esta pandemia, tocará revisar los aciertos y errores, los logros, pero también los actos de corrupción e ineficiencia. Aquí están 200 lecciones que pueden ser analizadas para capitalizar muchos de los cambios introducidos, no solo para atender nuevas emergencias, sino para colocarlos como referentes en una construcción sostenible de una gestión pública moderna, inclusiva y solidaria.