Nos contentaron con el referí. Bayern-Tigres, donde se decidió el Mundial de Clubes, lo dirigió el uruguayo Ostojich. En Rusia 2018 igual, la final Francia-Croacia fue arbitrada por Pitana, argentino. Y ya empezamos a entrever que Wilmar Roldán pitará el último juego en Catar 2022. Cuando te designan el árbitro es porque estás fuera de todo, un premio consuelo. Y desde hace tiempo, los partidos que deciden los títulos grandes se los dan a los sudamericanos. Antes íbamos por la corona, ahora volvemos con un llavero y un pin. Es una primera radiografía de lo que acontece con nuestro fútbol continental, que supo ser el más admirado y ganador del mundo, actualmente ninguna de las dos cosas.
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Bayern Munich, como era de prever, ganó el Mundial de Clubes; lo imprevisible es que, en la final, venciera apenas por 1-0 a un equipo mexicano. Y con un gol discutidísimo en el que Lewandowski habilitó a su compañero Pavard tocando el balón con el brazo. Aunque tampoco eran David y Goliath; en Rusia, México derrotó a Alemania y le clavó la primera estaca de la eliminación. No obstante, el Bayern era ultrafavorito. Pero Tigres de Monterrey se le plantó firme, lo esperó con actitud combativa, y al Bayern se le complicó. Ya no es la máquina trituradora que vimos en la última Champions. Ganó su sexto título de la temporada 2019-2020 y sigue siendo una excelente dotación, pero ahora más normal. Les pasa a todos los equipos que basan su éxito en la presión y la intensidad física: en un momento aflojan.
El tema es otro: por quinta vez desde que existe el Mundial de Clubes (2015), el representante sudamericano no llegó a la final: perdió con Tigres. Nunca un representante de Concacaf había eliminado al de Conmebol. Y este por primera vez no logra siquiera el tercer puesto: lo desplazó el Al Alhy egipcio. El triste antirécord es de este Palmeiras obrero campeón de la Libertadores. Si le cambiaran la camiseta nadie, jamás, acertaría que es un equipo brasileño. Podríamos pensar que es de Bulgaria o Moldavia. En sus últimos cuatro partidos internacionales marcó un gol: fue 0-2 con River, 1-0 a Santos, 0-1 versus Tigres y 0-0 ante el Al Ahly, que lo venció por penales. Y ese solitario gol lo consiguió en su único remate al arco en 112 minutos de juego. Seamos honestos: no se esperaban milagros después de la pavorosa final con Santos, tampoco que quedara cuarto entre cuatro.
Otra estadística perturbadora: hará una década que Sudamérica no corona en el Mundial de Clubes. Cuando este torneo se decidía mediante la Copa Intercontinental -un enfrentamiento directo entre Europa y Sudamérica- en 43 ediciones se registraron 22 conquistas de nuestros clubes contra 21 de aquellos; desde que pasó a ser Mundial de Clubes van 13 coronaciones europeas frente a 3 sudamericanas.
El fútbol criollo sigue acumulando indicadores inquietantes, en todos los campos. En 2022 se cumplirán veinte años sin un título en el Mundial de selecciones. Y en 2018 no se llegó ni a semifinales. Peor que eso: no pescamos ni el goleador (Kane), ni el mejor jugador (Modric), ni el joven revelación (Mbappé), ni el arquero estrella (Courtois). ¡Ni el premio Fair Play…!
Tal vez lo más preocupante de todo, porque el área juvenil representa el futuro: en los primeros 18 campeonatos mundiales Sub-20, Sudamérica ganó 11 (6 Argentina y 5 Brasil). Los últimos cuatro fueron para europeos: Francia, Serbia, Inglaterra y Ucrania. ¡Ucrania…! Y Brasil ni clasificó.
La FIFA publicó su reporte global de fichajes de jugadores profesionales. Entre los diez más caros, sólo hay uno de este continente, Mauro Icardi. Ninguno de los veinte clubes involucrados, ni comprador (una obviedad) ni vendedor pertenece a nuestra región. En las grandes transferencias que se rumorean para el próximo verano europeo no se mencionan a futbolistas sudamericanos. Salvo Messi y Neymar (los últimos zares) los nuestros han desaparecido de los ránquins de excelencia o de valor de mercado, cuando antes eran los más apreciados. Bayern Munich conquistó la Champions sin figuras sudamericanas en su once titular (la participación de Coutinho fue casi testimonial); tiempo atrás tenía un buen número, como Lucio, Demichelis, Santa Cruz, Claudio Pizarro, Paolo Guerrero, Rafinha, Dante, Elber, Zé Roberto, Douglas Costa, Luiz Gustavo, Arturo Vidal, James Rodríguez…
No falta tanto para que se vayan Messi, Neymar, Luis Suárez, ¿Quiénes vienen detrás…? Se cortó la cadena. Brasil fue la cumbre del talento. A los Pelé, Tostão, Jairzinho, Gerson, Rivelino los sucedieron Zico, Sócrates, Falcão, Toninho Cerezo, Junior; la posta de ellos la tomaron Romario, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho, Kaká. Eran todas máquinas de fútbol. Luego comenzó a despintarse el cuadro. Aparecieron los Robinhos y Elanos, más tarde los Fred, Hulk, Bernard, Felipe Melo… (Mejor no decir nada). En el interín, la Divina Providencia dejó una canasta con un niño prodigio: Neymar, ése sí de la talla de aquellos primeros. Tras él cerró la fábrica. Y Ney ya tiene 29…
Hipótesis al margen: ¿qué pasaría si vuelven los clubes mexicanos a la Libertadores, como dicen…? América, Cruz Azul, Chivas, Tigres, Pumas, Pachuca, Toluca… ¡Cuidado…! Puede que se lleven los títulos. ¿Las causas de esta declinación…? Hay un vaciamiento de materia prima, no quedan jugadores de calidad. Y si sale uno, se va instantáneamente. Los futbolistas ya no quieren llegar a Europa, quieren huir. Y los clubes muestran desesperación por vender. Los técnicos también buscan emigrar. Las economías regionales, siempre en estado crítico, conspiran para retener a los buenos. Es casi milagroso que River haya podido conservar siete años a Marcelo Gallardo, aunque algo es seguro, cuando se vaya, no vuelve. Los contratos que perciben allá están a años luz de los de acá. Las dirigencias de los últimos años, en general, han basculado entre la ineptitud y la corrupción, el aspecto deportivo nunca fue su tema central. Y el modelo de negocio es siempre el mismo: vender a los buenos para pagar a los malos. Europa vende fútbol, Sudamérica jugadores.
Cuando los cracks comenzaron a irse en manada, nos quedaba el consuelo -y el orgullo- de verlos triunfar allá. Ya ni eso. Hace unos quince años comenzó la declinación, que en el lustro 2015-2020 se tornó abrupta. Lo último que quisiéramos es ser apocalípticos, pero estamos como aquel que cayó desde un piso cuarenta y andaba por el veinte, le preguntaron cómo estaba y respondió “por ahora, bien”. No sirve mentirnos, ingresamos en la UCI, Unidad de Cuidados Intensivos.
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