Tras la accidentada y sorpresiva juramentación del primer Gabinete de Pedro Castillo hace ya dos semanas, toda la atención pasa ahora a la respuesta que ofrecerá el Parlamento cuando Guido Bellido vaya en búsqueda del voto de investidura (para lo que hace cuestión de confianza, de acuerdo con el artículo 130 de la Constitución).
Interesa poco a estas alturas tratar de desentrañar los motivos detrás de la elección de Bellido y su equipo, porque lo cierto es que su Gabinete es señal de que prevaleció el ala maximalista del gobierno. Para ir al choque o simplemente como evidencia del protagonismo de Perú Libre (porque ellos son los que ganaron la elección, como dijo el propio Bellido), el presidente Castillo movió sus fichas, y es turno ahora de la oposición de jugar las suyas.
¿Qué debe hacer el Congreso, donde la bancada oficialista de Perú Libre no tiene una mayoría? Tras la reacción inicial al nombramiento de Bellido, interpretado como un toque de diana por más de uno, se abren dos opciones: la confrontación directa, activando las armas nucleares del cierre del Congreso y de la vacancia presidencial, o la postergación del conflicto.
Una respuesta agresiva del Parlamento podría llevarnos rápida e inusitadamente hacia un proceso de vacancia, una salida voceada por varios de los mismos actores que lideraron la carga tras conocerse los resultados el 6 de junio, pero no exenta de riesgos. El problema para ellos es que no solo están debilitados tras más de dos meses de menguantes marchas, sino que la propia opinión pública claramente ya pasó la página: Según CPI, a pesar de que solo un 21% de encuestados aprueba el nombramiento de Bellido, casi el 53% cree que el Congreso debería darle el voto de confianza (casi 41% en Lima).
La alternativa la podría encabezar un sector que reconozca las evidentes limitaciones y cuestionamientos de este Gabinete, pero privilegie una estrategia de desgaste. Como la apuesta oficialista por convocar a nuevas elecciones que reconfigure el tablero congresal, esta estrategia también implica un riesgo, porque el Congreso parte siempre rezagado en términos de popularidad y puede verse arrinconado por un Ejecutivo que se afiance con el tiempo sobre la base de políticas populistas.
Sin embargo, una razón que mencioné la semana pasada para postergar el choque entre poderes es apostar a que el gobierno se puede debilitar con el paso del tiempo. Estas primeras dos semanas demuestran el enorme potencial para ello, y en la oposición bien podrían recordar a Napoleón y aquello de no interrumpir a tu enemigo mientras se equivoca.
Y no es que el oficialismo sea un bloque monolítico con una estricta línea partidaria. Por acá también asoman las primeras grietas. Si hay un ala cerronista personificada en Bellido y Bermejo, hay también una vertiente que se presenta como más moderada, como lo sugiere un informe de IDL-Reporteros que advierte de un grupo de 13 oficialistas descontentos con la dirección del partido, o congresistas como Betssy Chávez (al menos según el tenor de sus respuestas para una entrevista reciente a este diario)
Estas semanas iniciales no han hecho más que confirmar la precariedad de nuestro sistema político y de sus actores principales, con los nombramientos en el Ejecutivo y el cisma madrugador y torpe de Renovación Popular en el Parlamento. Si a ello le sumamos la ausencia de liderazgos visibles, la volatilidad e incertidumbre continuarán hasta que algún sector de cada bando se consolide. Sabremos más cuando Bellido vaya al Parlamento, que para ser la anunciada “colisión de dos mundos” (Cerrón dixit), no muestran apuro en iniciar.