La alianza que concretó Pedro Castillo con Verónika Mendoza –y, en consecuencia, con el movimiento Nuevo Perú y Juntos Por el Perú– para enfrentar la segunda vuelta, llevó a muchos incautos a creer que el gesto (que incluyó la firma de un compromiso) cimentaría la moderación del candidato del lápiz o, por lo menos, su distanciamiento de las ideas más trasnochadas del ideario de Perú Libre escrito por Vladimir Cerrón. Pero eso no fue así, pues rápidamente quedaron claras dos cosas: primero, que el mandatario no se entibiaría y, segundo, que a la exparlamentaria no le interesaba que lo hiciera. Así, él nombró a un Gabinete radical liderado por un investigado por apología del terrorismo y ella lo apoyó sin queja alguna.
La señora Mendoza y sus colegas, en fin, nunca fueron garantes de la solvencia democrática del jefe del Estado; fueron cómplices inmediatos y acríticos de su entorno más recalcitrante. Y una reciente crónica del portal “Sudaca” lo deja claro al sostener que, cuando Castillo evaluó (a principios de semana) hacer cambios importantes en su cuestionado Consejo de Ministros antes del voto de investidura, la lideresa de Nuevo Perú lo disuadió de hacerlo, abogando por la permanencia de Bellido… un primer ministro que, por sus antecedentes de machismo, homofobia y elogios de la violencia en redes sociales, atenta directamente con el discurso prominorías y derechos humanos que antaño Mendoza y compañía decían defender.
Con su apoyo a Bellido, la izquierda “moderada” ha jugado en pared con Vladimir Cerrón, incluso en contra de un presidente que hace algunos días pareció interesado en bajarle el tono a un nefasto equipo de ministros (del cual él es el responsable absoluto). Es más, Nuevo Perú, desde su cuenta de Twitter, respaldó la marcha –que se llevó a cabo ayer– convocada por el fundador de Perú Libre para defender al ‘premier’ y a sus subalternos (“gabinete chamba”, lo llamaron).
Así, queda evidenciado que el cuento de los “moderados”, de esta izquierda “democrática” que vigilaría que el Ejecutivo no tome el rumbo del radicalismo, siempre fue un embuste. La defensa que han ejercido del Gabinete Bellido desde que se instaló ha sido vergonzosa, pasando por alto los cuestionamientos y, en más de una oportunidad, sugiriendo que los reparos y críticas que se le hacen son una resistencia a su “diversidad”. En una entrevista en TV Perú el martes pasado, por ejemplo, Verónika Mendoza llegó a decir que a algunos les “incomoda que esa diversidad, que durante años quiso ser borrada, de pronto se vea expresada. Ellos preferirían seguir en la lógica de la colonia, donde una pequeña argolla limeña se rotaba los cargos”.
Pero este es un subterfugio inaceptable. Definir al equipo liderado por Bellido como un paradigma de la descentralización y la inclusión es un insulto para las regiones del país, que tienen mucho más que ofrecer que forofos de Edith Lagos o denunciados por trata de personas. Al mismo tiempo, agitar la bandera del racismo o clasismo para defender a un Gabinete desaprobado por el 58% del país (El Comercio-Ipsos) y en el que el 79% quiere ver cambios (IEP) es una manera grosera de lavarse las manos y desconocer el papel protagónico que han tenido en la consolidación de un Ejecutivo que el Perú no merece.
¿Qué buscan Verónika Mendoza –y, con ella, la izquierda “moderada”– con esta defensa de lo indefendible? A juicio de esta columna, lo mismo que buscó la primera vez que se alió con Cerrón en el 2019: poder. Un pedacito de la torta, unos cuantos ministerios y aportar un granito de arena al eterno sueño de opio de la “revolución”. Todo lo demás, como dicen, es ilusión.