Para María Cecilia Piazza, que nos dejó esta semana a los 65 años, la fotografía fue el modo más pleno de relacionarse con la vida. Sus imágenes (en el Morro Solar, en el metro de Nueva York, en otras localidades extrañas y misteriosas) eran universos de sombras que permitían alguna forma de luz, como una redención. En el mundo sombrío que sus fotos presentaban, los personajes parecían estar mirando más allá, a un cielo desconocido para los demás.
Nunca perdió esa cualidad, que me parece la esencial en cualquier artista: la de mirar el mundo desde el asombro. La capacidad de sorprenderse, de exaltarse, de celebrar ante cualquier descubrimiento, convirtieron los trozos de la realidad en imágenes estelares, soles en la penumbra. En ellas aparecían ángeles, mujeres mayores, maniquíes, todos en búsqueda de una redención. El gran Henri Cartier-Bresson afirmó que un fotógrafo busca “el instante decisivo”. Sin embargo, en las fotografías de María Cecilia, la realidad aparecía reformulada, dramatizada en capas de misterio, reconvertida en un sueño. Una constante en sus personajes es que todos parecen estar en el aire, suspendidos, flotando en medio de una niebla familiar y extraña. Una magia negra se había apoderado de sus espacios, donde siempre había un drama azuzado por el misterio.
María Cecilia Piazza pertenecía a una gran generación de peruanos. Su bisabuelo fue Fermín Tangüis, el agricultor y científico venido de Puerto Rico que desarrolló la variante de algodón Tangüis, que iba a salvar nuestra industria. Fue Tangüis quien, a comienzos del siglo pasado, tras un largo proceso de esfuerzos, desarrolló una semilla de algodón resistente a las enfermedades que habían asolado las plantaciones hasta entonces. Ese algodón, también conocido como “oro blanco”, permitió que en 1918 pudiéramos empezar a exportar la fibra, lo que contribuyó a salvar nuestra economía por entonces.
Walter Piazza Tangüis, su nieto y el padre de María Cecilia, fue un hombre extremadamente culto e inteligente, un empresario comprometido con el Perú a través de las diversas empresas. Una de ellas –Cosapi– creó el premio a la innovación, que puede haberse hecho justamente en recuerdo del legado de Fermín. Fue precisamente a través de una cámara Leica de su padre que María Cecilia empezó a interesarse por la fotografía. Por otro lado, a través de su madre, Graciela de la Jara, era la sobrina de José María de la Jara y prima de Ernesto de la Jara, dos figuras en la lucha por la democracia y la defensa de los derechos humanos en nuestro país.
Creo que, a través de sus imágenes, María Cecilia pensó que también estaba innovando e influyendo en nuestro modo de ver la realidad. Solo un artista nos puede hacer cobrar conciencia del mundo. En series como “Ángeles del mundo oscuro”, nos asomamos a personajes que viven entre sus aspiraciones al cielo y sus cadenas con el submundo.
El origen griego de la palabra “fotografía” se refiere a “escribir o registrar la luz”. Esa luz queda reflejada como un documento de las sombras en la fotografía de María Cecilia Piazza. Su compromiso con el Perú (donde siempre quiso vivir) y con el arte, su filiación a sus amigos y a su familia, su rebeldía, su sentido del humor, su culto a la amistad, su presteza en la celebración y la alegría, forman parte de esa integración de las luces y las sombras que forman la conciencia de una artista. El arte siempre queda, aun cuando el artista que lo creó no siga con nosotros. Es lo que sucede cuando seguimos viendo estas imágenes suspendidas en un eterno presente.