Cuando se cuenta el drama que ha sido y sigue siendo la lucha para salir de la pobreza en el Perú, el personaje menos comprendido resulta ser la geografía peruana. Es que la geografía ha tenido dos caras, y cada una ha jugado un papel poderoso en ese drama, pero en direcciones contrarias.
De un lado, cuando se realizaba el reparto divino de las naciones, al Perú le tocó una de las ubicaciones más alejadas del resto de las poblaciones en el mundo. Hoy vivimos en un mundo mayormente conquistado, en el que ya casi nos reímos de las distancias por la facilidad, velocidad y bajo costo de cualquier traslado de productos o personas entre naciones. Pero el Perú recién nacido como república en 1821 tenía una de las ubicaciones más distantes y aisladas del globo, por lo menos si se trataba de viajar o transportar productos entre el Perú y los mercados europeos, que eran entonces el centro de la economía mundial. Viajar al Perú tomaba meses y se realizaba en frágiles y lentos veleros con poca capacidad de carga, atravesando el temido Cabo de los Hornos al pie de América Latina, un pasaje tormentoso y rocoso donde se hundían regularmente las embarcaciones. Medio siglo más tarde la navegación fue transformada por los primeros buques a vapor, acortando el tiempo y el costo de la travesía, pero fue recién en 1914 cuando se inauguró el Canal de Panamá y se redujo significativamente el tiempo y costo de los transportes, volviendo económica la exportación de otros productos peruanos.
Así, si bien los productos peruanos podían tener un buen mercado en Europa, el costo y el tiempo de los viajes anulaban gran parte de esa ventaja. Fue hasta la entrada del siglo XX que por su ubicación el Perú dejó de ser finalmente el extremo del mundo y se volvió competitivo incluso en la exportación de diversos productos agrícolas muy sensibles a los costos y tiempos de viaje.
Pero el desarrollo no es solo exportación: la geografía ha sido un impedimento mayúsculo también para casi todo el movimiento comercial al interior del país. En el Perú, salvo para una minúscula población selvática durante la mayor parte de los dos siglos de independencia, los caminos incas tenían limitada capacidad para el transporte de carga comercial y se contaba con poca ayuda de lagos, ríos o planicies para el traslado de productos, obligando a la gran mayoría de la población a la autosuficiencia. Ciertamente, las barreras al movimiento interno fueron vencidas con el invento del automóvil y la construcción de caminos, pero las dificultades del terreno peruano –arenales en la costa, valles cerrados en la sierra y los bosques casi impenetrables de la selva– impusieron un avance particularmente lento en el comercio interno, demora que, además, fue altamente sesgada en contra de los lugares más pobres del territorio.
La otra cara de la geografía se ha comportado, más bien, como nuestro Papá Noel. La geografía peruana ha sido una fuente hasta ahora imparable de descubrimientos sorpresivos de gran valor. El inicio de ese río de riquezas regaladas por la naturaleza fue la abundancia de oro y plata durante la colonia –acompañadas por riquezas naturales como fueron la cochinilla, la coca, las ballenas–, seguidas en el siglo XIX por el guano y el salitre.
Ese río de sorpresas de la naturaleza ha incluido la anchoveta, el petróleo y el gas, y más recientemente, la variedad de frutas y verduras que han permitido que Ica, por ejemplo, sea la región con menos pobreza del país. Celebro entonces la clarividencia del historiador Raúl Porras cuando escribió que “la historia es la geografía en acción”.