La semana pasada se produjo en Estados Unidos el primer debate entre los, hasta hoy, candidatos presidenciales de los partidos demócrata y republicano, el actual presidente estadounidense Joe Biden y el expresidente Donald Trump, que se pudo seguir a través de la cadena CNN.
La primera reflexión que de manera unánime y a escala global ha dejado en evidencia el debate ha sido, qué duda cabe, el estado de salud de quien hoy gobierna la primera potencia mundial. Ni siquiera los medios y periodistas notoria e históricamente afines al Partido Demócrata y feroces críticos de Trump han podido soslayar la penosa imagen de un presidente que en diversos momentos se mostró ido, cuando no perdido e incoherente, y esto en un espacio de solo hora y media. Habría que preguntarse cómo el actual inquilino de la Casa Blanca lleva adelante las exhaustivas jornadas de trabajo diario que un líder mundial de ese nivel está en la obligación de afrontar.
El debate fue para Biden como un KO, pero no solo por los resultados de las encuestas que mostraron abrumadoramente a Trump como el ganador de la noche (según la propia CNN: 67% a 33%), sino porque desvanecieron las denuncias que venían sosteniendo los demócratas, en el sentido de que el cuestionamiento a la salud del presidente Biden era una orquestada campaña de desinformación a través de las redes sociales montada por el equipo republicano. Si algo quedó claro después del primer debate presidencial es que la percepción sobre las condiciones físicas de Biden no son una construcción demoníaca ni forman parte de una guerra sucia; son reales y altamente preocupantes.
Otro tema que está claro que será central en la campaña presidencial para las elecciones de noviembre próximo es el referido a la política exterior impulsada por la administración demócrata, pues Trump fue muy crítico de la postura asumida respecto de la guerra en Ucrania y los conflictos en Oriente Medio. El republicano no solo cuestionó los ingentes recursos económicos que se han destinado y que ya estarían pasando factura en la economía estadounidense, sino que responsabilizó a Biden de ser prácticamente el responsable de lo que podría terminar siendo una tercera guerra mundial: “Su falta de liderazgo ha permitido todo esto”, espetó.
Quizás la mejor imagen para describir lo ocurrido se encuentra en la versión digital de la reconocida revista estadounidense “Times”, ilustrando el artículo del periodista Philip Elliott, donde aparece la foto del presidente Biden caminando como si se estuviese saliendo de la portada y la palabra “Panic”. Elliott señala que ‘pánico’ no es una palabra demasiado fuerte para describir el sentimiento que fue invadiendo a lo largo del debate a los miembros del Partido Demócrata, incluidos los aportantes de su campaña.
¿Lograrán convencer a Biden de que abandone su pretensión de reelegirse para viabilizar la candidatura de otra persona que pueda enfrentar con alguna posibilidad de éxito al expresidente Trump? ¿Qué pasará? Nadie lo sabe aún, pero la reflexión más estrafalaria que escuché fue la de un analista latino entrevistado para el noticiero de nuestra televisora pública, que planteó como solución, dado que los dos candidatos no eran buenos, suspender las elecciones hasta dentro de cuatro años.
La interrogante que me hago es: ¿está realmente Biden gobernando? Ver a Biden me recordó la película estadounidense que da título al presente artículo.