En una excelente entrevista publicada el 2 de enero en este Diario, Felipe Ortiz de Zevallos (FOZ) reflexionaba sobre la importancia del centro político para la política democrática. Es evidente y preocupante la distancia que podemos registrar entre lo que se necesita para la estabilidad y el progreso del país, y la oferta política existente.
En realidad, no hace mucho, lo que llamaba la atención era la gravitación del centro en nuestra política. Al inicio del siglo, entre una derecha asociada con el fujimorismo y una izquierda contraria a las reformas neoliberales, Alejandro Toledo ocupó el espacio de centro. En el 2006, Alan García ganó la presidencia distinguiéndose de “la candidata de los ricos” y de la “amenaza chavista”. Humala entendió que, para ganar, en el 2011 necesitaba correrse hacia el centro, lo que le permitió más bien aislar a una Keiko que ocupó una posición más extrema. Como puede verse, se trató de un centro claramente inclinado hacia la derecha, marcado por la continuidad de las políticas de promoción a la inversión privada, con algunas iniciativas de reforma institucional, dentro de las que destacaba la reforma educativa. El 2016 fue un inesperado punto de quiebre: Pedro Pablo Kuczynski volvió a ganar ocupando el espacio de centro ente Verónika Mendoza y Keiko Fujimori, y todo hacía presagiar la continuidad de un consenso de centro-derecha. Pero el fujimorismo, en vez de apoyar como en el pasado al representante de la ortodoxia económica, pasó a la oposición desde posturas más bien populistas. Esta lógica continuó con Martín Vizcarra, “acusado” inicialmente de haber establecido un pacto con el fujimorismo. Vizcarra encontró en el impulso a algunas reformas (educación superior, judicial, política y otras) una oportunidad para compensar con apoyo ante la opinión pública su debilidad en cuanto a representación parlamentaria.
Hasta este momento, parecía que las opciones de centro seguían siendo predominantes en las tendencias electorales y preferencias ciudadanas. Las elecciones parlamentarias del 2020 parecían sugerir un nuevo triunfo de posiciones de centro, pero el COVID-19 generó rápidamente las condiciones para un cambio en las preferencias políticas. El Congreso del 2020 se caracterizó por el triunfo de agendas populistas y, además, desnudó las limitaciones de los partidos sobrevivientes a las crisis pos-2016. Las dirigencias partidarias han perdido norte programático y también una mínima capacidad de disciplinar a sus afiliados y seguidores, haciendo los procesos legislativos mucho menos previsibles que en el pasado inmediato. Así llegamos a las elecciones del 2021, en las que los candidatos más estridentes y extremistas terminaron ganando protagonismo.
Urge relanzar un centro político, pero urge también repensar sus bases. En la entrevista a FOZ, este comentaba cómo habría que pensar en que a la dicotomía tradicional entre “el Perú oficial y el Perú profundo” cabría añadir otra que contrapone un Perú moderno y otro informal, este último con una cara doble: una emprendora, y otra delictiva y mafiosa. Nuestras élites, dice FOZ, “si se les puede llamar así, ocupan compartimentos estancos, tal vez restringidas al Perú moderno y al oficial”. FOZ parece cifrar sus esperanzas en la promoción de “líderes jóvenes que puedan constituir la semilla de una renovada clase política”, provenientes de “la clase media aspiracional”. Complementando esta apuesta, yo añadiría que el centro político necesita de un empuje reformista que combine agendas liberales e institucionales, necesarias y respaldadas por el Perú moderno, con agendas más propias para el Perú emprendedor y el Perú profundo. El desarrollo agrario, el desarrollo de las regiones más postergadas, iniciativas para las micro y pequeñas empresas, estrategias efectivas de combate a la inseguridad ciudadana, mejoras en la calidad de vida de la población periférica de las ciudades, entre muchas otras, deberían ser parte de esa agenda.
Las elecciones regionales y municipales de este año deberían ser la oportunidad para la aparición y construcción de nuevos liderazgos y propuestas, que difícilmente saldrán de los partidos representados en el Parlamento.