(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

He tomado el título para esta columna del muy buen libro del sociólogo Joaquín Yrivarren (Punto Cardinal Editores, 2017). Su lectura me ha servido para reflexionar sobre la difícil relación entre la política y lo técnico. Es un tema recurrente en los últimos 16 meses porque hemos escuchado todo tipo de opiniones sobre cuán político o técnico debió ser, ha sido, o es el Gabinete de PPK.

Una de las certidumbres de la modernidad era que la ciencia y la tecnología solucionarían nuestros problemas. Lo harían, además, de una forma objetiva y eficiente, gracias a la neutralidad valorativa que las alejaba de las pasiones humanas. Esta certidumbre es lo que Yrivarren denomina la “esperanza técnica”. Es decir, “una expectativa compartida acerca de que el juicio experto resolverá nuestros malestares políticos”. En términos de las decisiones políticas, esto resultaba en que el “ruido” de controversias y conflictos ideológicos, costumbres irracionales, convicciones, arrebatos principistas, intereses partidarios y económicos sería silenciado por la experticia de lo técnico-científico.

Pues, como otras certidumbres de la modernidad, esta ha sido fuertemente debilitada. Para algunos historiadores, el punto de quiebre fue el desarrollo de la bomba atómica. Al estallar la primera y contemplar su poder destructivo, se dice que Kenneth Bainbridge –encargado de la prueba– volteó y le dijo al físico J. R. Oppenheimer “…ahora todos somos unos hijos de perra”.

Yrivarren nos muestra las limitaciones de la esperanza técnica al estudiar el caso del proyecto minero Conga. Como recordarán, el conflicto sobre este proyecto tuvo su punto más alto en los años 2011-2012 y enfrentó a los diversos niveles de gobierno, las comunidades a ser afectadas, la sociedad civil cajamarquina, organizaciones cívicas, la empresa interesada y diversos gremios.

En un trabajo paciente y de filigrana, Yrivarren contabilizó y analizó los 17 informes técnicos elaborados acerca del impacto ambiental del proyecto, especialmente sobre el recurso hídrico. Prácticamente todos los grupos en conflicto contaban con su propio informe. El mismo Gobierno Central produjo varios de ellos. ¡Inclusive estos se contradecían! Ya hacia el final, el Gobierno Central contrató a un equipo de peritos internacionales para que produjeran la ‘madre de todos los informes’, que supuestamente pudiera callar a todos.

En vez de acallar lo político, los informes generaron mayor bulla y, hasta cierto punto, dificultaron el diálogo. Cada contendor era –ahora– dueño de su verdad técnica. Incluso los informes empezaron a adquirir vida propia y “dialogaban” entre sí: se criticaban, respondían, refutaban. Como todos tenían un informe bajo el brazo, resultaba más difícil apelar a la típica discriminación entre ‘el experto’ y ‘la gente’, entre la ‘técnica’ y la ‘ideología’, la ‘ciencia’ y las ‘tradiciones’.

¿Cuál es la solución propuesta? El caso examinado nos muestra cómo, ante una realidad compleja, no hay respuestas inequívocas. Una de las principales razones es que la naturaleza misma se convierte en un actor (no social) que cada grupo en conflicto quiere darle voz. El problema es que siempre se le da una voz impostada que se presenta como “objetiva” cuando en realidad corresponde a intereses muy particulares.

Justo uno de los méritos más importantes del libro de Yrivarren es su propuesta de formación de foros híbridos como espacios en los cuales se juntan todas las voces e intérpretes y buscan superar las dicotomías y bifurcaciones que ponen trabas al diálogo y aprendizaje mutuo.

Por desgracia, aún estamos muy lejos de esta magnífica propuesta. En nuestra política actual manda el barullo producido por la desfachatez, incluyendo la búsqueda de cualquier trasnochado ‘experto’ en decir sandeces. Veamos algunas de las perlitas enunciadas por nuestros políticos: “Si ha habido una violencia sexual puedes ir y hacerte un lavado vaginal”, “Existe una enfermedad que se llama síndrome de Alzheimer, que se da en aquellas personas que estudiaron y leyeron mucho”, “Muchas veces puede haber un agresor absolutamente sano y de repente en un momento la mujer lo saca de contexto”. En estos tiempos de posverdad, comienzo a extrañar al silencio técnico.