Aun si el Perú pudiese volver pronto a las tasas de pobreza del 2019 (logro que parece lejos de garantizado en los siguientes años), hay daños irreversibles en este episodio de incremento de la vulnerabilidad a causa de la debilidad en la economía tras la pandemia. Probablemente el más pernicioso sea la persistencia e incremento de la tasa de anemia infantil.
Según el informe del Instituto Peruano de Economía (IPE) publicado hoy en este Diario, la anemia infantil ha aumentado en 20 de las 25 regiones del país desde el 2019. En el ámbito nacional, la incidencia de este mal –que consiste en bajos niveles de hierro en la sangre a causa principalmente de alimentación inadecuada– ha pasado del 40,1% antes del COVID-19 al 43,1% al 2023. Y eso es solo el promedio del país. En regiones como Lima Provincias, Cajamarca y Huánuco, el incremento fue de más de ocho puntos porcentuales. En Puno, la enfermedad afecta a 7 de cada 10 niños. De acuerdo con el IPE, la anemia ha subido incluso entre aquellos hogares con mejor posición económica.
La explicación central estaría, por supuesto, en la caída de la capacidad adquisitiva de los hogares. Son justamente las regiones con deterioros más marcados en el mercado laboral las que vieron subir sus indicadores de anemia de forma más pronunciada. Por su parte, el aumento generalizado en el precio de los alimentos golpeó sobre todo a los hogares más pobres en los últimos años. “El consumo de carnes rojas e hígado de res en personas de los niveles socioeconómicos C, D y E se redujo 13,5% desde el 2019″, menciona el estudio.
En medio de estas circunstancias, la respuesta desde el Ejecutivo ha sido sumamente pobre. En vez de priorizar el combate a la anemia infantil como un objetivo central de gestión, el presupuesto para suplementos contra la anemia –como hierro y vitamina A– se habría reducido a menos de la mitad en términos reales desde el 2019. Menos niños acceden a los suplementos de hierro que hace cuatro años.
Si se trata de proteger a los más vulnerables en entornos de desaceleración económica, como ha dicho este gobierno y el anterior en más de una ocasión, es difícil pensar en un objetivo más meritorio que reducir la anemia infantil. Esta tiene efectos de largo plazo sobre el crecimiento normal del niño, su desarrollo psicomotor, cognitivo y de socialización, y su capacidad física en la adultez. Aun así, ni el presupuesto ni las acciones de los últimos gobiernos reflejan la importancia crucial de atender una condición que afecta ya a casi la mitad de los menores de 36 meses en el Perú. Las consecuencias las pagan principalmente los propios afectados, pero dada la magnitud del fenómeno es innegable que tiene y tendrá un impacto sobre el desarrollo de la sociedad peruana.
Iniciativas privadas específicas de combate a la anemia sin duda pueden ayudar –de hecho, hay buenos ejemplos de ello en regiones como Cajamarca–. Y tasas de crecimiento económico más elevadas, en combinación con una inflación de alimentos relativamente baja, tienen el efecto de ir mejorando progresivamente la calidad de la ingesta de alimentos en los hogares. Pero estos son procesos que difícilmente hagan una diferencia significativa en el corto plazo sin mayor decisión –y presupuesto– de parte del Ejecutivo. Y es inconcebible que un gobierno que, de entrada, dijo priorizar a los pobres permita que la mayor trampa de pobreza siga en aumento.