Casi desde que juró, las razones por las que Iber Maraví debe dejar el Ministerio de Trabajo no han dejado de crecer, semana a semana. La gran mayoría de estas ya han sido comentadas aquí, pero hagamos una recapitulación al vuelo: sus nexos –con videos incluidos– con el Conare-Sutep (la facción del sindicato magisterial cuyos líderes son cercanos al Movadef o practican una abierta simpatía hacia sus miembros), su presencia en atestados policiales de la década de los 80 por atentados terroristas de Sendero Luminoso en Ayacucho, los testimonios de dos senderistas que lo reconocieron como uno de los suyos, la denuncia de una sobreviviente de la toma de la Municipalidad de Huamanga en el 2004 que asegura haberlo visto entre los atacantes, y la lista podría seguir…
A estas alturas, es claro que Iber Maraví representa un pasivo enorme para esta administración y que mantenerlo por más tiempo en el cargo parece un acto de suicidio político. Salvo, por supuesto, que entre quienes pueden pedirle la renuncia cunda una vocación de kamikaze. Lamentablemente, parece que estamos ante esto último.
Como se sabe, hoy el Congreso debe interpelar al ministro Maraví. Frente a este escenario, sin embargo, el presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, puso anoche el pie debajo del tablero: “El Congreso de la República está convocando a nuestro ministro de Trabajo, Iber Maraví, […] voy a acompañarlo y, de ser necesario, vamos a pedir cuestión de confianza […]. Porque esto [la interpelación a Maraví] responde a un tema político, no hay absolutamente ningún tema que tenga sustento”.
Y, no contento con lo anterior, añadió: “¿Quién cuestiona al ministro de Trabajo, Iber Maraví? ¿Los trabajadores? ¿Los sindicatos? ¿Las comunidades campesinas? ¿Nuestros hermanos que se levantan a las 4 de la mañana y trabajan? ¿Quién cuestiona?”. No hace falta recordarle acá al señor Bellido que, según la última medición de El Comercio-Ipsos, un 55% de encuestados cree que Maraví debe de ser reemplazado (en comparación con el 30% que cree que debería continuar), porque es imposible que él no esté al tanto de que las voces que piden la salida del titular de Trabajo son tan numerosas como variadas. Tampoco sorprenden a estas alturas ni su cinismo ni su provocación.
¿Cree, en realidad, Guido Bellido que vale la pena poner en vilo la continuidad de todo un Gabinete para salvar a un ministro indefendible? Ciertamente, no. Lo hace solo para forzar al Legislativo a tener que ponerse en la encrucijada de pasar la vergüenza de tener que ratificarle la confianza a él y a Maraví (tal y como hicieron semanas atrás) o quedar al pie del abismo de la disolución. Lo hace, en otras palabras, porque, en realidad, al señor Bellido gobernar el país no le importa tanto como ir al choque contra el Parlamento. Porque, más que el de primer ministro, su rol en el Ejecutivo parece ser el de oposición de la oposición. Si se pudiese declarar algo así como la ‘incapacidad moral permanente’ de un jefe del Gabinete, es obvio que Bellido merecería tal denominación. Una persona con una inclinación extorsiva como la suya no puede ser presidente del Consejo de Ministros.
Por supuesto que no vamos a ahondar aquí en las consecuencias que otra crisis entre poderes, de esas que vivimos reiteradas veces hasta hace muy poco, tendría para el país, ni los efectos que acarrearía para la institucionalidad, la recuperación económica y un largo etcétera. Al cierre de esta edición, una delegación del Congreso se encontraba en Palacio de Gobierno para, según habían anunciado a través de un pronunciamiento, “conversar con el presidente” a fin de “evitar una crisis política con graves consecuencias para nuestro país”. Queda claro, sin embargo, que no existe otra salida por el bien del Perú que la remoción de Bellido. Si el presidente no le pide la renuncia, será su cómplice, y esa será una mancha con la que tendrá que cargar por el resto de su administración. Pero si, por otro lado, los legisladores se niegan a removerlo, quedarán también como sus encubridores y tendrán que convivir no solo ya con la vergüenza que supondría un acto así, sino con la certeza de que, ante el menor movimiento, la cuestión de confianza volverá a blandirse sobre ellos.