Para quienes hasta este sábado al mediodía estuvimos intercambiando mensajes o llamadas de trabajo con él, resulta difícil hablar de Fritz Du Bois en tiempo pasado. Y es que Fritz se murió “como del rayo”, para decirlo con la fórmula del poeta Miguel Hernández. Hasta muy pocas horas antes de sentirse mal e ir a la clínica, donde supo que tenía un severo problema cardíaco que requería una inmediata operación, Fritz había estado trabajando. Unas horas después, había muerto.
Esto, que la muerte lo encontrase en un día de trabajo, no fue, en forma alguna, accidental. Fritz trabajaba muchísimo y eso lo supimos los periodistas de El Comercio muy pronto, cuando en octubre pasado tomó las riendas de este Diario. Su intensidad en el trabajo, sin embargo, aunque sin duda exigente, no resultaba opresiva ni para él ni para quienes estábamos bajo su mando.
A Fritz su trabajo continuo no parecía resultarle una cadena porque, para decirlo en pocas palabras, él creía en lo que hacía y, por lo tanto, era libre mientras lo hacía. De hecho, decía a menudo que en un país sin instituciones sólidas lo único que existe para denunciar y frenar los abusos del poder es la prensa independiente. Lo que hace poco sorprendente que en los 14 años que duró su trabajo como periodista hiciese un periodismo por lo general opositor de cada uno de los gobiernos que tuvo al frente.
En efecto, como editor de Fin de Semana de este Diario y como columnista del mismo fue un severo crítico del gobierno de Toledo, a quien constantemente reclamaba su indolencia y sus oportunidades perdidas, y cuyo mayor escándalo de corrupción también ayudó a poner en evidencia. Después, como director de “Perú 21”, enfrentó en repetidas oportunidades, con investigaciones y denuncias muy serias, al gobierno de García. Y, finalmente, como director de El Comercio, dio a conocer la denuncia más grave que hasta la fecha ha tenido el actual gobierno: el Caso López Meneses.
Lo suyo era un periodismo combativo que, en su permanente sospecha del poder, mostraba su ADN libertario. Un ADN libertario, dicho sea de paso, al que el país debe mucho, pues en los años 90 Fritz fue piedra angular del equipo de técnicos que desde el Ministerio de Economía cambió el rumbo económico del país y colocó las bases que han permitido reducir la pobreza en el Perú a menos de la mitad en diez años.
Por otro lado, también habría de ayudar mucho al que fuese tan difícil encontrar a Fritz estresado, enervado o, incluso, de mal humor, esa cierta distancia con la que parecía ver las cosas, en medio de su compromiso y su ritmo de trabajo. Resulta difícil saber si le venía de tantos años siguiendo de cerca los giros más inverosímiles de una realidad a menudo real maravillosa, o si tal vez la había ganado en la dura lucha que a los 17 años tuvo que dar contra el cáncer y que le costó un brazo, pero el hecho es que Fritz parecía vivir con la honda convicción de que, sin importar qué sucediese, el mundo seguiría girando. Una convicción muy sana de tener para alguien que, como un director de diario, tiene que estar tan a menudo tan cerca del fuego, o porque tiene que reportarlo o porque se lo están intentando de poner en los pies. Ni siquiera han pasado dos años, sin ir más lejos, desde la última vez que se trató de involucrar a Fritz, con presiones de ministros de por medio, en una absurda acusación penal, hecha en esa oportunidad por una fiscalía especializada en crimen organizado. Ni más ni menos.
Ciertamente, sí debe haber tenido que ver ese temprano y frontal descubrimiento suyo de la vulnerabilidad intrínseca a todo ser humano con la sencillez en el trato y en la concepción de sí mismo que eran consustanciales a Fritz y que explican que, como decíamos líneas más arriba, su exigencia como jefe no resultase opresiva para sus subordinados. Porque Fritz, contrariamente a la imagen que pintaban de él algunos de sus opositores ideológicos, era la personificación de la amabilidad y la educación para con el prójimo, haciendo invariablemente que quien estaba hablando con él, aún en las discrepancias más completas, se sintiese respetado.
Es una auténtica pena que Fritz muriese cuando aún estaban por darse muchos de los efectos de los grandes cambios que, desde su llegada a la dirección, empezó a implementar en El Comercio. Esas semillas que él sembró, empero, han quedado acá para germinar y dar frutos que, como lo hubiera dicho San Pablo, hablarán de quien las sembró.
Descansa en paz, Fritz. En este Diario quedamos los que trabajamos contigo con el reto que nos dejan los proyectos que con tanta energía y tesón emprendiste, además con el recuerdo cercano e inspirador de tu siempre caballerosa humanidad.