La izquierda “moderada” merece buena parte del crédito por la victoria de Pedro Castillo en el balotaje. Aunque el radicalismo del candidato de Perú Libre estuvo claro desde el principio, por su cercanía con Vladimir Cerrón y por lo honesto que fue con respecto a propuestas como desactivar la Defensoría del Pueblo y el Tribunal Constitucional, exaspirantes a la presidencia como Verónika Mendoza se pusieron como meta limarle los bordes a la propuesta electoral del hoy jefe del Estado. En sencillo, a punta de compromisos firmados y de apariciones públicas para traducir algunos de los planteamientos del partido del lápiz, un sector de la izquierda se empeñó en garantizar la moderación del adversario de Keiko Fujimori. Y muchos se lo creyeron.
El nombramiento de Guido Bellido –un investigado por apología del terrorismo, misógino y homofóbico que no ve una dictadura en Cuba– como primer ministro y la designación de otros radicales, fieles a Cerrón, en el Gabinete demostraron en cuestión de días que la referida moderación era una ficción. Y el hecho no solo ha supuesto la anuencia de aquellos que se perfilaron como supuestos garantes de la solvencia democrática del Gobierno, sino que también llevó a que algunos de ellos se calzaran un fajín, como ha sido el caso de Pedro Francke (Ministerio de Economía), Anahí Durand (Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables) y Roberto Sánchez (Ministerio de Comercio Exterior y Turismo). En corto, abandonaron el papel de guardianes autoproclamados para asumir el de cómplices.
Pero lo más llamativo (y, al mismo tiempo, lo más indignante) han sido los pretextos que los mentados “moderados” han montado para justificar al presidente Castillo y sus decisiones. La parlamentaria y exconductora de televisión Sigrid Bazán, por ejemplo, elaboró un argumento insólito en su cuenta de Twitter: “Está claro que no es un Gabinete hecho en Lima, por analistas y opinólogos, y que no se ha configurado para complacer a los sectores que siempre han criticado la propuesta del presidente desde la segunda vuelta”. Una fórmula que, por un lado, mezquina las críticas al Gabinete Bellido como si se tratasen de caprichos capitalinos y que, por otro, sugiere que el radicalismo que lo percude es consecuencia inevitable de lo descentralizado del mismo. Una muestra de que no han entendido (o no han querido entender) lo serio del problema y que buscan maquillarlo con narrativas que no vienen al caso.
En esa misma línea, el silencio de la lideresa de Nuevo Perú, Verónika Mendoza, a propósito de la elección de un presidente del Consejo de Ministros homofóbico y machista –actitudes que hasta hace unos meses la excongresista aseguraba combatir– ha sido ensordecedor. En sus redes sociales, salvo por las ocasiones en las que felicita a los correligionarios que asumieron una cartera, se ha dedicado a escribir frases con mucho de proclama y poco de sustancia como “quienes adherimos a esa demanda de cambio no podemos ponernos de costado ni abandonar la tarea con el primer remezón” o “hay cambios que serán resistidos por la inercia estatal, el dogmatismo neoliberal o el conservadurismo”, por ejemplo.
Pero quizá la actitud más paradigmática de todo este trance sea la adoptada por Pedro Francke, que se colocó un pin tecnicolor de “Igualdad” en el pecho a la hora de jurar el cargo. Su nítida alusión a la comunidad LGTB, al ser un desafío a su nuevo jefe, reconocía la existencia de los vicios del Gabinete al que se estaba incorporando. Pero más que dar esperanzas de moderación, el detalle pareció dejar claro que algunas convicciones son decorativas en cierto sector de la izquierda, que demuestra ser muy rápida para darse por servida con una insignia, pero muy lenta para cuestionar con energía a un primer ministro nocivo para el país.
“Salvo el poder, todo es ilusión”, reza una frase de Vladimir Lenin y una porción de la izquierda ha demostrado que la sigue al pie de la letra. En fin, con ellos ya en el poder, confirmamos lo ilusorio de muchas de las causas que decían defender.