Niños terribles ha habido siempre. De Rimbaud a Billy the Kid, pasando por el inmortal Roberto Chale, la idea de una persona que en la edad de la inocencia muestra rasgos de maldad ha resultado atractiva para la humanidad desde tiempos inmemoriales. A veces se trata solo de un toque de picardía, pero en ocasiones la cosa llega a extremos de perversidad y perfidia, y entonces la imagen de referencia pasa a ser más bien la del siniestro Damián de “La Profecía”.
La visión de los niños como angelitos incapaces de infligir daño a sus semejantes, de cualquier forma, es producto de un embeleco. Bien sabido es que, a raíz de su corta edad, las nociones del bien y el mal no están bien fijadas en la consciencia de los párvulos, y que ello puede llevarlos a comportarse de manera deplorable. Parafraseando precisamente una alusión del poeta Rainer María Rilke a los ángeles, podríamos decir que, en realidad, todo niño es terrible. Sobre todo, cuando le empiezan a salir los dientes. O también, según hemos aprendido esta semana, cuando le empiezan a crecer las uñas.
–Sus pequeños diablillos–
La declaración que, en su afán de convertirse en colaboradora eficaz, ofreció semanas atrás la ‘lobista’ Karelim López a la fiscalía ha sido una bomba cuyas esquirlas se han diseminado por diversos rincones del espectro político. Algunas de ellas, como se sabe, fueron a incrustarse en la pechera de Acción Popular (AP), partido que nunca se ha distinguido por haberle provisto al país grandes gestiones presidenciales, pero que por lo menos podía exhibir una aureola de honestidad en las estampas de sus líderes más preciados: los exmandatarios Fernando Belaunde y Valentín Paniagua.
A lo largo de su historia reciente, los candidatos y dirigentes del partido de la lampa han tratado de vender, con cierto éxito, la idea de que esa virtud alcanzaba a todo populista encumbrado en una posición de poder, pero ahora esa pretensión se ha topado con un serio inconveniente: en los fragmentos de la manifestación de la señora López filtrados el fin de semana pasado a la prensa aparecieron referencias a cinco actuales congresistas de esa organización que, según ella, pertenecerían a una mafia que funciona en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones. Tal mafia se dedicaría a orientar las licitaciones a cargo de ese sector y estaría conformada por el mismísimo presidente Castillo, el ahora exministro Juan Silva, algunas empresas chinas (que, junto a sus socios peruanos, se habrían beneficiado con las licitaciones amañadas) y los mentados legisladores de AP. La declarante solo se animó a dar el nombre de dos de ellos –Raúl Doroteo y Juan Carlos Mori–, pero lo que no omitió fue el detalle de que el jefe del Estado acostumbraba evocarlos con el apelativo de “los niños” por su permanente disposición a obedecer lo que él les dijera. Así pues, en recuerdo de sus años de inverosímil maestro de escuela, el presidente parecía sugerir que ellos eran (o son) sus pequeños diablillos.
La noticia, por supuesto, puso al partido en cuestión y a la oposición parlamentaria en general de cabeza. Y sin embargo, nadie puede sostener con honestidad que haya sido una revelación sorpresa: la presencia de “niños” a lo largo y ancho de aquella mayoritaria porción de la representación nacional que no fue elegida por los votantes de Perú Libre es conocida desde el inicio de esta administración. Se trata, en realidad, de un fenómeno que excede incluso los límites del Congreso, pues los presuntos opositores que, con la coartada de la “gobernabilidad” –un alias del candor infantil–, se han puesto en distintas circunstancias a las órdenes de Castillo abundan también en otros contextos. Pensemos, por ejemplo, en Daniel Salaverry, que compitió con el profesor en la primera vuelta y que luego, casi antes de que salieran los resultados a boca de urna, trató de convertirse en su vocero.
Es en el Palacio Legislativo, sin embargo, en donde, sin lugar a dudas, el fenómeno de los niños se ha manifestado de manera más recurrente. Las presentaciones de los gabinetes encabezados por Guido Bellido y Mirtha Vásquez, por ejemplo, llamaban a ofrecer recompensas antes que votos de confianza, pero las bancadas de Alianza para el Progreso, Acción Popular, Podemos Perú y Somos Perú, con una que otra excepción, optaron por respaldarlos al son de alguna cantilena infantil. Y ahora que el premier Aníbal Torres se prepara para someter a su juicio al único equipo ministerial con médico brujo incluido que se haya reportado en nuestra historia republicana, parece que tales bancadas piensan reafirmar la impresión generalizada de que constituyen un auténtico nido.
–Condoricosas–
El vicepresidente del Congreso Enrique Wong, que ya en una ocasión justificó la confianza hacia un gabinete tan espeluznante como el actual con el argumento de que lo hacía para que “siga bajando el dólar”, ha anunciado que esta vez tampoco le negará su sonrisa de rapaz a la conformación ministerial que integra el inédito doctor Hernán Condori. “No creo que por un ministro pongamos en riesgo a todo el gabinete”, ha proclamado, provocando de seguro un ataque de celos en el también pueril Héctor Valer.
Y así, entre rondas extrañas y turbias añoranzas del juego del cucurucho, estamos próximos a comprobar que los pequeños diablillos al servicio secreto de Su Majestad no son solo los cinco o siete ya conocidos, sino que el nombre al que responden es, como en el evangelio, legión.