Antártida expedicionarios
Antártida expedicionarios
Oscar Paz Campuzano

Me pasé los primeros tres días de navegación en el buque Carrasco haciendo suposiciones sobre la Antártida, más por supervivencia que por emoción. Visitar este continente, que acumula 36 millones de kilómetros de hielo, no era mi sueño, debo decirlo. Si hace cuatro meses me hubieran dado a elegir cualquier destino del planeta para pasar una temporada, el gélido y desolado polo austral no habría sido ni la más remota de mis opciones, porque pensaba que allí se llega más por obligación que por deseo. No vas, te envían.
¿Pude estar tan equivocado?

Me embarqué el 26 de enero último en el muelle Prat, en Punta Arenas, la ciudad más austral de la Patagonia chilena. Pasamos tres días navegando por los canales de Magallanes y el temido paso Drake, rumbo a la Antártida. Nuestro destino era Rey Jorge, la más grande de las 11 islas que forman las Shetland del Sur. La base científica Machu Picchu fue instalada en esta isla hace ya 30 años. El lugar elegido en el verano de 1989 por los expedicionarios peruanos fue Mackellar, una de las tres ensenadas de la bahía Almirantazgo.


En Mackellar, los glaciares de la ensenada rozan con el mar. Cuando sus hielos se desprenden, flotan en las aguas turquesas o terminan arrimados en la orilla. Las focas de Weddell o las depredadoras Leopardo suelen reposar ahí. El día que llegamos, el 31 de enero, antes del mediodía, el tiempo era bueno. Había nevado, pero los vientos no sacudían el mar y la temperatura del verano austral se mantenía en 0 ºC.

Antártida
Antártida
Los investigadores peruanos en la Antártida están analizando el impacto del retroceso del glaciar Znosko en los alrededores de la estación científica peruana Machu Picchu. (Foto: Óscar Paz C./ El Comercio)
Los investigadores peruanos en la Antártida están analizando el impacto del retroceso del glaciar Znosko en los alrededores de la estación científica peruana Machu Picchu. (Foto: Óscar Paz C./ El Comercio)
(Foto: Óscar Paz)
(Foto: Óscar Paz)

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El Perú va a este rincón del planeta porque suscribió el Tratado Antártico, un acuerdo mundial de 1959 que paralizó las aspiraciones de soberanía de varios países sobre este continente que tiene el 80% de las reservas de agua dulce de la Tierra. Se declaró este lugar como un territorio de paz al que las naciones llegan para hacer investigaciones a fin de conservarlo.

El Perú firmó el tratado en 1981 y, tras la instalación de la estación Machu Picchu en 1989, obtuvo su derecho a tener voz y voto en las discusiones anuales sobre el futuro de la Antártida. Con la campaña científica de este año, el Perú cumplió ya 26 expediciones.

La más reciente empezó el 7 de diciembre del 2018, con el zarpe del BAP Carrasco desde el puerto del Callao. Tres semanas después, a fines de diciembre, el buque oceanográfico polar operado por la Marina de Guerra fondeó en Mackellar con el primer grupo de investigadores y los militares de la Compañía de Operaciones Antárticas (COA) del Ejército. Se desembarcaron alimentos, equipos de investigación y todo lo indispensable para los tres meses. Los militares de la COA retiraron la nieve acumulada durante el crudo invierno antártico en la estación Machu Picchu.

Antes, el hielo cubría casi toda la base y se sufría mucho para abrir sus puertas porque, además, solo se usaban picos y palanas, recuerda Pablo Antay Obregón, quien lleva 17 años viajando a la Antártida como el electricista de las campañas. Ahora, la nieve acumulada durante el invierno austral es menor, y el Ejército utiliza maquinaria pesada para levantar el hielo.

A fines de diciembre del año pasado, con el arribo a Mackellar, fue fundamental instalar con premura las tuberías de agua y electrificar la estación; lo básico para soportar el frío del verano que en sus días más duros desciende a -3 °C, con repentinas nevadas y temporales. El Año Nuevo lo recibieron en la Antártida.

(Foto: Óscar Paz)
(Foto: Óscar Paz)
Antártida
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Los investigadores peruanos en la Antártida están analizando el impacto del retroceso del glaciar Znosko en los alrededores de la estación científica peruana Machu Picchu. (Foto: Óscar Paz C./ El Comercio)
Los investigadores peruanos en la Antártida están analizando el impacto del retroceso del glaciar Znosko en los alrededores de la estación científica peruana Machu Picchu. (Foto: Óscar Paz C./ El Comercio)

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Toda la campaña científica se dividió en dos fases. Participaron 72 investigadores de varias universidades e instituciones del Perú, así como algunos científicos invitados de Chile, Colombia y Portugal. Un primer grupo se embarcó en el Carrasco y navegó por las aguas del estrecho de Bransfield, y las islas Rey Jorge, Elefante y Decepción, en el mar antártico.

Con los equipos del buque se recogieron muestras del suelo marino, de agua de mar a diferentes profundidades, y se pescó krill, un crustáceo nativo de este océano. Con el material recolectado se hacen estudios sobre el microplástico, la actividad de volcanes submarinos y la contaminación por metales pesados.

El segundo grupo de científicos trabajó desde la base Machu Picchu. Hicieron investigaciones sobre el derretimiento del glaciar Znosko y el impacto que el deshielo tendría sobre la biodiversidad de la ensenada Mackellar. Se hicieron también análisis meteorológicos, geológicos, avistamiento de aves y estudios del suelo.

ballenas antártida (Foto: Óscar Paz Campuzano)
ballenas antártida (Foto: Óscar Paz Campuzano)
Antártida
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Las condiciones climáticas, que cambian repentinamente, pudieron complicar la misión. El buque Carrasco se encontró con un mar lleno de témpanos cuando iba rumbo al golfo de Erebus y Terror, una zona de la Antártida que los marinos peruanos nunca antes habían navegado. Por seguridad de la nave y ante la imposibilidad de continuar las labores de batimetría, el Carrasco cambió de rumbo y siguió la expedición. Semanas antes, el piloto naval Franklin Paredes sintió fuertes dolores en el vientre y por indicios de apendicitis fue evacuado en helicóptero desde el Carrasco hasta el hospital de la base rusa Bellingshausen. Fue, por suerte, solo un susto.

Hubo mañanas o tardes enteras que nadie pudo salir de la base Machu Picchu: era peligroso hacer los trabajos de investigación con vientos de hasta 120 kilómetros por hora y el mar agitado. Los expedicionarios están tranquilos y seguros dentro de la estación. Tienen calefacción, luz eléctrica, agua caliente, películas, videojuegos, dormitorios con camarotes, una sala en la que todos departen y un amplio comedor adyacente a la cocina. Hay reservas de comida suficientes para sobrevivir los tres meses. No faltó en todo ese tiempo un lomo saltado, un arroz con pollo o un cebiche aunque afuera la nieve cayera como cristales.

Aldo Saavedra o ‘Cookie’ –como lo llaman de cariño– es el cocinero de la base peruana desde el 2006 y uno de los más queridos. Su fama de buen cocinero llegó incluso a otras estaciones cercanas como Ferraz (Brasil) y Arctowski (Polonia). Los expedicionarios extranjeros llegaron más de una vez para las reuniones de camaradería celebradas en Machu Picchu con comida peruana y pisco sour.

Aldo Saavedra, el cocinero de la Antártida
Aldo Saavedra, el cocinero de la Antártida

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La fotografía en la que aparecen todos los militares y expedicionarios la tomé la tarde del 17 de febrero, desde la proa del buque Carrasco con la ensenada Mackellar a sus espaldas. Nadie quedaba en la base Machu Picchu en ese momento. La misión empezaba el retorno a casa, que hoy se concreta con el arribo del buque y su tripulación al puerto del Callao.

¿Pude estar tan equivocado sobre la Antártida? Como dije al inicio, hace cuatro meses cuando me propusieron el viaje, este lugar no era un destino pendiente. Pensaba que la temperatura extrema y sus parajes desolados me bloquearían cualquier intento de conmoverme. Una vez que llegué allá, empecé a entender lo que siente y cuenta todo aquel que pisa por primera vez estas latitudes del hemisferio sur: el afán de quedarte un rato más en ese rincón del mundo, al que no sabes si algún día volverás. 

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