Mientras Martín Vizcarra juraba como presidente, la flamante primera dama Maribel Díaz Cabello (de guinda) estuvo flanqueada por su nieto y sus cuatro hijos. (Foto: Congreso de la República)
Mientras Martín Vizcarra juraba como presidente, la flamante primera dama Maribel Díaz Cabello (de guinda) estuvo flanqueada por su nieto y sus cuatro hijos. (Foto: Congreso de la República)
Redacción EC

Tras Eliane Karp y Nadine Heredia, vivimos un trauma con las primeras damas. Podría pensarse que el machismo de la mitad masculina de la población, y de parte de la mitad femenina que comulga el mismo credo, expresó un rechazo prejuicioso a esas mujeres empoderadas. Pero, aunque algo de ello puede ser cierto, el expediente de ese par de señoras está lleno de episodios altisonantes en los que sus palabras, gestos y, en el caso de Heredia, acciones lindantes con la usurpación de poder, empujaron a sus esposos a confrontaciones innecesarias con sus rivales.

Alan García y Kuczynski no tuvieron que sobrellevar esa carga pesada que, más que respaldo, fue para Toledo y Humala un frente adicional de ataques. Pilar Nores y Nancy Lange, a pesar de tener, ambas, formación y opinión política propia, desempeñaron el discreto papel que la tradición manda. Algo ayudó a su obligada discreción el que sean extranjeras; aunque esa razón no fue freno para las intemperancias públicas de Karp.

En todo esto no hay inequidad de género, pues lo mismo se hubiera aplicado al esposo de una presidenta, de haberlo tenido; lo mismo se aplica ya a esposos de ministras y alcaldesas. Quien está ponchado junto al elegido por el simple hecho de ser su pareja no ha sido elegido por el pueblo y no tiene ‘accountability’ (no rinde cuentas), por lo tanto no comparte ni lleva las riendas del poder.

Maribel Carmen Díaz Cabello no será una primera dama invasiva ni desafiará la prudencia y dignidad del encargo. Lo aseguran las fuentes que nos hablaron de ella pues, para empezar, no tiene especial interés en la política. Su escasa participación en las dos campañas de su esposo –una perdida y otra triunfal– a la gobernación de Moquegua, y a la primera vicepresidencia de PPK en el 2016, fue motivada fundamentalmente por amor y respeto a . Pero no es una mujer sin carácter ni intereses fuera de la vida doméstica; simplemente, estos están lejos de la política, en el mundo de la educación inicial.

—Vamos al colegio—
La política no se cruzó por primera vez en su vida cuando a Martín se le metió ser gobernador en el 2006. Su tío Antonio Cabello Oviedo fue alcalde de Moquegua por el Apra entre 1987 y 1990. En su familia materna, generaciones atrás, destacó Mercedes Cabello de Carbonera, maestra y escritora cuya obra se consigna entre los escritos precursores del feminismo peruano.

Los padres de Maribel, Rafael Díaz Dueñas y Carmen Cabello Oviedo, son profesores (al igual que Doris Cornejo, la difunta madre de Martín), y esa fue la primera influencia que inclinó a Maribel a ser maestra. Pero antes tuvo otra opción. Se fue a estudiar Medicina a Tucumán, Argentina. Apenas terminó el primer año, abandonó la carrera y decidió volver a Moquegua. Ingresó al instituto pedagógico Mercedes Cabello.

Desde que egresó del pedagógico hasta hoy, Maribel se ha dedicado a la educación inicial, o sea, a trabajar con infantes. Ha sido profesora y también directora en el colegio público Sagrado Corazón de Jesús. Y en casa tenía cuatro hijos –Diana, Daniela, Diamela y, el menor y único hombre, Martino– de su matrimonio con Martín. La educación y el aprendizaje marcaron su vida.

Cuando su esposo fue gobernador, entre el 2011 y el 2014, Maribel estaba a cargo del colegio y entendía perfectamente la apuesta de su marido por la educación, que llegó a destinar un abultado 30% del presupuesto del gobierno regional. Esa priorización fue la clave del prestigio moqueguano cuando se reveló que el pequeño departamento del sur tenía una notable alza en sus indicadores de comprensión lectora y matemáticas. El entonces ministro de Educación Jaime Saavedra decidió otorgar las Palmas Magisteriales a Vizcarra por haber demostrado lo crucial que es apostar por el rubro esencial del desarrollo. Aunque Maribel no trabajaba para Martín, su vocación de maestra, al igual que la de su suegra Doris han sido y son una referencia para el ingeniero y hoy político Vizcarra. La educación tuvo especial énfasis en su mensaje de ayer.

Como primera dama, se verá obligada a alejarse de Moquegua y del colegio, pero su despacho le abre un abanico de posibilidades –recién empezará a estudiarlas– para conciliar el trabajo palaciego con su interés en la educación inicial. Además de su formación docente en Moquegua y su trabajo de profesora, Maribel estudió una maestría en educación en la sede moqueguana de la Universidad César Vallejo. Y, a pesar de ser huidiza a cámaras y actos oficiales (razón por la cual escasean fotos de la pareja), si le toca hablar de asuntos de Estado no le será difícil invocar la preocupación de su marido por la educación.

—La tribu Vizcarra Díaz—
Aunque no se los suele ver juntos bajo el asedio de las cámaras, los Vizcarra Díaz lucieron ayer felices cuando fueron ponchados en un palco del Congreso durante la toma de mando. Hace seis meses, la hija mayor, Diana, dio a luz a Mateo, el primer nieto del presidente y la primera dama. En el palco, se veía a Maribel y sus cuatro hijos jugando con el pequeño.

La tribu completa hizo lo posible por seguir a Martín en su exilio canadiense. Maribel pidió licencia en su escuela y algunos hijos se matricularon en Canadá. La intempestiva mudanza a Lima los obliga a poner muchas cosas en orden y perspectiva.

El más doloroso abandono es, en realidad, el de Moquegua. Maribel, al igual que Martín, solo dejó su tierra y la de sus padres y hermanos para ir a estudiar. Él fue a Lima y ella fue a Tucumán. Moquegua está presente en la vida de Maribel y en la de Martín de una forma trascendente. Allí hicieron carrera y familia, y aunque será difícil hablar de un toque moqueguano en la presidencia, ayer sí vimos cierta modestia, cierta renuencia a imponer un estilo y sello propios que no fuera una sencillez de ciudad pequeña. A estas alturas, PPK estaba bailando y saludando hasta a los árboles mientras Nancy Lange hacía esfuerzos por minimizar su acento gringo.

En cambio, Martín agarraba algo nervioso la mano de Maribel para darse confianza mutua y no se sintió cómodo en esa suerte de celada protocolar que la canciller Cayetana Aljovín le hizo en Torre Tagle camino al Congreso. Ya en el Palacio Legislativo y luego en Palacio de Gobierno, al caminar por la alfombra roja era visible la incomodidad de Maribel con el traje, los tacos, los reflectores, la circunstancia. Mucho más cómodo se lo vio a Martín, y por lo tanto a Maribel también, en el encuentro, más íntimo, con el personal palaciego. Por supuesto, la accidentada e inesperada sucesión obligaba a una celebración más apagada que si se tratara de aquella que sigue a las elecciones generales; aunque es muy probable que otra pareja se hubiera entregado a más licencias y boato. Esta vez, por ejemplo, no hubo besamanos.

Si Lange se hizo de una narrativa de hija y hermana de bomberos pueblerinos de Wisconsin, presta a la ayuda urgente y desinteresada (aunque en las últimas décadas, además de asuntos de casa, se había dedicado profesionalmente a apoyar a su esposo en el trabajo de las asesorías financieras y las altas finanzas), Díaz Cabello, sin forzar las cosas ni inventar nada, bien podría poner su biografía de maestra de escuela pública moqueguana al servicio de una narrativa de matrimonio y gobierno afanoso por la educación, que tiene cosas que aprender y lecciones simples que darnos (Fernando Vivas).