Hace dos décadas, exactamente el 14 de agosto del 2001, El Comercio publicó la siguiente crónica sobre un incidente protagonizado por Ciro Gálvez, entonces excandidato y ahora flamante ministro de Cultura, del gabinete de Guido Bellido:
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Ciro Gálvez, líder de Renacimiento Andino, dice que fueron “tres copitas no más” las que tomó antes de enfrentarse contra el mundo con su arma, cuando lo bajaron de ómnibus en el que quería ir a Huancayo.
“Yo no he tomado, carajo”, respondió todavía sin comprender lo que pasaba mientras un grupo de policías lo conducía dentro de un patrullero. El chullo blanco que debía protegerlo durante el viaje a Huancayo se pegaba rebelde a su frente sudorosa. Se le veía indefenso en medio de los jaloneos de los guardias y separado del revólver Smith&Wesson calibre 38, de serie AMZ 6700, que antes había utilizado para convencer a los empleados del terminal de la empresa de transportes Ormeño de que no estaba ebrio.
“Usted no puede viajar en esas condiciones, señor. Mejor le reservamos el pasaje para mañana”, le dijo uno de los empleados y empezó el escándalo. Pero no, que “yo soy notario de prestigio, que yo voy a ser presidente, que quiénes se han creído”.
Y para mayor argumento extrajo su pistola, rompió la noche con dos tiros al aire y “aquí se hace lo que yo digo, porque yo soy yo y punto, carajo. Nadie está borracho”.
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Había llegado al terminal a las 11:45 p.m., junto con su hijo José Gálvez Velásquez. Lo que no sospechó era que ni el arma que portaban ni el título de ex candidato a la presidencia de la República lo iban a librar del cumplimiento de la norma. Ningún pasajero puede viajar en evidente estado etílico.
No obstante, Ciro y su hijo no lo entendieron así y empezó el pleito. Los trabajadores de la empresa comenzaron a preocuparse. Los dos disparos ya eran suficientes para saber que estaban en peligro y entonces optaron por lo más lógico... Llamaron a la policía.
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Entraba la medianoche, cuando en el lugar se hizo presente la Policía. Un suboficial intentó calmar los ánimos invocando el principio de la santa paciencia, pero sus buenos deseos fueron repelidos a golpes por el hijo de Ciro (José).
Ya, en ese momento, la única arma que le quedaba al fundador del movimiento Renacimiento Andino era el grito. Cuando lo detuvieron, Ciro Gálvez, llevaba sólo una botella de agua mineral en la mano. “Ustedes, servidores del imperialismo”, dijo antes de perderse en un iracundo monólogo en quechua, ya adentro del vehículo que lo llevaría hasta la comisaría de San Isidro.
“Qué tal ‘turrón’ tiene ese pata”, dijo un policía que con ademán de repulsión se anticipó al veredicto del dosaje etílico.
A las 2:55 a.m. -y luego de los exámenes toxicológicos-, fue conducido hasta la delegación de La Victoria, donde pasó el resto de la noche.
Recién a las 10:30 a.m. de ayer llegó al lugar el fiscal de turno. Minutos después Ciro salió en libertad. “Yo no he tomado y sólo actué en defensa personal”, afirmó ya con otra cara y sin el chullo con el que fue detenido. Era ya un hombre de saco y corbata.
Los resultados de los exámenes tomarán unos días, pero un correligionario que lo acompañó durante la noche, avergonzado confirmó que una extraña combinación de whisky, vino y una botella de anisado se removía en el estómago de Gálvez la noche del incidente. (Crónica publicada en El Comercio el 14 de agosto del 2001)
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