Pero como ya lo demostró Manuel Lorenzo de Vidaurre en su clásico “Vidaurre contra Vidaurre”, a veces es mejor rectificar los errores y reírse del “muchachito tonto” (ministro Aníbal Torres dixit) que todos alguna vez fuimos.
La postura política del canciller Béjar fluctúa entre su radicalismo de antaño y los actuales matices propios de la experiencia y quizás la diplomacia. Salvo el poder blando, todo es ilusión.
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—Ni res pública ni ciudadanos—
Allá por el 2019, en el primer ciclo de políticas sociales y desarrollo de la Maestría en Gerencia Social de la PUCP, disertó ante sus alumnos sobre las miserias del modelo de salud y seguridad social en el Perú. También sobre la minería: “Claro que la gran empresa crea empleo, pero durante el tiempo que destruye, cuando hace el gran tajo abierto que está prohibido en Costa Rica. […] No estás construyendo: estás destruyendo. Claro que hay trabajadores en el proceso de destrucción, pero esos trabajadores no son del lugar, porque son altamente calificados y el empleo es temporal, y dejan el desmonte como regalito. […] ¿Es eso una empresa deseable? Imagino que no”.
A poco del día central del bicentenario de nuestra independencia (y a poco de jurar como ministro), Béjar le explicó vía Zoom a “Hora de cambio”, programa de la Red de Comunicación Regional, que había muy poco que celebrar. Mezclando en coctelera la teoría de la dependencia cepaliana con la de la independencia concedida (y una pizca de los libros de Carlos Malpica), el ya entonces voceado a usar fajín teorizó que nunca fuimos una república porque persisten los dueños del Perú y porque seguimos estando subordinados a una potencia extranjera. “El Perú oficial –que no es el Perú profundo del cual habló Basadre– para justificarse debió mentirse a sí mismo y mentirle al país”, explicó.
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“Nacimos como una república, pero nunca hemos sido una república, porque la república supone que existe algo que se llama la ‘cosa pública’. En el Perú lo privado siempre ha sido predominante, salvo muy pocas excepciones. El Perú es un país que tiene dueños. Siendo un país que tiene dueños, no puede ser una república. Una república necesita ciudadanos. Un ciudadano porta derechos. Y en el Perú, la gente que puede portar derechos y puede defenderlos, casi como que no existe. ¿A usted se le ocurriría ir a un juez a defenderse? Yo no me atrevería. Sé, como una persona que ha nacido y vive en el Perú, que no tengo la menor posibilidad de obtener justicia. Y si yo, que soy un profesor universitario, no la tengo, imagínese usted, un poblador de los Andes que vive a 4 mil metros de altura. Y que no habla el idioma que hablan los jueces. En el Perú hemos vivido y vivimos todavía una ficción. Nuestra tarea a partir de estos 200 años es acabar con esta ficción y construir una república y una democracia de verdad”.
Y termina con un pedido liberal: “El Perú no es neoliberal ni liberal: es una dictadura económica de los monopolios. Castillo debe hacer una política liberal, abrir totalmente el comercio a miles de empresas que no tienen relación con los monopolios peruanos. Eso va a precipitar el verdadero liberalismo para el Perú, la verdadera libertad de comercio”.
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—Su versión de la subversión—
En su libro “Retorno a la guerrilla” (2015) cuenta cómo ‘Calixto’ (seudónimo) se reunió con Abimael Guzmán. A propósito de la subversión del pasado, relata en una entrevista de Ideele (edición 279): “Yo he repetido muchas veces que ahora soy un pacifista, aunque sé que en el Perú hay problemas que no se van a solucionar sin una revolución”.
—De las armas al Estado—
En torno a su paso de guerrillero a burócrata, confiesa a Ideele lo mucho que se parece un revolucionario a un militar: “No fue un costo ideológico. En realidad, fue un pase fácil: yo era militarista de verde olivo. Había códigos de los militares que entendía perfectamente y que mis compañeros de izquierda no. Había seguido de cerca la experiencia de los dos líderes de la guerrilla guatemalteca que eran militares, la experiencia de Bolivia en la que el Movimiento Nacionalista Revolucionario cogobernó con los militares y llevaron a cabo la Revolución boliviana. Además, muchos amigos peruanos habían estado deportados en Argentina y sabía lo que significaba el peronismo. Para mí no era ninguna novedad”.
Finalmente, y de nuevo en conversa con Ideele, Béjar suelta una frase alusiva a lo que sucede cuando una persona toma un arma: “Yo he visto cómo se transforma una persona cuando tiene poder”. Palabras proféticas, quizás.
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