Hace un mes comentábamos los sorprendentes avances que vienen produciéndose en la Alianza del Pacífico (AP), un grupo de naciones que, desde junio del año pasado,integramos junto con Colombia, Chile y México. Entre otras cosas, el bloque ya ha anunciado su decisión de liberalizar el 100% de las importaciones entre sus integrantes, y todo apunta a que para fines de este mismo año el 90% de su comercio estará libre de aranceles. Es decir que a poco más de un año de constituida la AP ya se habrá convertido, para casi todo efecto práctico, en una zona de libre comercio. Y no, por cierto, en una zona de libre comercio cualquiera, sino una que junta a las que son (no por coincidencia) las cuatro economías de mayor crecimiento en Latinoamérica, cuyas exportaciones suman la mitad del total de las exportaciones de la veintena de países del subcontinente.

Es remarcable, decíamos entonces, cómo los países que tienen economías libres, tienden en los hechos a integrarse de manera natural, por efecto de su propia lógica interna,la misma que supone que sus protagonistas estén siempre a la caza de más espacios y personas con los que intercambiar (en una palabra, de mayores mercados). Esto, mientras que los ensayos de integración por parte de los países con economías intervenidas, pese a toda su rimbombancia integracionista, suelen estancarse, también por efecto de su propia lógica: el proteccionismo, por definición, no es amigo de los intercambios sin barreras. Como prueba de esto último ahí está el Mercosur, sin moverse hacia ninguna parte desde hace años e ilustrando cómo los esfuerzos integradores entre economías cerradas se parecen mucho a un intento de abrazo entre personas que tienen las manos esposadas.

Pues bien, la cumbre de los cuatro líderes del AP que comenzó el jueves en Cali, Bogotá, ha acelerado aun más el camino de la integración del bloque, avanzando ya no solo hacia la libre circulación de bienes, servicios y capitales, sino también de personas. En efecto, se ha anunciado que los ciudadanos de los cuatro países no necesitarán visas de negocios para desarrollar actividades comerciales en sus territorios.

La medida es importante en sí misma, pero si es que, como parece ser el caso, se trata solo de un primer paso hacia una zona de libre circulación de personas, podría tener consecuencias que van más allá de las que se considerarían a primera impresión y, de hecho, de las puramente económicas.

Así, por ejemplo, las zonas sin barreras migratorias facilitan que la gente exprese su opinión sobre las diferentes políticas de sus respectivos países no solo con su voto, sino también con su decisión de mudarse o no a otro país. De esta forma, las zonas de libre circulación proveen a las personas de un instrumento muy poderoso para hacer saber a un gobierno cuándo sus programas no están funcionando o, peor aun, están funcionando solo para arruinar la vida de la población. Si hubiera habido maneras de salir de Cuba más fáciles que las que suponían cruzar en balsas el estrecho de la Florida o fugar en medio de algún viaje de representación deportiva, hace ya largo tiempo desde que el encanto romántico de los barbudos fue siendo reemplazado por la crudeza de la escasez y la represión- que la dinastía de los Castro se hubiese desinflado, en el ridículo.

No se necesitan ejemplos tan extremos como el de Cuba, sin embargo, para mostrar las utilidades que puede tener el cruzar fronteras libremente. Cuanto más fácil sea para los ciudadanos de un estado migrar a otros, más en competencia están las regulaciones que dicta ese estado con la de esos otros, y más poder de presión tienen, por tanto, sus ciudadanos frente a su gobierno. Un ejemplo de cómo funciona esto son los 50 estados de la unión norteamericana, donde las personas migran constantemente de una jurisdicción a la otra conforme encuentran que las diferentes regulaciones les ofrecen más oportunidades u obstáculos para realizar sus proyectos de vida.

Comoquiera que cuanto más influencia pueden tener los ciudadanos sobre sus gobiernos, más democracia hay, lo anterior implica que las zonas de libre circulación de personas son, intrínsecamente, un refuerzo para las democracias que las componen. No es en vano que también se llama voto al que se hace con los pies.

También están todos los efectos culturales. Los ciudadanos de Europa no son los mismos desde que no existen las fronteras entre ellos. Por ejemplo, los nacionalismos y, por lo tanto, las probabilidades de guerras, se han ido diluyendo entre ellos.

Las posibilidades, en fin, son ilimitadas y muy prometedoras, como suele ser el caso siempre que se desmontan barreras de cualquier tipo y se ensancha, por tanto, el espacio de la libertad.