Como todos los años, la región sur andina del país (especialmente Arequipa, Moquegua, Tacna, Cusco y Puno) es azotada por oleadas de frío catastróficas. Y como todos los años, también, el daño causado es enorme: en las provincias de Carabaya, Sandia, Lampa, San Antonio de Putina, Melgar, Puno y El Collao (todas pertenecientes al departamento de Puno) hay cientos de familias aisladas –varios de cuyos integrantes, si vamos a guiarnos de la historia de todos los años, podrían tener a estas alturas enfermedades respiratorias severas o haber muerto ya–. Por otro lado, el impacto económico del frío para los puneños viene siendo también enorme: decenas de miles de animales han muerto en la zona (hasta la fecha). Si, en fin, hay alguna diferencia entre este año y los anteriores es que ahora el frío es todavía peor: la provincia de Carabaya, en Puno, por ejemplo, no soportaba una nevada así desde hacía 10 años.
Como consecuencia del tamaño del daño, el presidente Humala ha tenido que declarar todas las provincias puneñas antes nombradas en emergencia. Y sin duda tiene sentido la declaración en tanto que se trata de una situación de peligro que requiere de acción inmediata. No obstante, uno no puede dejar de preguntarse qué clase de “emergencia” es esta que se da todos los años, en los mismos meses y lugares, con una regularidad casi perfecta.
En efecto, solo revisando nuestros propios archivos periodísticos de los últimos años se toma conciencia de una especie de danza macabra anual celebrada entre heladas azotando a los departamentos del sur y causando víctimas mortales, y reacciones de ayuda tan bienintencionadas como improvisadas y tardías. De esta forma, por ejemplo, el 12 de junio del 2001 reportamos que en Puno, Junín y Apurímac habían fallecido hasta esa fecha unos 102 menores de 5 años como consecuencia de las heladas. El 20 de julio del 2002, un año después, leemos lo mismo: se daban, en Puno, severas heladas con víctimas mortales y, como consecuencia, se había armado la campaña Gran Cruzada por el Sur. Un año más tarde, el 29 de junio del 2003, nuestro Diario informaba de cincuenta defunciones de niños menores de 4 años ocurridas por enfermedades derivadas de las heladas en el sur. Al año siguiente, en la quincena de julio, dábamos cuenta de nuevas heladas y de la consiguiente campaña Abriga a un Niño Peruano, Dale una Frazadita, impulsada por el Minsa. Y así sucesivamente, año tras año, hasta llegar al actual.
Es decir, por lo visto las heladas en el sur y la enorme vulnerabilidad de la población de la región a las mismas es un tema que nos coge por sorpresa todos los años puntualmente. Ciertamente, esa es la sensación que deja una breve sumergida en el portal de transparencia del MEF para buscar datos sobre el tema. Ahí vemos que pese a que el Gobierno Regional de Puno, por usar un ejemplo emblemático de este problema, empieza a registrar un presupuesto en el año 2004, solo a partir del 2008 comienza a dedicar partidas específicas a la prevención de desastres naturales o a la asistencia social ligada a estos. Estas partidas, por su parte, siempre han representado menos del 1% del presupuesto de la región y en su mayoría han servido para financiar rubros ajenos a los relacionados con las heladas, como construcción de defensas ribereñas o apoyo a los bomberos, por ejemplo. Recién se ha podido identificar un aumento significativo en el presupuesto para desastres naturales este año, aunque aun así este sigue por debajo del 1% del total regional. Esto, pese a que la región dispone hoy de más del doble de recursos de los que disponía hace nueve años: el presupuesto regional ha aumentado 125% desde el 2004 (y hubiera podido aumentar mucho más sí es que no hubiera habido sucesivos gobiernos regionales saliéndose de su camino para ahuyentar la inversión privada en la región).
No es el caso, por otro lado, que no se sepa cuáles son las causas a las que habría que atacar para impedir que las heladas anuales sigan pegando a las poblaciones rurales del sur con la misma fuerza con la que, en lo que hoy es el mundo desarrollado, no golpean a nadie desde el medioevo. Para seguir con el ejemplo de Puno, esta región sigue siendo una de las zonas con mayores índices de desnutrición infantil en el país. Y ya se sabe que esta es una poderosa causa de defensas bajas y, consiguientemente, de una mayor propensión a contraer infecciones respiratorias, que a su vez son una de las principales causantes de las muertes por heladas.
En suma: al menos en lo que toca a su gobierno regional –que tendría que ser el nivel del Estado más directamente involucrado por este tema– las provincias de Puno que han sido declaradas en estado de emergencia están en realidad en “estado de negligencia”, lo que ocasiona, trágicamente, que sus heladas anuales sean de las pocas guerras avisadas que sí matan gente.