Probablemente el señor Jiménez, quien se aleja del gobierno con un magro 13% de aprobación ciudadana, no será recordado como un impulsor de las principales políticas del Estado del que formó parte, sino como el fiel escudero del señor Humala y de la señora Heredia. Su trabajo como vocero del gobierno, después de todo, se concentró principalmente en la incómoda y difícil tarea de defender a la pareja presidencial de numerosos cuestionamientos a los que ella misma dio pie durante los últimos tiempos.
Hagamos memoria y repasemos algunos ejemplos. ¿Quién fue el encargado de repetir por meses la evasiva frase “no está en agenda” para librar a la primera dama de aclarar si postularía a la presidencia en el 2016? Cada vez que la aparente parsimonia del gobierno del señor Humala para enfrentar el problema de la inseguridad ha sido cuestionada, ¿quién ha salido a enfrentar a los críticos acusándolos de hacer “novela”, basarse en “percepciones” o de sufrir de “histeria”? ¿Quién fue la persona que enfrentó el tema del reglaje político (supuestamente digitado desde Palacio) acusando a los denunciantes de crear una “fantasía”? Cuando se han cuestionado los programas sociales insignia del señor Humala, ¿quién ha respondido desde el gobierno diciendo que las críticas son “politiquería”? La respuesta a todas estas preguntas es la misma: el señor Juan Federico Jiménez Mayor.
No pretendemos, por supuesto, que el primer ministro no defienda al gobierno que encabeza (aunque sí preferimos que tienda a hacerlo con hechos, cifras y datos concretos, más que con calificativos). Pero convertir esa labor –a ojos del público– en su principal tarea es confundir su función. Él, en primer lugar, debería ser quien dirija, coordine y comunique las grandes políticas que buscan ejecutar los ministerios. Y ese no fue el rol que asumió el señor Jiménez.
Ahora, es cierto también que al saliente primer ministro le fue difícil pararse en el lugar que le correspondía dado que este ya venía siendo ocupado por otras dos personas: aquellas que con tanto ahínco se dedicaba a escudar. Durante su gestión quedó claro que no era el señor Jiménez a quien debía pedírsele “luz verde” para ir adelante con los temas importantes del gobierno. E, incluso, el señor Humala no tenía inconveniente en desautorizarlo públicamente, demostrando así la falta de empoderamiento de su principal ministro. Un ejemplo de esto es la reunión que tuvo con el presidente de Repsol para evaluar la compra de sus activos, cuando horas antes el señor Jiménez había anunciado que esta reunión no estaba prevista. O cuando decidió no participar del diálogo con las fuerzas políticas a pesar de que la cabeza del Gabinete anunció que se contaría con su presencia. O cuando declaró que no se compraría un avión presidencial luego de que el señor Jiménez anunciase la decisión de realizar la adquisición.
¿Qué lección podría sacar el señor Villanueva de esta historia? Pues que sería mal negocio para él –y para todo el país– que ocupe el lugar de escudero que ocupó (o le tocó ocupar) a su antecesor.
El nuevo primer ministro debe ser consciente de que su principal agenda tendría que ser coordinar e impulsar las principales reformas que necesita nuestro país. Por ejemplo, aquellas que permitan resolver los dos problemas que más preocupan a la ciudadanía según todas las encuestas: la seguridad ciudadana y la corrupción. Y también las que contribuyan a acelerar el crecimiento del Perú y a la erradicación de la pobreza.
Afortunadamente, el señor Villanueva tiene dos cosas que le podrían jugar a su favor. Primero, se trata de un pragmático presidente regional que ha tenido mayor éxito en su gestión que sus pares, lo que demostraría que está más interesado en obtener resultados concretos que en jugar a la política del día a día. Segundo, no parece despertar anticuerpos en la oposición, lo que podría facilitar una justificada tregua temporal para que tome control del cargo y redefina su rol.
En todo caso, haría bien el señor Villanueva si su primer acto como primer ministro fuese uno concreto: mandar de vuelta al despacho presidencial el traje de escudero que encontrará esperándolo en su escritorio.