“Irma Vep” de HBO Max: el extraño caso del ‘remake’ que tiene sentido | CRÍTICA

En 1996, Olivier Assayas dirigió “Irma Vep”, la película sobre un cineasta empeñado en completar el extraño y pretencioso ‘remake’ de un filme francés mudo y de culto de 1915, “Les vampires”. Han pasado 26 años, y en un giro doblemente metacinematográfico, es el propio Assayas el ahora empeñado en readaptar “Irma Vep”, pero esta vez en la forma de una serie de TV que ha estrenado hace tres semanas HBO.

Desde ya habría que decir que este no es un ‘remake’ innecesario (como muchos otros). Porque si la “Irma Vep” original era, más que un ejemplo de cine-dentro-del-cine, una suerte de sátira sobre las tensiones entre los filmes de autor y la industria del entretenimiento –con todos sus clichés y sus prejuicios–, la nueva “Irma Vep” ostenta su propio brillo como una actualización de esas mismas tensiones.

Aquí se incide más, por ejemplo, en las diferencias entre los formatos fílmicos para la gran pantalla o para la televisión (¿son lo mismo una película y una serie el día de hoy?); en los abismos presupuestales entre proyectos de diferente envergadura, plataformas de streaming mediante; o en la exagerada atención de las productoras hacia los requerimientos del público contemporáneo (donde algoritmo y superhéroes mandan).

Es cierto que se extraña algo del encanto noventero de la cinta original, con la entrañable Maggie Cheung en el rol protagónico, o el magnético y temible papel de Jean-Pierre Léaud como el atribulado director del proyecto. Pero esta “Irma Vep” destaca con méritos particulares, como su retrato irónico de la frivolidad y los engreimientos de las jóvenes estrellas ‘millennials’ (comandadas por Alicia Vikander como la actriz principal), o con la aparición de otro cineasta atormentado, de un actor adicto, de una agente inescrupulosa, y otros estrafalarios encantadores.

Si esta “Irma Vep” del siglo XXI funciona es porque Olivier Assayas es hoy un director diferente, y porque el cine francés y mundial son diferentes también. Y en ese sentido la serie puede entenderse como un termómetro de estos tiempos de cambio, en los que algunos rasgos evolucionan, pero otras taras persisten. Una transformación como la del icónico traje que luce la protagonista: que aunque pase del látex al terciopelo, sigue siendo tan cautivante como el de antes.

Calificación:

4 sobre 5 estrellas.