Michelle Yeoh en una escena clave de "Todo en todas partes al mismo tiempo" ("Everything Everywhere All at Once").
Michelle Yeoh en una escena clave de "Todo en todas partes al mismo tiempo" ("Everything Everywhere All at Once").
/ A24

Entre las aventuras de “” y las diferentes versiones de “Spider-Man”, Hollywood ha dejado bien en claro que el multiverso es su nuevo fetiche. Y no debería sorprendernos. Esa realidad fragmentada e infinita es el terreno perfecto para cultivar ‘remakes’, ‘reboots’, secuelas, precuelas, ‘spin-offs’ y cuanto material sea necesario con el único objetivo de alimentar a los fans rizando el rizo. Más que una peligrosa falta de ideas, la tendencia parece ser en realidad una dolosa pereza creativa motivada por el facilismo de entregarle al público lo que pide y quiere.

Hasta que se agote el multiverso

“Todo en todas partes al mismo tiempo” (”Everything Everywhere All at Once”) es otra película que desarrolla la idea de los universos múltiples, con la historia de Evelyn (Michelle Yeoh), una inmigrante china en Estados Unidos que debe aprender a movilizarse entre dimensiones alternativas para tratar de salvarse a ella misma, a su familia y al mundo entero (o a los mundos que recorre salto a salto). Hay que reconocerle que su premisa es fresca y ocurrente, combinando tonos y estilos sin discreción ni pudores: pone algo de “Matrix” y de Wong Kar-wai, y también de la acción de las cintas de artes marciales o del histrionismo absurdo de algunas comedias asiáticas. En sintonía con ese argumento de los destinos azarosos, la arbitrariedad de la narrativa se vuelve su hilo conductor.

El problema es que la fórmula se agota rápido. La dupla de directores conformada por Dan Kwan y Daniel Scheinert –que adoptan el Daniels como nombre colectivo– revisten su película con un orgiástico despliegue de recursos audiovisuales, vestuarios y maquillajes, utilería desbordante, y hasta ciertos efectos lúdicos en los créditos y subtítulos; pero, a nivel argumental, la cinta ingresa en un ‘loop’ que se hace cansino e interminable. El desenlace se extiende como un chicle que ha perdido hace rato su sabor, conduciéndonos a la pregunta de con qué giro o nuevo elemento nos puede sorprender. La respuesta es sencilla: con ninguno.

Mención aparte para un aspecto que amerita una lectura sociopolítica más profunda: ¿esa resolución en el destino de la protagonista, que la empuja a aceptar su vida de trabajadora precarizada y a conformarse con la grisura de sus aspiraciones, no es una opción demasiado cínica para una película sobre la autonomía y la más absoluta libertad? Vista así, desde la tiranía del modelo único, salvaje y neoliberal, la película deja también un incómodo sinsabor.

CALIFICACIÓN

2.5 ESTRELLAS DE 5

Contenido sugerido

Contenido GEC