LUCÍA BARJA MARQUINA

Era el 17 de diciembre de 1643. Tres monjas de la Congregación de las Carmelitas Descalzas, procedentes de Cartagena (Colombia), llegaron a la Lima colonial para fundar el que hoy es el quinto convento más antiguo de América y el primero de la orden en el Perú.

Ubicado en el cruce de los jirones Huánuco y Junín, en el Cercado, este claustro de 370 años de labor conserva en óptimas condiciones sus enormes puertas de cedro, de casi 3 metros de altura. Dentro de sus muros, la fe y la oración de las 13 religiosas que hoy alberga es tan sólida e imperecedera como toda la estructura. “No tenemos lujos, pero vivimos felices. No nos falta nada, tenemos lo más importante: Dios”, dice sonriente la priora del convento, madre Ketty de Jesús.

Ni el ruido silencia las oraciones de las hermanas, que si bien parecen pocas, en realidad forman un grupo grande. “La orden solo admite a 21 religiosas por comunidad. Cuando llegamos a 22, una debe salir a formar otro convento”, agrega la priora.

Aunque parezca extraño que en pleno siglo XXI haya brotes de vocación religiosa en nuestro país, en la capital, las hermanas carmelitas son una prueba de que ello sí sucede: la más joven tiene 18 años, mientras que la mayor cumplió 75. “Es cuestión de vocación. Si escuchas el llamado debes seguirlo”, nos dice una novicia.

SECRETO ANCESTRAL La orden se rige por el apostolado de claustro. Este implica el alejamiento de las hermanas del mundo exterior. El único contacto con sus vecinos es un torno giratorio que usan para vender los dulces que preparan. “El más pedido en todo Barrios Altos es el limón relleno de manjar blanco. ¡Siempre se agota!”, cuenta uno de sus fieles clientes.

Los feligreses que van a misa en el santuario Mariano Arquidiocesano de la Virgen del Carmen–que ellas administran–tampoco las ven. “No sabemos cómo son, pero están allí siempre, haciéndonos sentir su presencia”, dice una vecina.

En un mundo que subestima el valor de la oración, hace 370 años que estas monjas dan testimonio vivo de la fe que perfila nuestra identidad.