MARISOL GRAU

Diego aparece en traje y se dirige con semblante sereno al órgano. De pronto, empieza a sonar “Nocturno”, de Chopin. Al escuchar la pieza, a su mamá Beatriz se le ilumina el rostro y le resulta imposible ocultar una gran sonrisa. Cuando era pequeño a Diego le diagnosticaron autismo. “Ha sido un niño de mucha lucha”, cuenta su madre, y eso se nota sobre el escenario.

Beatriz admite que su vida gira en torno a la de su hijo. “Dejé de usar las uñas largas y los tacos altos para jugar con él y que aprendiese a dar volantines y a saltar en un pie”, cuenta. Aunque el panorama médico era desalentador, ella puso la valla alta. Le recomendaron que le comprase un instrumento musical y así lo hizo. Hoy, además de tocar el órgano, Diego cursa el tercero de secundaria en un colegio inclusivo. Sabe leer, usar la computadora y cocinar.

“Nadie en el mundo está preparado para tener un niño especial, el golpe es muy fuerte”, confiesa Beatriz. Dice que Diego le ha hecho ver la realidad con otros matices, ahora es más sensible, noble y paciente. Tampoco se arrepiente de aquello que dejó de lado como mujer. “Si me ofrecieran retroceder el tiempo y elegir al hijo que quisiera, escogería a Diego”.

MÚSICA PARA SUS OÍDOS Y mientras las melodías fluyen, el amor también. Carmen Janampa se enamoró del padre de José Carlos, su primogénito, cuando bailaba en un grupo de folclor y él tocaba la zampoña. José Carlos, ya un adolescente, tiene síndrome de Asperger, un espectro más leve de autismo. Valiéndose de la música, Carmen y su marido se propusieron sacar adelante a su pequeño.

“Nuestra forma de comunicarnos ha sido el arte”, cuenta. “Desde niño José Carlos comenzó a manipular instrumentos, nuestra casa se volvió entonces un laboratorio para su desarrollo”, agrega plena de satisfacción. Gracias a sus enseñanzas, José Carlos toca la zampoña, puede mantener una conversación y hasta colabora con las labores domésticas como cualquier otro chico de su edad.

Aunque la mayor recompensa la recibió Carmen el día en que José Carlos, a los 5 años, por fin le dijo mamá. Eso fue música para sus oídos.

PAREJA GANADORA Así como les enseñan a diario, ellas también aprendieron con su llegada. “Soy odontóloga, pero cuando Mario nació me propuse estudiar educación especial”, cuenta Ingeborg. Mario tiene síndrome de Down. “Al principio yo lloraba todo el día, hasta que mi esposo me dijo que así me pusiera de cabeza nada iba a cambiar y que debíamos continuar”, recuerda. Su pacto de amor fue sacar adelante juntos a su hijo.

Mario es un deportista. Nada, juega fútbol, básquet y hace atletismo. Ha participado en competencias metropolitanas de natación y otros torneos deportivos locales. Alrededor de su cuello luce medallas doradas y plateadas. “Ahora voy a comer arroz chaufa”, comenta emocionado. Este plato es obligatorio en casa una vez a la semana para motivar su rutina deportiva después del colegio.

Así lo engríe Ingeborg, pero también sabe que “la disciplina debe darse como con cualquier hijo”. A mamá le toca poner los límites y ver que Mario cumpla sus obligaciones. “A veces soy el cuco [risas], pero soy un cuco bueno porque se apoya mucho en mí”. Con medallas o sin ellas, esta es sin duda una dupla ganadora.

COMO ELLA SOLO UNA Aparte de madres, son mujeres valientes. Detrás de la calidez que desprende doña Susana se percibe la fortaleza que le permitió criar sola a sus tres hijos. Los logros que ha alcanzado el menor de ellos, Guillermo, quien tiene retardo mental moderado, son prueba de su esfuerzo.

“Decirle a Guillermo que era un niño especial fue lo más complicado, pero después lo entendió”, recuerda Susana. El joven de 29 años juega fútbol como defensa y entrena en el equipo de Olimpiadas Especiales. Ha aprendido a leer y sigue muy atentamente las noticias deportivas. También es un amante de la pintura. “Los padres que mantienen en casa a sus hijos especiales solo conseguirán que se retraigan”, sentencia Susana. Es importante que sepan cómo valerse por ellos mismos. “Mi hijo ha aprendido a tomar microbús y a hacer compras”, añade.

De aspecto tierno a pesar de su gran tamaño, Guillermo afirma que son muchos los motivos por los que quiere a su mamá, pero especialmente por cómo cocina.

BAILAR Y TRIUNFAR Al final doña Lucy revela su fórmula secreta. “Para alcanzar el éxito hay que criarlos como a cualquier niño”. Esto, además de su dedicación y cariño, ha funcionado con creces para Josselin. Su hija tiene síndrome de Down, pero esto no le impidió alcanzar sus metas. Fue la primera campeona de marinera en la categoría especial del Club Libertad, de Trujillo, en el 2009. Asimismo, integra el taller de teatro de la Municipalidad de Lima.

Toda la familia vino a vivir a la capital desde Chincha en busca de mejores oportunidades para la joven. Lucy considera que su hija es una artista nata. Por ello, la está preparando para que enseñe a otros niños las danzas peruanas. El camino hasta aquí no fue nada fácil.

“Cuando supe que Josselin era una niña especial, me tiraba al suelo en mi desesperación, no lo aceptaba hasta que las psicólogas me dieron un zamacón”, admite Lucy. “Los profesionales nos dan la pauta, pero las madres somos el pilar de su desarrollo”. Desde entonces, de pie junto a Josselin, la observa feliz bailar marinera.