LUIS SILVA NOLE

Arguedas lo describió como “el ejemplo más cabal y notable del guitarrista de la clase señorial que domina el repertorio completo de una ciudad andina, en la cual están, asimismo, representados todos los estratos sociales y culturales del Perú andino”. Desde su casa en Surquillo, el ayacuchano Raúl García Zárate, hoy octogenario, atraviesa ahora una dura prueba para su inagotable inquietud artística.

¿Maestro Raúl, cuándo se accidentó? ¿Qué pasó? Fue en octubre del año pasado cuando hacía una de mis caminatas diarias. Tenía la costumbre de caminar después de almuerzo por los parques cercanos a mi casa para calentar el cuerpo, hasta que ese día, al voltear para entrar en un pasaje, pisé mal y me caí. Mi hija me llevó a la clínica. El diagnóstico fue fractura en el húmero del brazo izquierdo.

Imagino que lo enyesaron. En realidad, estuve con venda tres meses. En enero me la quitaron. Pero como mi brazo estuvo todo ese tiempo estático, con un quiebre de 90 grados, fue muy difícil estirarlo cuando me sacaron la venda. He estado haciendo fisioterapia. Poco a poco está bajando la molestia. El hueso estaba partido, pero no se separó totalmente. Aún sigo sintiendo algo de dolor. Poco a poco lo estiro.

¿Puede mover bien sus dedos de la mano izquierda? Hay ciertas limitaciones en el dedo índice y en el dedo medio, que son los más importantes para la digitación de las notas en la guitarra. Ahora hago ejercicios de digitación en las mañanas, pero después de 30 minutos siento molestias, el movimiento se torna limitado y debo parar. En este momento no puedo tocar como antes. Antes del accidente daba conciertos. Por lo que pasó se han frustrado presentaciones. Tenía una programada para setiembre en Costa Rica.

¿Qué le dicen los médicos? ¿Volverá a tocar como antes? Depende, me dicen. Hay que seguir con la rehabilitación. Es un proceso lento y largo porque han sido afectados los nervios. Eso dificulta el movimiento.

Obviamente usted hará todo lo posible por recuperarse. La verdad, mi ambición no es económica ni nada por el estilo. Para mí el arte ha sido una terapia valiosa en mi vida, un relajamiento, un placer. Me ha ayudado enormemente a superar problemas. Lo mismo pasa ahora. Digo: “Será la voluntad de Dios”. No me siento deprimido, estoy resignado.

¿No se obsesiona con volver a brindar conciertos? No estoy con ansiedad ni desesperación, tampoco preocupación. Si me recupero, los daré.

Pero ya han quedado grabados todos sus éxitos en discos. Incluso antes del accidente edité un video tutorial, en formato DVD, sobre las afinaciones de la guitarra andina. Lo presenté el mes pasado en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, donde también se montó una exposición de mi guitarra, cuadros con recuerdos de mis viajes y muchos objetos relacionados a mi actividad musical.

¿Si al final ya no pudiera volver a dar conciertos, seguirá practicando la digitación en su hogar? Sí. Para mí es un entretenimiento. Todo esto sucede por los años, que pasan, pesan y pisan. Y ya me están pisando.

¿Al margen del accidente, siente a sus 81 años que ya dio todo lo que podía en la música? Nunca he dejado pasar alguna inspiración. He logrado editar y grabar lo suficiente. Mi sueño siempre fue tratar de difundir la música de mi pueblo y de los demás pueblos andinos.

¿Siente que lo logró? Sí, porque cuando vine a Lima, a la San Marcos, noté un rechazó de los costeños hacia la cultura andina. Me dije que algún día iba a imponer la música andina. Comencé a dar conciertos hasta que me oyeron en Sono Radio y pude grabar con ese sello. He hecho también cuadernos de guitarra y hoy tengo seguidores que siguen difundiendo la música ayacuchana.

¿Cómo hizo para poder estudiar Derecho, servir 25 años en el Poder Judicial y nunca apartarse del arte? Con disciplina. Siempre sentí el arte como un placer, pero nunca dejé de estudiar. Me titulé de abogado porque seguí una enseñanza sabia de mi padre. Cuando yo tenía 12 años nos dijo: “Hijos queridos, en la sociedad actual, el que no tiene título no vale nada. Hagan un esfuerzo y les va a ir bien en la profesión que les guste”. Él moriría dos años después.

¿Entonces, siempre quiso ser abogado? Yo quería ser médico, pero éramos siete hermanos y mi madre no iba a poder sostener los estudios de todos. Medicina iba a costar mucho. En Huamanga, mi padre nos enseñó su negocio de venta de productos de la región. Ahí yo trabajaba y a la par practicaba guitarra. Y me decidí por Derecho para defender los derechos de mi familia. Estudié dos años de letras en la Universidad de San Antonio Abad del Cusco, luego vine a Lima. Pero nunca dejé el arte.

¿Tampoco durante su paso por el Poder Judicial? Tampoco. Ahí era secretario y relator del tribunal.

¿Cuántas condecoraciones ha recibido? Ya perdí la cuenta.

¿Y por cuántos países ha paseado su música? También perdí la cuenta. América, Europa, Asia. Tantos países. Tuve el honor de compartir escenarios con los más grandes concertistas clásicos, como Andrés Segovia en Alemania, y tantos otros.

¿Se valora la música andina más afuera que dentro de nuestro país? Así parece. Por eso le digo a los jóvenes que no tengan el prejuicio social que los españoles nos dejaron. Nuestra música tiene un mensaje auténtico de nuestro pueblo. Y hay que respetar sus características. No hay que distorsionarla. Hoy lamentablemente se hacen mezclas.

¿Con cuáles de sus etapas se queda como músico: cuando quería romper prejuicios, con la fama o la tranquilidad que dan los años? Nunca tuve ambición económica o de figuración. Lo que viene a mi mente es más bien el inicio. A los 7 años comencé a tocar a escondidas de mi padre porque él creía que los guitarristas eran bohemios. Aprendí oyendo a otros. Cuando tuve 13 años, un tío le contó a mi padre. Recuerdo que papá me pidió que tocara para él, le gustó y me regaló una guitarra. Y me dijo que en la música siguiera mis raíces andinas. Y eso hice.

¿Alguna anécdota que nunca olvidará? Cuando de niño di mi primer concierto como solista, la gente se rio. Supe después que fue porque como era chiquito pareció que la guitarra entró sola al escenario y porque mis pies colgaban de la silla.

¿Tiene pensión de gracia? No. Bueno fuera. Ya no me quedan muchos años. Mi pensión de jubilado es de 1.200 soles y por ser Amauta, el Estado me da apenas 200 soles al mes.