RALPH ZAPATA
CUSCO. Ese coloso blanco, que parece estar más cerca del cielo que de la tierra, no acepta desafíos ni guapeos. Cualquiera no lo escala, ni tiene la oportunidad de tocar sus faldas. Por algo su nombre, Salkantay, que en quechua significa “montaña salvaje”. Indomable. Así lo define Ever Gibaja, de 41 años, dueño de la única tiendita de Soraypampa, el campamento a tres horas del apu Salkantay y desde donde se parte rumbo a él.
“Hay que pedirle permiso para subir y tenerle mucho respeto, nosotros no lo hemos escalado aún”, cuenta el poblador a manera de advertencia a los turistas que llegan entusiasmados hasta allí. Deseosos de tocarlo, de recorrerlo, la mayoría ignora que esa montaña de nieve agoniza, se derrite.
La cordillera de Vilcabamba, que tiene al Salkantay como su máximo representante, ha perdido en los últimos 40 años el 63,6% (21,91 km2) de superficie glaciar, según cifras de la Autoridad Nacional del Agua (ANA). Una cifra alarmante, pues el Salkantay es la segunda montaña más alta de Cusco, después del Ausangate. Tiene una altura de 6.271 metros y es una atracción turística y ruta hacia el distrito de Santa Teresa y Machu Picchu.
El Salkantay se ennegrece y pierde glaciar. “Es una tendencia mundial. La deglaciación se ha acelerado en los últimos 40 años debido al cambio climático, al calentamiento global, la deforestación y otros factores”, señala Walter Choquevilca Lira, coordinador del proyecto Glaciares 513 que ejecuta la ONG Care en Cusco y Huaraz, con ayuda de la Universidad de Zúrich. “En el caso del Salkantay, las consecuencias preocupan pues está en riesgo la central hidroeléctrica de Machu Picchu y la agricultura y ganadería en la zona”, añade.
RESPUESTA TARDÍA El problema es que se ha reaccionado tarde. Recién hace tres años se abordó con seriedad, y con apoyo político, la gestión de cuencas y recursos hídricos en Cusco. La Gerencia Regional de Recursos Naturales del Gobierno Regional de Cusco ejecuta un proyecto –cuyo financiamiento asciende a S/.4 millones– que consiste en la creación del consejo de la cuenca Vilcanota-Urubamba. La idea es crear oficinas desconcentradas para monitorear los nevados de esas dos cuencas.
En el caso de la cordillera de Vilcabamba, que abarca nevados como el Salkantay y Umantay, será protegida como parte de las acciones que contempla el plan maestro del área de conservación regional Choquequirao, aprobado hace unos meses.
“La idea es conservar las fuentes de agua y los glaciares, así como la flora y fauna del Parque Arqueológico de Choquequirao.
Eso combinado con un turismo sostenible, que beneficie a las comunidades campesinas y mantenga el equilibrio ecológico”, comenta Nirvana Camargo, del proyecto Glaciares de la Gerencia de Recursos Naturales.
Sin embargo, la deglaciación no es igual en todos los nevados. Depende mucho de la altitud de estos, de su extensión, de los vientos, de la radiación solar. “El retroceso de los nevados en Cusco está en un promedio del 30 al 40% en las últimas cuatro décadas”, advierte Nelson Santillán, de la ANA. La cordillera que más glaciar ha perdido es la Raya, límite entre Cusco y Puno. En cuarenta años su masa glaciar se redujo en 70% (5,41 km2) y se ha pronosticado que desaparecerá en los próximos diez años.
Es inminente también la desaparición del resto de nevados. De eso está seguro Choquevilca, quien conoce varios estudios que avalan esa teoría. Frente a ese panorama irreversible, considera que debemos adaptarnos y conservar, desde ya, el agua.
Construir, por ejemplo, grandes reservorios cerca de las lagunas al pie de los nevados. Eso permitirá tener agua en época de sequía, de mayo a noviembre, pues el resto del año llueve intensamente en Cusco.
“Ahora la gente no siente la falta de agua, pero eso es engañoso: al inicio del derretimiento de los glaciares aumenta el agua, pero después viene el descenso y con ello la desesperación”, dice Choquevilca. Él pronostica que las actividades más afectadas serán la agricultura, que consume el 80% del agua, y la ganadería. “Hay que mejorar la eficiencia del riego y no desperdiciar el agua, hay que manejarla de manera sostenible. Además, siempre hay riesgo de avalanchas y deslizamientos cerca de los glaciares”, refiere.
LA IMPORTANCIA TURÍSTICA DE UN NEVADO QUE SE AGOTA Las tres cordilleras de Cusco (Vilcanota, Urubamba y Vilcabamba) representan el 25% de la masa glaciar de todo el país y con ello se convierten en la segunda cadena más importante después de la Cordillera Blanca. Además de eso, son importantes atractivos turísticos, bastante visitados por gente de Europa, Estados Unidos, Asia y Sudamérica. Eso ocurre, por ejemplo, con el Salkantay, que forma parte de una ruta de acceso a Machu Picchu y al distrito de Santa Teresa, famoso por sus baños termales.
Según Fernando Herrera, guardián de los nevados Salkantay y Umantay y trabajador de la Dirección Regional de Cultura de Cusco, en temporada alta llegan a la zona entre 150 y 200 turistas al día. Ellos realizan viajes de cuatro o cinco días, que incluye la visita a esos dos nevados y sus lagunas. Adry, una turista inglesa, confiesa su admiración por esas montañas gélidas que espantan a cualquier friolento. “Es una belleza, no me canso de mirar y descubrir la magia de la naturaleza.
Volvería más de una vez a este sitio”, relata.
Actualmente la entrada a ambos nevados es libre, pero hay proyectos que estiman cobrar una entrada hacia el Salkantay y Umantay. Además, se planea construir un albergue municipal (ahora solo hay un campamento con carpas improvisadas) con un pequeño puesto de salud. Todas esas mejoras futuras han enfrentado a porteadores, arrieros y autoridades, que piensan más en la rentabilidad turística que en la conservación.
Así lo entiende Nirvana Camargo, del proyecto Glaciares de la Gerencia de Recursos Naturales. Ella cree que el tema ambiental se politiza mucho y que se ve el lado turístico más que el equilibrio ecológico del planeta. Por lo pronto, los especialistas consultados para esta nota consideran urgente implementar una unidad de glaciología en Cusco, pues ahora solo existe en Huaraz. Y las cifras hablan de un rápido retroceso de los glaciares en esta región, que son además atractivos turísticos por excelencia.